La noticia de la aprobación de las uniones homosexuales en Italia nos ha provocado un sentimiento agridulce. En primer lugar, de alegría por dar un pasito más en la lucha por la igualdad de derechos a lo largo y ancho del planeta. Pero también de tristeza porque, para conseguir los votos necesarios, se ha tenido que renunciar al nombre: en Italia serán ‘uniones civiles’ y no ‘matrimonio’; y porque las parejas italianas de homosexuales no tendrán derecho a adoptar niños. Vamos que la ley les concede las mismas obligaciones, pero no los mismos derechos de los matrimonios convencionales. Una de cal y una de arena.
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