La sintió avanzar a través de las sábanas, trepar por su espalda para refugiarse en todos los rincones de su piel. Notó su mano recorriendo su cicatriz. Ona le hablaba de la primera noche que estuvieron juntas. Ella también se acordaba. Recordaba perfectamente aquella noche, de hecho, había recordado tantas veces aquella noche…una semana más tarde la había dejado sola en aquel pueblo inglés, bajo aquella lluvia fina y después la había vuelto a dejar sola a su pesar, totalmente perdida, con demasiadas preguntas sin respuesta… ¿por qué no la llamó? Ni siquiera lo intentó… No acertaba a darse una respuesta coherente. Quizás fue miedo. Miedo al rechazo. A descubrir que tal vez ya estaba con otra. A descubrir que tal vez la había olvidado. Y entonces la encontró en Nueva York y Ona le dijo que había pensado en ella mucho tiempo, que la buscó hasta que ya no supo dónde hacerlo, que el perfume de Eau Sauvage le recordaba a ella, que cada vez que comía pizza se acordaba de ella, que de vez en cuando la imaginaba sobre la hierba de aquel jardín, de aquel colegio…y en aquel momento, Carmen supo que también se había acordado siempre de ella, que la había buscado en otras mujeres pero que nunca la había encontrado…porque ninguna era como Ona, pero no le dijo nada. Había llegado tarde, demasiado tarde. Ella estaba con Maite. Pero en aquel momento ya no. Volvían a encontrarse y ya no. Maite ya no estaba en su vida. Ona lloraba como una niña pequeña en medio de una habitación a oscuras y pensó que faltaban 4 días para volverla a dejar sola en aquella ciudad. O tal vez no. Quizás aquella noche era el inicio de algo nuevo. Tal vez iba siendo hora de no despedirse de ella ahora que todo parecía empezar. Quizás aquél era el momento para abandonar su elipse y así poder continuar al lado de Ona. Puede que aquella hipótesis fuera una estupidez, pero daba sentido a todos aquellos encuentros y desencuentros. Era quizás el momento de salir de aquella trayectoria vital que las obligaba a reencontrarse a veces. Tal vez era el momento de darse la oportunidad de recomponer su vida. Había pasado demasiado tiempo en su consulta, recomponiendo las vidas de los demás. Quizás ahora era el momento de hacerlo con la suya. Sabía que aquella era la pieza que faltaba para completarse y estaba allí, frente a ella, a dos milímetros sobre unas sábanas azules perfumadas de Flor Oceánico. De repente, supo que a su lado la vida adquiría otro sentido y que ella lograba sacar su mejor parte, su mejor rostro, su mejor persona. Supo que estar a su lado la hacía feliz, mucho más feliz de lo que había sido nunca, era como reencontrarse con aquella persona que un día fue y que se había perdido por el camino.
Ona por favor, deja de llorar-le pidió Carmen
-No puedo.
-Pues deberías o de veras, vas a conseguir que yo también termine llorando.
El bebé de los vecinos de arriba empezó a llorar y se escucharon pasos acelerados corriendo hacia ese lugar en el que el niño gimoteaba.
-Ya se ha despertado Lucas- dijo Ona
-Se habrá despertado por la lluvia.
-Puede.
-¿Es muy pequeño?
-Cinco meses.
Pensó que no le hacía falta recorrer ningún pasillo para aplacar el llanto de Ona, tan solo le bastaba con tender la mano y explicarle que tal vez podía quedarse a su lado. Llevaba meses pensando en aquella posibilidad pero no le encontró sentido. ¿Por qué marcharse de Nueva York? ¿Por qué abandonar aquel trabajo que tanto le gustaba? De pronto, todo encajaba. Carmen se acercó y la besó y entonces sus labios se llenaron de lágrimas que sabían a sal…
-Me han ofrecido trabajo en Barcelona.
-¿Por qué no me lo habías dicho?
-No lo sé. ¿Por qué no me dijiste que ya no estabas con Maite?
-Te lo dije.
-Me lo dijiste hace cuatro días, por así decirlo… ¿por qué no me dijiste en todo este tiempo que me querías?
-No lo sé. Hay tantas cosas que no se hacen y que no se dicen y de las que nunca sabes el porqué…. No lo sé.
-A lo mejor, si me lo hubieras dicho, yo no me hubiera quedado en Nueva York.
-¿Y tú por qué no me dijiste que me querías?
-Ona, estabas con Maite… ¿Qué sentido tenía decírtelo?
-Tienes razón.
-Tú eres la única persona por la que me marcharía de Nueva York.
-¿Me lo dices en serio?
-Pues claro. Ya sabes que te quiero. No es que crea que te quiero. Sé que te quiero. Estoy tan segura como que hoy estoy aquí.
-¿Me estás hablando en serio?-insistió Ona.
-¿Tú me quieres?-le preguntó Carmen.
-Pues claro. Hace mucho tiempo que te quiero- le respondió Ona.
Aquella noche se quedaron dormidas pensando en aquel futuro que las aguardaba a la vuelta de la esquina.
-Carmen.
-¿Qué?
-Te voy a echar de menos cuando te marches.
-Pero me tengo que marchar si quiero volver-dijo Carmen
-Me iría contigo. No quiero que te vayas.
-Anda, duérmete. Esta vez voy a volver. Confía en mí. Buenas noches-le dijo Carmen.
-Buenas noches.
Cuatro días después, Ona vio cómo Carmen ascendía por las escaleras mecánicas del vestíbulo del aeropuerto y se hacía pequeña hasta desaparecer en lo alto, engullida por la terminal de salidas. La imaginó colocando su equipaje de mano en el compartimiento superior, recostando su cabeza contra la ventanilla, observando desaparecer la tierra bajo sus pies para luego irrumpir en el cielo, entre nubes blanquecinas, atravesando un mar inmenso hasta llegar a Nueva York. Luego la imaginó embalando sus libros, sus platos, apelotonando ropa en algún sofá para después ubicarla en maletas, abriendo y cerrando puertas de armarios hasta desvalijarlos por completo de todos aquellos cachivaches que habían conformado su vida en aquella ciudad. Después la supuso despidiéndose de su gente, de sus pacientes, oliendo por última vez el aroma de Nueva York y entonces, se dedicó a vivir como si en su vida sólo importara una cosa: que Carmen regresara.
(Continuará el viernes próximo)
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