Ona introdujo la tarjeta plastificada dentro de la ranura y la puerta se abrió. Dejó la maleta sobre la cama y llamó a la recepción. Al cabo de unos minutos una empleada del hotel golpeaba la puerta y segundos más tarde se marchaba llevando en sus brazos un vestido palabra de honor de color verde botella. Ona sacó su neceser y lo dejó sobre la repisa del baño. Tenía ganas de ducharse. No soportaba cambiarse de ropa sin hacerlo.
Abrió el grifo, corrió las puertas de la mampara de la ducha, dejó la ropa que había usado para el vuelo sobre la tapa del lavabo y empezó a sentir cientos de gotas chocando contra su cuerpo, creando después un reguero de espuma que se arremolinaba en el desagüe. Luego empezó a secarse, se colocó una toalla en la cabeza a modo de turbante, sacó un tarro del neceser, lo abrió y empezó a ponerse crema hidratante sobre la cara. Entonces Natalia golpeó la puerta.
-¡Ábreme, soy yo!
Ona corrió en dirección a la puerta. Le abrió.
-¿Aún no te has vestido?
-Chica, ¿qué quieres? Tenía que venir la de la tintorería del hotel a coger el vestido.
-¿No tienes la tele puesta? Lo que te estás perdiendo. Se ha estrellado un avión en las Torres Gemelas.
Natalia cogió el mando, encendió el televisor y se dejó caer sobre la cama. Sintonizó la CNN. Ante ellas una de las Torres Gemelas echando humo. Ona continuó vistiéndose mientras charlaba con Natalia, mientras contemplaba aquel espectáculo que parecía sacado de una película de ciencia ficción. Una y otra vez, las mismas imágenes, el avión hundiéndose en la torre norte, desapareciendo en ella, creando una gran bola de fuego.
-Pero ¿cómo ha podido pasar algo así?-preguntó Ona.
El locutor de la CNN hablaba de una colisión fortuita del vuelo 11 de American Airlines, con 92 personas a bordo procedente de Boston y con destino a Los Angeles. Se refería a aquel accidente, como un hecho inaudito e incomprensible y relataba que se había iniciado la evacuación de la torre afectada y que la otra no había sufrido ningún daño y que por lo tanto, su actividad no se había visto modificada. De pronto Ona sintió que su cuerpo se tensaba, que un escalofrío la recorría por dentro apretujando sus intestinos, su corazón, sus pulmones, dejándola casi sin aire para respirar.
-Carmen está ahí.
-¿Cómo?
-Que Carmen tenía que visitar las Torres Gemelas. Tiene que estar ahí.
-¿Qué coño estás diciendo? –dijo Natalia.
-Que Carmen visitaba hoy las Torres Gemelas. Tiene que estar ahí. Me dijo que les abrían el mirador para los del congreso de psiquiatría.
-Las visitas empiezan a las 9:30.
-Puede, pero estoy segura de que ella me dijo a las 9. Carmen me dijo que les abrían la azotea a las 9 en exclusiva, sólo para ellos. Estoy segura.
-¿Te quieres tranquilizar? Supongamos que es cierto que han abierto antes la azotea para ellos, estará ahí, pero no arriba porque en esa torre no está el mirador, está en la otra, así es que aunque esté allí, no le habrá pasado nada. Además, el avión se ha estrellado a las 8:45 a m, así es que tranquilízate.
Ona pareció serenarse por unos instantes. Respiró profundamente tratando de regular el pulso. Empezó a creer en las palabras de Natalia. Si Carmen estaba a punto de alcanzar aquel mirador, éste estaba en la torre que no estaba afectada. Continuó vistiéndose mirando de reojo el televisor, mientras Natalia permanecía sentada en un extremo de la cama, contemplando aquel espectáculo de humo negro y llamas, y entonces, cuando nadie se lo esperaba, otro avión se estrelló, en esta ocasión, contra la torre sur del World Trade Center, era el vuelo 175 de United Airlines que había despegado a las 8:14 de Boston con 65 personas a bordo y que se dirigía también a Los Ángeles. En ese momento, Ona pensó en Carmen sin remedio. Miró el reloj digital que parpadeaba en la parte inferior del mueble del televisor. Eran las 9:02 am. Fue entonces, cuando se derrumbó y su llanto ocupó aquella habitación.
-Llámala-Le dijo Natalia
-¿Qué?
-¿No os disteis los teléfonos? Llámala. Me juego lo que quieras a que no está arriba de la torre. No le ha dado tiempo. Habrán parado los ascensores. Créeme, no le ha dado tiempo a subir-le dijo
Natalia sabía entonces que existía la posibilidad de que Carmen estuviera ya en el ascensor de la otra torre, pero continuó tratando de calmar a Ona.
-¿Quieres tranquilizarte?
-No puedo, joder.
-Me estás poniendo histérica. Dame el teléfono. ¿Copiaste su número, no?
-Sí-musitó.
-Pues dame el teléfono.
Natalia rebuscó en la libreta de contactos del teléfono de Ona hasta que dio con el número de Carmen. La llamó, pero sólo escuchó una voz que le indicaba que no podía establecerse aquella comunicación. El tiempo pasaba. Lo intentó una y otra vez, pero no lo consiguió.
De repente, el teléfono del hotel sonó.
-¿Quieres que lo coja?-le preguntó Natalia.
-No. Ya lo cojo yo. Igual es Oristrell y no le gustará que lo coja otra persona.
-No estás en condiciones.
-Lo estaré.
Ona respiró hondo tratando de tranquilizarse y luego descolgó el auricular. Pero no era Miquel Oristrell sino alguien de la oficina de protocolo de la Cámara de Comercio que le anunciaba que todos los actos de aquel día se suspendían. Ona llamó a su jefe y Natalia al suyo para comunicárselo. Después se quedaron sentadas al borde de la cama, viendo aquel momento que paralizó al mundo, mientras Natalia la abrazaba y Ona lloraba a trompicones. De repente sonó su móvil.
-¿Estás viendo la tele? ¿Estás viendo lo de las Torres Gemelas?
Era Maite, su pareja.
-Sí-respondió Ona
-Aquí lo hemos visto en directo, en el Telediario. ¡Qué fuerte! ¿Es un atentado no?
-Se ve que sí.
-¿Ona, estás llorando?
-Sí.
-¿Qué te pasa?
-Nada. Me impresiona, eso es todo.
-¿Seguro que es eso?
-Sí. De verdad. Hay gente saltando, coño. ¿No lo has visto?
-Ya. Es una pasada realmente.
Al cabo de unos instantes se despidieron. Minutos más tarde, la CNN empezó a ofrecer imágenes del Pentágono, en donde el vuelo 77 de American Airlines que había despegado del aeropuerto Dulles de Washington con destino a Los Ángeles, acababa de estrellarse. De pronto, empezaron a escuchar el sonido de sirenas, bullicio de coches… La paz de Washington había saltado por los aires. Ona continuó marcando el número de Carmen pero por más que lo intentó no logró dar con ella. Natalia insistió.
-Me juego lo que quieras a que no le ha pasado nada.
-¿Pues por qué coño no coge el teléfono?
-Hay un error de conexión. Puede ser por muchos motivos-le dijo Natalia.
-Dame el teléfono.
Ona insistió, marcó y marcó aquel número cientos de veces. No lograba dar con ella. Hasta que de pronto, sonó su móvil.
– ¿Sí?
No escuchó ninguna voz. Tan solo percibió el ruido de las sirenas de las ambulancias, el sonido de las caóticas calles…cientos de voces atropelladas. Después, el silencio. La comunicación se cortó.
-¿Era Carmen?-le preguntó Natalia
-No lo sé…supongo. Era su teléfono. No he podido hablar con ella. Sólo he escuchado ambulancias y mucho lío.
De nuevo sonó el teléfono. Alguien la llamaba con un móvil desconocido. Descolgó y entonces sí que escuchó una voz.
-¿Ona?
-¿Carmen?
-Sí-gritó.
-Ahora te oigo, menos mal. ¿Estás bien?
-Sí ¿y tú? –gritó Carmen
-Si- respondió Ona, tratando de contener el llanto, sin conseguirlo.
-¿Estás ahí? ¿En el World Trade Center?
-Sí. ¿Estás llorando?-le preguntó Carmen
-Sí.
-¿Qué te pasa?
-Nada. Estoy viendo la tele y me impresiona, eso es todo.
-Está saltando la gente, Ona. No sabes lo que es esto.
-Lo estamos viendo.
-¿Me has llamado, no?
-Sí.
-Oye no puedo hablar mucho. Me ha dejado un colega el móvil. El mío se ha quedado sin batería cuando intentaba llamarte. ¿Qué querías?
-Estaba preocupada por ti. Pensaba que estabas arriba.
-No, no estaba arriba…estábamos a punto de subir, pero prefiero no pensarlo. ¿Me oyes bien? Yo te escucho fatal. Nos obligan a apartarnos mucho más. Están empezando a decir que las torres van a derrumbarse.
-Sal de ahí.
-¿Qué?-gritó Carmen.
-Sal de ahí.
-Tranquila. Estamos lo suficientemente lejos. Te voy a colgar. No te escucho muy bien. Te llamo luego, en cuanto tenga batería. Un beso-gritó Carmen.
-Adiós.
-Oye.
-¿Qué?-gritó Ona.
-Gracias por preocuparte por mí.
Carmen colgó y Ona se derrumbó sobre la cama, incapaz de contener las lágrimas. Natalia se acercó a ella y la abrazó.
-Si yo llorara por alguien así, me replantearía muchas cosas- le dijo Natalia.
Ona no le respondió.
-Si yo supiera que alguien llora así por mí, lo dejaría todo y correría a su lado sin pensármelo dos veces-continuó Natalia.
Ona tampoco le respondió. Siguió llorando contra el edredón, liberando toda la tensión que había tratado de contener. De pronto, pensó en aquel reencuentro con Carmen en Nueva York, en todos sus sentimientos hacia ella aletargados demasiado tiempo y que en aquel momento habían emergido sin remedio. Fue entonces cuando supo que quería a Carmen más de lo que había querido nunca a otra mujer. De pronto, su relación con Maite no tenía sentido, ya no tenía sentido, o quizás nunca había tenido sentido. Tal vez creyó que se había enamorado de ella, porque pensó que nunca podría encontrar a Carmen y de pronto, había aparecido, en un ascensor, en Nueva York. La mente humana tiene frecuentemente un comportamiento extraño. Nos obliga a creer que queremos a quien no queremos, que somos lo que no somos, que vivimos una vida que no vivimos, como si fuéramos el resultado de una auto hipnosis. La mente humana, en definitiva, tiene tendencia al auto engaño, a crear espejismos, lo importante es que tarde o temprano nos demos cuenta de que hemos vivido una farsa que debe terminar, por mucho que nos duela, por mucho que hiramos a los demás…
Ona estuvo esperando aquella llamada que ella le había prometido pero no la recibió. La llamó, pero no pudo localizarla. De hecho, Ona no volvió a hablar con Carmen hasta una semana más tarde, cuando regresó a España. Entonces ese mismo día, mientras aguardaba a que su maleta se deslizara por la cinta transportadora del aeropuerto, recibió una llamada de Carmen en la que le decía que no iba a volver, que se quedaba a Nueva York, indefinidamente.
Ona contempló las maletas ajenas dispuestas sobre la cinta, sus ojos siguieron una y otra vez su recorrido. Un, dos, tres, duerme. De pronto, volvió a pensar en Maite y en ella, y en aquella relación que de nuevo le parecía tener sentido. No quería sentirse sola. No podía estar sola. No soportaba la soledad. Pulsó la tecla verde de su teléfono móvil.
-Hola.
-¿Ya estás aquí? Estoy aparcando el coche. En cinco minutos estoy aquí-le respondió Maite.
-Tranquila, estoy esperando la maleta. Tengo ganas de verte. Te he añorado mucho-dijo Ona.
-Yo también te he añorado. Hasta ahora. Te quiero-le respondió Maite.
-Yo también te quiero.- Le dijo Ona, aunque en aquellos momentos ya sabía que había dejado de quererla, que ya no sentía lo que alguna vez sintió por ella, o lo que alguna vez creyó que había sentido por ella, pero no le importó, continuó comportándose como si Maite fuera la mujer de su vida.
(Continuará el viernes próximo)
Este relato está registrado. ©
Me gusta mucho este relato, aunque este ultimo capitulo es algo desesperanzador. Sin embargo, debo asumir que en algún momento van a estar juntas de nuevo.