Ya sabes, igual que te ha pasado a ti, que yo desde pequeñita sabía que no era igual que mis amigas. No solo por mi orientación sexual, sino por cómo me veía y cómo me sentía cómoda mostrándome al mundo, y fíjate, hasta hace muy poquito lo he sentido, ya que he descubierto hace muy poquitos meses que en realidad me identifico como no binaria. Me acuerdo de que la primera vez que me corté el pelo muy corto me sentí como si por fin pudiera ser yo misma. Sin embargo, esa sensación de libertad venía acompañada de un nuevo peso: el de las miradas.

Rompiendo moldes, atrayendo miradas

Es curioso cómo algo tan simple como un corte de pelo puede desencadenar reacciones tan intensas en los demás. De repente, mi aspecto se convirtió en una declaración, aunque yo no lo planeé. Empecé a notar cómo algunas personas me lanzaban miradas desagradables, otras que eran curiosas y otras muy hostiles. Pero bueno, aprendí a manejarlas más o menos. 

La feminidad como armadura


Hubo un momento en el que decidí que debía «suavizar» mi apariencia. Y lo intenté. Me dejé crecer el pelo, usé ropa más «femenina» según los estándares. En realidad lo hice por miedo, porque estaba cansada de las miradas y de los comentarios. Pero cada día que me miraba al espejo, sentía que me estaba traicionando, que no era yo. La feminidad tradicional se había convertido en una armadura, pero que me asfixiaba.

El precio de la visibilidad 

Ser visible como lesbiana, especialmente cuando tu apariencia no se ajusta a lo que la sociedad espera de una mujer, tiene un precio. He tenido que sufrir un montón de cosas, igual que tú, me imagino, desde comentarios hirientes hasta situaciones que me han hecho temer por mi seguridad. Es agotador tener que estar constantemente alerta, evaluar cada situación, cada sitio nuevo en el que entro. Lo más irónico de todo esto es que, cuanto más auténtica me siento con mi apariencia, más vulnerable me vuelvo ante ciertas formas de violencia. Es una paradoja que duele un montón: ser fiel a una misma puede ponerte en riesgo. Pero también he aprendido que esconderse tiene su propio costo emocional y psicológico.

Resilencia y comunidad contra las miradas 

Las miradas duelen. Claro que sí. Con el tiempo, he aprendido a encontrar fuerza en mi misma. Cada mirada de desaprobación que tengo que sufrir me recuerda el porqué de ser quien soy. He encontrado una comunidad de personas que me aceptan y se alegran de como soy. Juntas, creamos espacios seguros donde podemos estar sin ningún problema. Todo esto me lleva a reflexionar y a darme cuenta de que el cambio es necesario y posible. Educar, visibilizar y normalizar diferentes formas de expresión de género es algo fundamental para esta sociedad patética en la que vivimos. No deberíamos tener que elegir entre nuestra seguridad y nuestra autenticidad.

En fin, esta es la vida y la sociedad que tenemos, pero eso no significa que no se pueda cambiar. ¿Qué piensas tú de todo esto?