Lesbofobia. Un término que suena a enfermedad rara pero que, en realidad, es más común que resfriarse en invierno. ¿Qué es exactamente? Pues imagina que le tienes miedo a las arañas, pero en vez de arañas, le tienes miedo a dos chicas que se dan la mano en el parque. Absurdo, ¿verdad? Pues eso es en pocas palabras.
Mi vecina, la lesbiana del 3º
Una vez, cuando era pequeña mi madre me dijo muy bajito: «La vecina del tercero es lesbiana». Anda. Lo dijo como si me estuviera diciendo que era una espía rusa o que tenía un tercer ojo en la nuca. Yo, con toda mi inocencia, pregunté: «¿Y eso qué es?». Mi madre se puso roja como un tomate y cambió de tema más rápido que Usain Bolt corriendo los 100 metros lisos.
Combatiendo el monstruo invisible de la lesbofobia
Combatirla es como intentar pillar un fantasma con las manos: no puedes verlo, pero sabes que está ahí, haciendo de las suyas. ¿Cómo se lucha contra algo así? Bueno, se me ocurren algunas formas de hacerlo:
- Educación, educación y más educación: Si por cada comentario lesbófobo que escuchamos, plantáramos un árbol, tendríamos un Amazonas en cada esquina. La clave está en enseñar desde pequeños que el amor es amor, venga en el envase que venga.
- Visibilidad a tope: Más lesbianas en la tele, en los libros, en la política. ¡Que se vea que existimos y que no mordemos! (A menos que nos lo pidan, claro).
- Humor como arma secreta: Nada desarma más a un lesbófobo que una buena carcajada. ¿Que te dicen que ser lesbiana no es natural? Responde que tampoco lo es llevar ropa, pero ahí estamos, tapándonos las vergüenzas.
Mi epifanía lésbica
Yo también tuve mi «iluminación lésbica». De repente me puse gafas y vi el mundo en 4K. «Ah, ¿así que eso era lo que sentía por mi ‘mejor amiga’ del instituto?». Mejor tarde que nunca, supongo.
El arte de salir del armario (sin tropezar con las perchas)
Salir del armario puede ser muy difícil. Es como estar en un juego de Tetris donde todas las piezas son L de «Lesbiana» y tú no sabes dónde encajarlas. Pero, ¿sabes qué? Una vez que sales, te das cuenta de que el mundo sigue girando y que, sorprendentemente, a la mayoría de la gente le importa un pepino con quién compartes tu cama.
El amor en tiempos de lesbofobia
Siempre lo digo. La lesbofobia no es más que miedo e ignorancia disfrazados de opinión. Y como todo miedo, se combate con valentía, educación y una buena dosis de humor. Porque, seamos sinceras, ¿qué es más ridículo: dos mujeres que se aman o alguien que pierde el sueño por ello?
La mejor receta es una dosis de realidad, dos o tres cucharadas de empatía y, si todo falla, un maratón de «The L Word». Porque, como decía mi abuela, «contra el odio, más vale reír que llorar». Y si mi abuela lo decía, por algo será.
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