Nos encantan las historias de lesbianas medievales. Nos demuestran que siempre han estado ahí, abriéndose paso entre las terribles dificultades de otras épocas más oscuras. Esta vez vamos a recordar un bonito caso que ocurrió en España, concretamente en País Vasco, en esa difícil época histórica, la Edad Media. Rescatar casos como el de estas dos valientes mujeres son importantes para entender cuánto ha habido que luchar por los derechos LGBT. También para inspirar a esas chicas que puedan estar decidiéndose a salir del armario. Y en especial, para rendir homenaje a sus protagonistas y evitar que caigan en el olvido. Además esta, es una historia con final feliz en la que triunfa el amor y la justicia.

Las lesbianas medievales de San Sebastián

Ocurría que en San Sebastián se comenzó a acusar a dos de sus vecinas de lesbianismo, tal y como reza en el acta redactada por las autoridades. El alcalde de la ciudad fue informado por sus gentes de que Maricho de Oyarçun y Catalina de Belunça mantenían relaciones, que pasaban sus ratos libres “retocándose” (bonito eufemismo) y que “usaban en uno como hombre y mujer echándose en una cama desnudas”. También está anotado que ambas yacían y se besaban y se cabalgaban la una la otra, montando sobre sus vientres desnudos, haciendo actos carnales que correspondían a lo que un hombre y una mujer deben hacer en su lecho. Y señalaban que lo habían hecho muchas veces. Sin duda, Catalina y Maricho eran mujeres apasionadas que disfrutaban del sexo libremente.

Ignoramos como obtuvieron los vecinos información tan morbosa y detallada de los encuentros eróticos de la pareja. Pero lo cierto es que debió resultar sumamente desconcertante y escandaloso en una época en la que el sexo era entendido como una herramienta estrictamente reservada a la reproducción.

Tortura, condena y desenlace

Catalina fue apresada por las autoridades y se le confiscaron todos los bienes como castigo. Esta era una forma muy habitual para penalizar los delitos porque de esta forma se extendía el castigo a toda su familia. Catalina, con un par de ovarios se declaró inocente. No sabemos si se refería a que no había hecho las cosas de las que se le acusaban o que no sentía haber cometido ningún delito. Preferimos creer que se acogía a esta segunda opción cuando clamaba ser inocente, ¿verdad?

Catalina fue sometida a un interrogatorio con tortura para que confesara. Hubo de sufrir lo que se conocía como tormento de agua. Consistía en hacerle tragar litros de agua hasta provocar el ahogamiento. Catalina se mostró inquebrantable y soportó todo el proceso sin cambiar su versión. Al final el alcalde declaró su inocencia. Pero no la dejó marchar a casa, sino que la desterró de San Sebastián. Si regresaba, sería condenada a pena de muerte.

La pena de muerte para estos casos consistía en atar a la condenada cabeza abajo desnuda en una horca y dejarla en la plaza de la villa hasta que muriese. Así serviría de ejemplo para otras lesbianas medievales.

De nuevo Catalina, hizo gala de un buen par de ovarios y apeló la sentencia ante la cancillería. Como resultado la eximieron de toda culpa y pena. Sí, salió indemne. Una bollera en un mundo de hombres en la Edad Media. Encima el alcalde tuvo que pagar los costos del proceso judicial. Lo que ya no sabemos es si Catalina volvió a disfrutar de fogosos encuentros con Maricho. Ojalá que sí.