Vale, que no cunda el pánico. Que no me he levantado esta mañana pensando: «Huy, hoy me apetece ir por ahí contagiando mi lesbianismo como si fuera la gripe». Que no es un virus, ¿sabes? Que no voy por ahí repartiendo folletos de «Hazte lesbiana en 10 pasos» ni nada por el estilo. Imagínate el percal: yo por ahí, con mi capa de superheroína lesbiana, saltando de tejado en tejado, buscando heteros despistadas para rociarlas con mi polvo mágico sáfico. «¡Toma lesbianismo, guapa!», gritaría mientras la pobre víctima empieza a sentir un irrefrenable deseo de cortarse el flequillo y comprarse un mono vaquero.

El temido síndrome del lesbianismo contagioso

Anda que no me he encontrado yo con casos así. Que voy tan tranquila por la calle y, de repente, una señora se me queda mirando con cara de susto y aprieta el bolso contra su pecho. Tía, relájate, que no te voy a robar la heterosexualidad. Y luego están las que se creen que tenemos un radar o algo. Que me preguntan: «Oye, ¿tú crees que soy un poco lesbiana?». Y yo pensando: «Pues mira, déjame que saque mi lesbiómetro del bolso y te hago un análisis rápido». Como si fuéramos una especie de Siri gay: «Disculpa, no he entendido bien. ¿Has dicho que quieres ser lesbiana o que quieres ir a Lesbia?».

Consejos para evitar el temido contagio

Para todas aquellas que viven con el miedo de que les pegue mi lesbianismo, aquí dejo unos consejillos:

  1. No me mires directamente a los ojos. Dicen que el lesbianismo se contagia por la mirada. ¿O eso era el basilisco? Bueno, por si acaso.
  2. Evita escuchar canciones de Rozalén o ver pelis de Almodóvar. Son puertas de entrada al mundo lésbico, cuidadín.
  3. Si ves a dos chicas cogidas de la mano por la calle, cierra los ojos y grita «¡No homo!». Es como un escudo protector.
  4. Nunca, bajo ningún concepto, te cortes el pelo por encima de los hombros. Es prácticamente una declaración de intenciones.

El gran secreto de la comunidad lésbica

Y ahora, prepárate para la gran revelación. El secreto mejor guardado de las lesbianas. Acércate, que no nos oiga nadie… ¿Estás lista? Allá va: No existe ninguna posibilidad de contagio. Sí, lo sé, es decepcionante.

Después de tantos años de investigación en nuestros laboratorios secretos, escondidos en el sótano de algún bar de ambiente, no hemos conseguido crear el virus lésbico. Una pena, la verdad, porque nos hubiera venido de perlas para aumentar la plantilla. Que siempre andamos escasas de personal para montar el desfile del Orgullo. Así que ya sabes, puedes estar tranquila. No hace falta que salgas corriendo cada vez que me veas, ni que te pongas una mascarilla anti-lesbianismo (que por cierto, no existen, no las busques en Amazon).

Puedes respirar tranquila, que mi lesbianismo es solo mío y no tengo ninguna intención de compartirlo.Y si algún día te levantas y de repente te apetece ponerte una camisa de cuadros y comprarte un gato, no me eches la culpa a mí. Igual es que, simplemente, has descubierto lo cómodas que son las botas militares. O que te has dado cuenta de que las mujeres, en el fondo, molamos un montón. En fin, que no te rayes. Que ser lesbiana no es el fin del mundo. Aunque sí que es el fin de tener que aguantar a tíos pesados en las discotecas. Y eso, amiga mía, no tiene precio.