Además de las agresiones sexuales, físicas y verbales, las mujeres gays también sufrimos una forma de violencia que no está castigada por la ley: hacernos invisibles.
Desde pequeña he sabido que yo soy lesbiana, y con la edad me he ido dando cuenta de que la sociedad tiene que aprender lo que significa ser lesbiana. Pero para aquellos que estén intrigados y no estén muy seguros, les digo una cosa: significa tener valor. Siempre he pensado que cada beso lésbico es una revolución. Pero antes de empezar esta conversación, deberías saber cuál es mi posición. Soy mujer, soy lesbiana y soy feminista. Cuando digo «yo», me refiero a mí. Cuando digo «nosotras», me refiero a las lesbianas. Escribo a propósito lesbianas* con un asterisco para incluir a cualquier persona que se identifique con el término, de cualquier identidad de género.
El primer despertar lésbico
Creo que fue a finales de los 90. En la fiesta de cumpleaños de mi amigo, me di cuenta de que me gustaba más su hermana. Tenía doce años. Nunca había visto una lesbiana de verdad, ni había utilizado la palabra. En el patio del colegio, los niños se insultaban entre sí con esa palabra, y créeme, nadie quería ser una de ellas.
Ninguna estrella del pop, ninguna actriz, ninguna deportista que yo conociera había salido del armario. No había lesbianas en la familia ni medios de comunicación social… No había modelos de conducta para mí. Me atraían las chicas antes de saber que era posible. Cuando tenía 13 años, grabé en secreto una película que se emitió en la televisión. Era la historia de una pareja de mujeres con un hijo, «Tous les papas ne font pas pipi debout» (No todos los padres orinan de pie) y puso mi vida patas arriba. En aquel momento no tenía los conocimientos necesarios para darme cuenta del problemático título. Ni para decir, «vale, soy lesbiana».
Un año después, la tenista francesa y ex número uno del mundo Amélie Mauresmo salió del armario. Otros adolescentes a mi alrededor reaccionaron con insultos y palabras hirientes.
Sí, soy lesbiana, ¿y qué?
En casa escuchaba chistes homófobos sobre los hombres homosexuales. Las lesbianas no existían..
El verano que cumplí 14 años, conocí a la hermana mayor de mi amigo, Ana. Tenía un tatuaje en el cuello, unos ojos verdes preciosos, voz ronca y, lo que es más interesante, una novia. Estaba asombrada. Poco después, tuve mi primera novia, pero no se lo dije a nadie. En algún momento nos delató ante su hermana, que cortó el contacto con ella. Terminé la relación unas semanas después.
Dejé de salir con chicos durante mi sexto de EGB. Buffy Cazavampiros fue mi único acceso a un estilo de vida lésbico, aunque odiaba a los vampiros y las cosas sobrenaturales. Todos los jueves por la noche me reunía con mis hermanos para un maratón de series en el salón, rezando en secreto para que aparecieran Willow y Tara. Ansiaba un beso, un contacto visual, un gesto de amor entre las dos. Fueron años de soledad, hasta que conocí a Laura. Tenía dieciséis años.
Nos enamoramos. En la escuela, formábamos un gran grupo con nuestros amigas Isa y Lola. Nuestra afición a la provocación y nuestra energía burbujeante volvían locos a los profesores. Pasamos incontables horas en nuestro pub favorito fumando, bebiendo café y jugando al futbolín. Los fines de semana, Laura y yo nos reuníamos en su casa o en la de mi madre. Su piel me llevó a lugares desconocidos. Y sí, eso me hizo descubrir que soy lesbiana. Pero soy una persona que tiene mucho que decir. No soy solamente una orientación sexual. Cuéntame, ¿te ha pasado a ti lo mismo? ¿Te definen simplemente por ser gay? Te leo.
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