Venga, vamos a imaginarnos la escena: un sótano oscuro, iluminado solo por la tenue luz de unas velas. Un grupo de lesbianas de diferentes épocas —desde las que llevaban hombreras en los 80 hasta las que ahora no sueltan el móvil— reunidas en círculo. En el centro, una mesa con diferentes longitudes de uñas postizas. La tensión se podría cortar con unas tijeras.

La lesbiana que parece dirigir el cónclave se levanta y dice con voz solemne: «Compañeras, nos hemos reunido hoy para tomar una decisión que cambiará el curso de nuestra historia. ¿Cuál será la longitud oficial de las uñas para las lesbianas?». Un murmullo recorre la sala. Algunas miran sus propias manos, con duda.

El eterno debate. ¿Lesbianas con uñas largas o cortas?

Chicas, la polémica estaría servida. Una levanta la mano: «Yo propongo que sean cortitas, que luego una no sabe dónde mete las manos». Otra replica: «¡Pero si son muy cortas no podremos abrir las latas de lentejas!». Una tercera interviene: «¿Y si hacemos como los mullets? ¿Cortas delante y largas detrás?» La discusión se acalora. Se forman bandos.

El grupo pro-uñas largas argumenta que son más femeninas, mientras que el equipo cortauñas insiste en que hay que ser prácticas. Una veterana se levanta y grita: «¡Por el amor de Safo, pensad en los jerséis de punto!». Todas asienten, conscientes del peligro que suponen las uñas largas para la ropa de invierno.

La votación del siglo

Tras horas de acalorado debate, llega el momento de la verdad. La presidenta se pone en pie: «Bien, compañeras, ha llegado el momento de votar. Que levante la mano quien esté a favor de las uñas cortas como estándar lésbico oficial«. Un bosque de manos se alza en el aire. Algunas dudan, mirando sus manicuras recién hechas. Otras levantan la mano con tanta fuerza que casi se dislocan el hombro. La decisión es clara: las uñas cortas ganan por aplastante mayoría.

Una gran decisión conlleva un gran legado

Y así, queridas amigas, es como nació el mito de las uñas cortas en la comunidad lésbica. Vale, vale, ya sé que esto no pasó de verdad. Pero reconoced que molaría tener una historia así para contar, ¿eh? La realidad es mucho menos emocionante. No hubo reuniones secretas, ni votaciones, ni manifiestos sobre la longitud ideal de las uñas. Simplemente, con el tiempo, se fue convirtiendo en una especie de código no escrito. Un guiño, un secreto a voces que todas entendemos sin necesidad de explicaciones.

¿Y ahora qué? Manual de supervivencia para lesbianas indecisas

Si alguna vez te encuentras en esa situación en la que no sabes si la chica que te mola es de la acera de enfrente, échale un vistazo a sus manos. Ojo, que esto no es una ciencia exacta. No vayas a ir por ahí pidiendo que te enseñen las manos a todas las chicas que conozcas, que lo mismo acabas en urgencias con un esguince de muñeca.Y si eres de las que no puede vivir sin sus uñas largas, tranquila. Nadie te va a quitar el carnet de lesbiana. Al fin y al cabo, cada una lleva las uñas como le da la real gana.

Pero si un día te encuentras con que todas tus amigas lesbianas tienen las uñas cortas y tú no, ya sabes por qué. Y si te preguntan, siempre puedes decir que te perdiste la reunión secreta porque estabas muy ocupada viendo una maratón de The L Word. En fin, que las uñas cortas se han convertido en todo un símbolo. Un símbolo práctico, eso sí. Porque seamos sinceras, ¿a quién no le ha pasado eso de engancharse el jersey nuevo con una uña larga? Exacto, a nadie. Que cada una haga lo que le dé la gana, que para eso hemos luchado.