Si estáis pensando en dar el gran paso en vuestra relación, no hablo de boda ni de hipoteca, sino de algo mucho más serio, escuchadme. Me refiero a adoptar a una mascota juntas. Sí, habéis oído bien. En el mundo lésbico, traer a casa un animalito peludo es el equivalente a tener un hijo. Así que, agarraos a vuestros tirantes y vuestras camisas de cuadros, porque vamos a sumergirnos en esta aventura perruna (o gatuna, que no discriminamos).

La decisión que lo cambia todo: adoptar a un peludito

Imagina la escena: tú y tu novia, sentadas en el sofá, viendo por enésima vez The L Word mientras compartís un bote de hummus. De repente, una de las dos suelta la bomba: «Cariño, ¿y si adoptamos?». El silencio se hace en el salón. Sabes que no se refiere a un niño, eso sería demasiado heteronormativo. No, está hablando de un ser de cuatro patas que revolucionará vuestras vidas y vuestro Instagram.

A la búsqueda del bichito perfecto

Una vez tomada la decisión, comienza la búsqueda. Pasáis horas mirando fotos de perretes y michis en las páginas de protectoras. Os peleáis por quién es más mono, si el bulldog francés con cara de haber chocado contra una pared o el gato siamés que parece que te está juzgando constantemente. Al final, os decidís por un mestizo adorable que tiene la misma expresión de confusión que vosotras cuando intentáis montar un mueble de Ikea.

El gran día: el momento de adoptar

Llegáis a la protectora más nerviosas que en vuestra primera cita. Os sudan las manos y el corazón os va a mil por hora. La encargada os mira con una sonrisa, probablemente pensando: «Ah, otra pareja de lesbianas que quiere adoptar, debo estar en el episodio piloto de una sitcom». Cuando por fin conocéis a vuestro futuro hijo peludo, os derretís como un helado en agosto. Es oficial: estáis enamoradas.

La vuelta a casa: pánico y ternura a partes iguales

El viaje de vuelta a casa es una mezcla de emociones. Por un lado, estáis emocionadas. Por otro, os dais cuenta de que no tenéis ni pajolera idea de cómo cuidar a este ser vivo. ¿Le gustará el pienso vegano? ¿Tendrá alergia al gluten? ¿Se llevará bien con vuestras plantas? Tantas preguntas y tan pocas respuestas.

Los primeros días: caos y amor incondicional

Los primeros días son un caos absoluto. Descubrís que vuestro sofá de Ikea no es tan resistente como creíais, y que vuestras zapatillas favoritas son el juguete preferido del nuevo miembro de la familia. Pero todo se compensa cuando os despertáis por la mañana y veis esa carita adorable mirándoos con amor (o hambre, probablemente hambre).

El orgullo de ser mamás peludas

Antes de que os deis cuenta, os habréis convertido en esas personas que solo hablan de su perrito o su gato. Vuestro Instagram pasa de fotos de brunch y atardeceres a una galería interminable de vuestro peludo haciendo cosas absolutamente normales, pero que a vosotras os parecen dignas de un premio Nobel. ¿Sí o no?