-¿No la habías visto desde entonces?- preguntó Natalia.
-Qué va.
-¿No sabías nada del accidente?
-No tenía ni idea. Me enteré ayer-dijo Ona.
La azafata les interrumpió para preguntarles si querían té o café. Les sirvió lo que habían pedido y continuó arrastrando el carro de las bebidas. Ellas siguieron hablando.
-¿Conducía la madre?-preguntó Natalia.
– Sí. Se ve que perdió el control en una curva y en fin… dieron varias vueltas de campana y en una de esas vueltas, la pobre mujer salió disparada y al cabo de dos días, murió.
-Pues tu amiga aún salió bastante bien parada.
-Desde luego- respondió –pero tú imagínate qué palo despertarte en un hospital y descubrir que llevas seis meses en coma y que tu madre ha muerto.
-No quiero ni pensarlo. Es lo más triste que he escuchado en mucho tiempo. ¿Y ella cómo está? ¿Tiene secuelas?-le preguntó Natalia.
-A simple vista, no se le nota nada, pero me comentó que tiene una cicatriz en la espalda alucinante. El que sí que tiene alguna secuela más visible es su hermano. Se ve que anda con alguna dificultad.
-¡Qué historia más triste! Si a lo mejor, tú hubieras encontrado a su padre en el hospital, él te lo hubiera podido explicar todo.
-Pero su padre, ni siquiera llegó a incorporarse. Por eso, nunca lo encontré. ¡No ves que el hombre cogió una depresión!
-No me extraña, pobre tío. Debió de estar pensando meses y meses, porqué le insistió a su mujer para que trajera el coche a Madrid aquel día.
-Supongo.
– Ostras ¡qué fuerte! Si fuera ahora, con internet, igual todo hubiera sido más fácil. Hubieras entrado en la web de Páginas Blancas y hubieras localizado el número de su casa en un abrir y cerrar de ojos y en algún momento hubieras encontrado al padre.
-No lo tengo tan claro. Sólo sabía que se llamaba López. Pero no te creas que no llamé a Telefónica, lo que pasa es que tampoco tenía muchos datos. Intenté saber algo más para poder buscar mejor, pero en el listín de Barcelona que tenían mis padres, no aparecía ningún López ni en la calle ni en el número en el que habían vivido, ni siquiera aparecía el teléfono de Carmen. Intenté saber quién era el titular de aquel número que ella me había dado, pero la respuesta de la compañía fue que no podían facilitarme esa información.
-¿Y eso? ¿Cómo es que no figuraba el número ni el nombre? ¿Por qué tanto secreto?
-Entonces no entendí nada. Ahora lo sé. Su padre no quería llamadas extrañas de pacientes, así es que su número no figuraba en la guía. Ni siquiera estaba a nombre de su mujer o algo así. No había rastro del número. Pero bueno, yo en aquel momento no me imaginaba algo así.
-Supongo que el padre siendo psiquiatra… pues igual si hubiera aparecido el número en la guía, hubiera recibido llamadas de gente un poco perturbada.
-Me imagino. Volví al edificio, miré en los buzones, pero ya aparecía el nombre de los nuevos inquilinos.
-Y los nuevos inquilinos, ¿no supieron decirte nada?
-El padre les había facilitado la dirección del hospital y les pidió que si llegaba alguna carta la remitieran allí, pero en fin, ya te he dicho que nunca se incorporó. Así es que, como ves, sólo me quedaba la opción de buscar teléfonos en Madrid a nombre de López y ¿sabes cuántos López vivían entonces en Madrid?
-Ni idea.
-Sólo te digo que teniendo en cuenta que cada vez que llamabas a información de Telefónica únicamente podían darte tres números, probablemente hubiera tardado años en localizarla. Francamente, igual ahora se me hubieran ocurrido miles de cosas para poder encontrarla, pero al final desistí. Lo que realmente pensé era que en el fondo, Carmen no quería saber nada de mí, que tal vez había conocido a otra.
-Bueno, ¿pero ahora os habéis dado los teléfonos y todo eso no?
-Sí.
-¿La llamarás?
-Algún día me gustaría llamarla. Claro que sí.
-¿Tú crees que ella te llamará?
-No lo sé.
De repente, el piloto anunció que estaban a punto de iniciar el descenso. Ona y Natalia se abrocharon sus cinturones de seguridad.
-Recuérdame cuando lleguemos al hotel que llame a la tintorería para que me laven el vestido verde, no quiero que Bush me vea hecha un adefesio mañana en la cena-le dijo Ona
Natalia sonrió.
– Bush a la hora de la cena, puede que ya no se vea ni a sí mismo. Oye por cierto, tú acuérdate cuando no quieras ese vestido verde, que me lo puedes regalar y que yo lo recibiré encantada.
-Si te regalo ese vestido verde va a parecer que llevas una minifalda en vez de un vestido de noche.
-Eres una exagerada.
-Claro, claro.
-Oye-dijo Natalia
-¿Qué?
-¿De verdad fue tu primera experiencia con una mujer?
-Sí. Tal vez si no la hubiera encontrado hubiera tardado más en darme cuanta de que a mí los tíos como que no.
-Joder tía, reencontrarte con tu primer amor… lésbico, ¡qué bonito! Ahora que también te digo, si yo tengo la desgracia de reencontrarme con mi primer novio, igual no me haría tanta ilusión.
-¿Y eso?
-¿Te haría mucha gracia encontrarte con alguien que te dejó plantada porque dejó embarazada a otra?
-Pues no, la verdad. ¿Y qué te dijo?
-La ristra de chorradas que los tíos dicen cuando los pillan con las manos en la masa. Yo qué sé, ya ni me acuerdo. Por cierto, ¿has pensado en lo que hubiera pasado si Carmen no hubiera tenido el accidente aquel día y no hubiera estado un año postrada en la cama de un hospital?
-Desde ayer, todo el tiempo-dijo Ona
-¿Tiene pareja?
-¿Quién? ¿Carmen? No. Oye, que yo sí que tengo pareja –respondió Ona.
-Bueno, quién sabe. La vida es muy rara.
El avión aterrizó. Aguardaron a que salieran las maletas y después subieron al minibús que las llevaría al hotel. Ona repasó en el trayecto la agenda del día. Abrió su dietario por el día 11 de septiembre del 2001. Se había tenido en cuenta que la delegación española venía de Nueva York, por ese motivo, el primer día todo comenzaba bastante tarde. A las 10 am tenían un primer encuentro con empresarios norteamericanos en la Embajada española. A las 11 am estaba prevista una mesa redonda con periodistas. Después la comida y por la tarde un ciclo de conferencias. El minibús entró en Washington. Sus avenidas amplias repletas de árboles a través de los cuales se entreveían los edificios más emblemáticos de la ciudad, parecían más tranquilas que en viajes anteriores. Ona miró a través de la ventana del minibús y contempló el cielo azul en el que flotaban algunas nubes dispersas. A las 8:30 am se detuvieron frente al hotel. Antes de bajar Ona pensó en Carmen y supuso que tal vez estaría a punto de reunirse con el grupo de psiquiatras en la base de las Torres Gemelas. La imaginó saludándolos, apartándose el flequillo, inclinando la cabeza y colocando su mano derecha a modo de visera sobre la frente para contemplar la altura de aquellos edificios. Estarían a punto de subir y entonces, en el preciso instante en el que Carmen entrara en aquel ascensor, el aroma de Eau Sauvage flotaría en él, impregnando todos los rincones.
(Continuará el viernes próximo)
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