No hace mucho, me encontré con una amiga a la que hacía tiempo que no veía, y cuando me dijo que se había casado, me sorprendí. Resulta que se lio la manta a la cabeza y se marchó sola a vivir su sueño de visitar y vivir Tokio durante un tiempo. Y resulta que casó con una chica que conoció allí. Cuando me contó su historia me gustó tanto que os la voy a contar yo hoy. Ojo, que me permito un par de licencias poéticas.
Marta es una mujer a la que le apasiona la diversidad cultural, y por eso decidió marcharse corazón de Japón, concretamente a la bulliciosa y fascinante ciudad de Tokio. Su objetivo era sumergirse en la rica cultura japonesa y descubrir los encantos que esta ciudad tenía para ella.
Neon y tradición entrelazadas en Tokio
De repente, Marta se vio andando por los callejones de Shibuya y Shinjuku, inmersa en un gran espectáculo de luces de neón que iluminaban el cielo nocturno. Había una atmósfera única y futurista en la que los rascacielos y los carteles luminosos jugaban un papel muy importante, aunque esta lesbiana tardó muy poco en darse cuenta de que detrás de tanta modernidad conservaba su gran herencia histórica y cultural. Su curiosidad innata la llevó a explorar los antiguos santuarios y templos que se escondían en los rincones de la ciudad. En lugares como el Santuario Meiji y el Templo Senso-ji, experimentó la tranquilidad y la espiritualidad que contrastaban con el bullicio de las calles, así como la sorpresa por la reverencia con la que los japoneses trataban sus tradiciones dejó una profunda impresión en Marta.
Identidad y respeto incondicional
Según me contaba Marta, su viaje a Tokio no solamente fue un descubrimiento de la milenaria cultura japonesa, sino también de ella misma. La atmósfera tan acogedora y tan especial de esos rincones tan tradicionales y la manera en la que los japoneses aceptan de forma incondicional la diversidad, hicieron que pudiese conectar con ella misma de una manera que no había podido hacer antes. Cada paso que daba era una afirmación de su propia autenticidad.
Un encuentro inesperado
Todas las historias están incompletas si no tienen un encuentro causal. El de Marta ocurrió en uno de los santuarios más antiguos y tranquilos de Tokio, y esto marcó un antes y un después en su vida. Estaba ante las antiguas estructuras de madera y las milenarias estatuas del templo cuando sus ojos se cruzaron con los de una japonesa. Inmediatamente, una sonrisa amable y genuina apareció en los rostros y Marta sintió que el tiempo se había parado. Durante los días siguientes, Marta y la misteriosa mujer pasaron tiempo juntas, compartiendo historias y risas a pesar de las barreras del idioma. A través de gestos y miradas, Marta aprendió muchas sobre la vida de su compañera y la conexión que tenían con la cultura japonesa. Se dio cuenta de que este encuentro no solo era un romance floreciente, sino también una oportunidad para sumergirse aún más en la riqueza cultural de Japón.
Acto seguido, decidieron dar un salto más y volver a España juntas, recordando Tokio como el lugar que cambió sus vidas. ¿Te ha pasado a ti algo parecido?
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