Aunque se ha intentado borrar cualquier vestigio de lesbianismo en la historia, evidentemente el amor sáfico ha estado presente desde el principio de los tiempos, en todas las épocas, lugares y condiciones sociales. Ahora, por suerte, se comienzan a rescatar documentos que prueban su presencia en muchos sectores de la sociedad, e incluso su influencia en el devenir de la historia. Uno de los casos más destacables y representativos es el de las señoritas de Llangollen. ¿Quiénes eran?

Huyeron juntas todas las veces que las intentaron casar

Lady Eleanor Butler (1739-1829) y Sarah Ponsoby (1755-1831) son dos nombres no muy conocidos, al menos fuera del colectivo lésbico. Fueron dos mujeres de clase alta que protagonizaron una intensa y misterios historia de amor que, por sus características peculiares, podría formar parte de los archivos de la memoria histórica LGTB, si es que algún día se llega a crear tal cosa. A esta pareja se la terminó conociendo como las señoritas de Llangollen y hoy día se consideran un referente del amor, la amistad y el compañerismo entre mujeres. Muchos fueron testigos de su relación, pero la definieron de diferentes maneras porque las señoritas eran muy discretas y jamás dieron pistas sobre si había o no entre ellas algún vínculo sexual. Lo cual tampoco debería ser relevante porque lo que importa es que Eleanor y Sarah desarrollaron una unión que las mantuvo juntas durante toda su vida.

Las dos nacieron en Irlanda y vivían solo a 3 km de distancia. Se conocieron en 1768 cuando Eleanor tenía 29 años y Sarah solamente 13. A pesar de esta diferencia de edad, enseguida conectaron y se inició una amistad que se fue estrechando cada vez más. Al cabo de unos años lo hacían todo juntas. Como siempre, las malas lenguas comenzaron a murmurar, porque veían que las muchachas eran demasiado amigas y comenzaban a verlo inapropiado. Así que empezaron a presionarlas para que se casasen, que era lo decente en aquella época. Pero Sarah y Eleanor no podían soportar la idea de estar separadas, así que se negaron en redondo y aún más: decidieron escaparse. En 1778, con 10 años de amistad a sus espaldas, se vistieron con ropas de varón y se embarcaron hacia tierras inglesas.

Una vida dedicada al desarrollo intelectual

Desgraciadamente las descubrieron (sí, sin gps ni tecnologías, más bien con una cadena humana de chivatazos) y fueron devueltas a sus casas. Nótese que a estas alturas tenían 23 y 39 años y no tenían poder de decisión sobre sus vidas, y eran tratadas como menores de edad. Así era la vida para las mujeres en otros siglos. ¿Y qué pensáis que ocurrió? Obviamente, lo volvieron a intentar. Se fugaron de nuevo, no una, sino varias veces, cada vez que sus familias les hablaban de casarse con un señor. La última escapada fue la vencida y la pareja inseparable se instaló en Gales, en un pueblito llamado Llangollen. Compraron una cabañita súper acogedora y se dedicaron a estudiar, a leer y a escribir. Por que las Señoritas de Langollen eran unas intelectuales y esto llamó mucho la atención de otros intelectuales de la época, así que comenzaron a recibir visitas de escritores, artistas o aristócratas, qué querían conversar con ellas y de paso observar cómo era la vida de dos mujeres independientes, autónomas y sin presencia masculina. Por allí pasaron autores de la talla de Walter Scott, Lord Byron, Southey, Wordsworth o el Duque de Wellington.

Su fama se empezó a expandir por lo extraordinario de sus vidas y su exquisitez intelectual y Carlota de Meckemburgo-Strelitz, esposa del rey Jorge III, también quiso conocerlas y expresarles su admiración. Consiguió convencer a su marido para que les concediese una pensión vitalicia y así las Señoritas de Llangollen pudieron librarse de sus convencionales familias. Estuvieron juntas casi 50 años, compartiendo una vida sencilla, leyendo y cuidando de su huerta, y murieron siendo ancianas con dos años de diferencia.

Si te gustan las historias de otras épocas puedes leer más aquí.