¿Te suena el nombre o concepto de “los matrimonios bostonianos”? Henry James escribió una novela llamada Las Bostonianas donde describía un tipo de relación que comenzó a darse en los Estados Unidos del XIX, entre las clases altas. Un siglo antes ocurría también en Inglaterra.
Matrimonios bostonianos
Esta relación consistía en que dos amigas íntimas conviviesen cuidándose la una a la otra con el mismo esmero y devoción con el que una esposa cuida a su marido. Las mujeres que escogían este tipo de vida, lo solían hacer por huir de un marido y de la sumisión que suponía el matrimonio. Aquellas jóvenes no estaban dispuestas a doblegarse ante un hombre.
Este tipo de uniones entre dos amigas se comenzaron a llamar matrimonios bostonianos. Unos creen que este nombre lo inventó el propio James, pero también hay quien cree que hace referencia a la ciudad de Boston. Allí era relativamente sencillo encontrar a mujeres que compartían vida y espacios y fue, precisamente en Boston donde vivió la pareja más célebre de este siglo: la escritora Annie Adams Fields y la novelista Sarah Orne Jewett. Las bostonianas eran cultas, estudiosas e independientes. Sabían que su autonomía pasaba por conseguir costearse la vida por ellas mismas. Algunas disponían de herencias familiares y otras se dedicaron a la creación literaria.
En Europa en aquellos años, las mujeres empezaban a estudiar carreras y a ocupar algunos puestos de trabajo como enfermeras, doctoras, maestras, científicas… Es decir, comenzaron a trabajar fuera de sus casas y tenían capacidad económica para afrontar los gastos ellas solas, sin depender de un marido, padre, hermano o tutor. Estas nuevas mujeres, se reunían sin tener que pedir permiso, e intercambiaban ideas sobre feminismo y otros temas.
Amor lésbico a la vista de todos
La moralidad victoriana se sentía cómoda con los matrimonios bostonianos. Aquellas uniones, a ojos de la sociedad, eran una cosa inocente, pura y virginal. Ni siquiera se les pasaba por la cabeza que pudiese haber “algo más”. En siglo XIX las mujeres de clase alta, podían coquetear, seducir, enviar cartas apasionadas o besarse en los labios con otra mujer sin que nadie lo interpretase como algo sexual. En los siglos XVIII y XIV, estas amistades románticas eran muy habituales entre las mujeres de la aristocracia. Nadie se sorprendía si dos amigas se abrazaban y se acariciaban con especial efusividad. Eran relaciones que de cara al público, oscilaban entre el deseo y la complicidad, y no se veía nada indecente en ello. A pesar de que se conservan cartas apasionadas de mujeres casadas hacia sus amigas íntimas, que son más que evidentes, la mentalidad de aquel entonces no podía considerar la atracción y el sexo entre dos mujeres.
Este tipo de relaciones de amistad, más allá de la amistad, se daban también entre jóvenes solteras. Según la moral de la época, las chicas tenían que mantenerse lejos de los hombres para evitar tentaciones y mantenerse vírgenes hasta el día de su boda. Su reputación y su valía como mujer dependía de ello. Así que si la joven recurría a otra señorita que sustituyese sus necesidades de afecto durante este tiempo, se consideraba como algo inocente.
Pero en la década de 1870 comenzó a ser conocido el término del lesbianismo y al cabo de unos años, apareció en los diccionarios de medicina como una enfermedad. A partir de entonces, los matrimonios bostonianos comenzaron a verse con malos ojos.
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