El domingo 1 de marzo de 1987 Carmen se despidió de Ona en la estación de autocares. Tomaron un té e intercambiaron sus direcciones. Sabía que no podía llamarla a la casa en la que Ona se alojaba en Éxeter porque la normativa de la escuela lo prohibía así es que prometieron escribirse para seguir sabiendo la una de la otra, a pesar de estar separadas por miles de kilómetros.
-¿Y si te llamo yo?-preguntó Ona.
-¿Quieres acabar con tu presupuesto?
-Tienes razón-respondió Ona.
-Voy a estar todo el día en la biblioteca y en mi casa no hay nadie hasta la noche. Yo creo que es mejor que nos escribamos. De veras. Cuando tú estarás cenando yo aún estaré estudiando. Además, paso de que me llames desde una cabina a las 9 de la noche en esa urbanización fantasma en la que vives.
-Como quieras. Pero bueno, igual algún día te llamo. Acuérdate que voy a estar en Éxeter hasta el 4 de junio, a partir de entonces escríbeme a la dirección Barcelona.
-Cuando vuelvas a Barcelona entonces sí que no te escribiré, tonta, te llamaré y quedaremos. O llámame tú.
-Vale.
Llovía, como siempre y hacía frío. Carmen subió al autocar, se ubicó en su asiento, al lado de la ventana mientras el motor se ponía en marcha. Apenas un minuto y se iría. Entonces, el autocar inició su marcha con Carmen pegada a la ventana, contemplando a Ona que corría tras ella, como resistiéndose a perderla de vista, como no queriendo separarse de ella. Ona vio que Carmen abría la boca lanzando vaho sobre el vidrio para después escribir sobre él: TE QUIERO, después levantó su brazo y se despidió. Ona quiso continuar corriendo pero no pudo. Se detuvo en seco en medio de la calle contemplando cómo se hacía pequeño aquel autocar hasta convertirse en un punto que se perdía por el horizonte, y entonces supo que se había quedado sola en aquel pueblo que parecía mucho más sombrío, bajo aquella lluvia que caía sin cesar. Aquella misma tarde le escribió una carta diciéndole que se sentía perdida sin ella, como si hubiera extraviado su brújula en medio de un desierto. A pesar de decidir comunicarse por escrito, al día siguiente, al salir del colegio Ona se metió en una cabina y marcó su número de teléfono para escuchar de nuevo su voz, pero no la encontró, de hecho lo intentó en otras ocasiones pero nunca encontró a nadie. Cuando llegaba la noche y pensaba en ella y en llamarla, ya era demasiado tarde en España para hacerlo y para recorrer las solitarias calles de aquella urbanización en busca de la única cabina que existía. Vivían en mundos diferentes, con horarios incompatibles. Carmen ya se lo había advertido. Ona supo entonces que debía resignarse a saber de ella a través de sus cartas.
La marcha de Carmen dejó un vacío muy profundo en Ona, una soledad insoportable, a pesar de estar siempre rodeada de otros alumnos. De vez en cuando, sentía que le faltaba el aire, que las lágrimas le resbalaban sin remedio mientras caminaba por aquellas calles que antes había recorrido con ella.
Dos semanas después de su marcha, Ona recibió la primeras carta que le contaba que se pasaba los días estudiando para la selectividad, que en Barcelona ya era primavera, que las terrazas estaban a rebosar, que la quería, que la añoraba cada día, Ona le explicaba en sus cartas que su inglés era cada vez mejor, que los días empezaban a ser menos lluviosos, que los alrededores de la Catedral se llenaban cada mediodía de gente que se tumbaba sobre la hierba a comer y a tomar el sol, que cada tarde bajaba al río a tomarse media pinta de cerveza con un trozo de pizza en el Mill on the Ex, que también la quería.
Pero un buen día, cuando Ona estaba a punto de regresar a Barcelona, las cartas de Carmen dejaron de llegar, tan solo recibió las que ella había escrito, devueltas, con la anotación de un funcionario de correos sobre el nombre de Carmen y su dirección: desconocido. Se decidió a llamarla, pero sólo escuchó una voz que le decía: el número marcado, no existe. Insistió durante algunos días, llamó, volvió a escribir. Carmen había desaparecido de la faz de la tierra, como la estela de un avión que se difumina en el cielo. A partir de ese momento, los días se hicieron insoportables y las noches demasiado oscuras para sentirse viva. Fue entonces, cuando empezó a refugiarse en aquellas fotografías en las que Carmen aparecía junto a ella en Londres, tumbada sobre el jardín del colegio, tomándose aquella taza de té junto a Mr. Haddon, brindando con Misako Yagi en su fiesta de despedida, en Stonehenge…No quería olvidarla, no quería perder todos los pequeños detalles que creaban su todo, su flequillo sobre su ojo derecho, su cigarro en su mano izquierda, su cazadora de piel negra…pero por más que lo intentaba, de vez en cuando, su imagen empezaba ya a desdibujarse en su memoria.
Unas semanas después, cuando Ona regresó a Barcelona, decidió visitar el edificio en el que meses antes había vivido Carmen. En el vestíbulo, sentado tras un mostrador, leyendo un periódico encontró al portero de la finca.
-¿Los López? Se fueron a Madrid. Creo que el padre se fue de jefe de algún hospital o algo así. No te puedo decir nada más. Lo siento.
Aquel día, Ona sintió un vacío difícil de medir, una sensación de abandono difícil de explicar. Cuando se marchó del edificio en el que los pasos de Carmen se perdían, le pareció que alguien le había lanzado una guillotina desde el cielo y le había partido el alma en dos, dejándola a su suerte, perdida en un limbo extraño.
Pasaron los días, y después los meses, y un buen día que estaba en su habitación estudiando, su madre llamó a la puerta.
-Hija, te ha llegado esta carta.
Mr. Haddon le escribía desde Éxeter, le hablaba de la escuela y le preguntaba por sus estudios en la universidad, por su vida, por su familia, pero básicamente, le escribía para decirle que su casera, Fiona, había recibido una carta dirigida a ella tres meses después de que abandonara Éxeter. Existía un error en un número del código postal, quizás por ese motivo, aquella carta había estado dando vueltas y más vueltas, hasta que Fiona la había encontrado bajo la puerta de la entrada de su casa. Ona observó el sobre que permanecía cerrado dentro del otro. Lo sacó. Era de Carmen. Le escribía desde Barcelona. Rompió aquella carta y la leyó.
Barcelona 07 de mayo de 1987
Querida Ona,
Tengo una mala noticia que darte. Me voy a vivir a Madrid. A mi padre le han ofrecido dirigir la unidad de psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón y nos marchamos todos allí. He intentado por activa y por pasiva quedarme en Barcelona, pero mis padres no quieren ni oír esa posibilidad, así es que todos los planes que habíamos hecho tú y yo se van a la mierda directamente. Aún no sé dónde vamos a vivir porque mis padres todavía no han encontrado casa, pero no creo que tarden mucho. Tenemos que estar allí para la segunda quincena de mayo. En cuanto sepa mi nueva dirección te escribo. De lo nuestro no te preocupes, no seremos ni las primeras ni las últimas que mantienen una relación a distancia, será más complicado pero estoy convencida de que podremos hacerlo. ¿Te dije en la última carta que te quería? Es mentira. Te quiero mucho, demasiado. Estoy segura, nunca he estado tan segura. Oye igual tardo un poco en escribir, ahora con el rollo de la mudanza y de la selectividad voy a ir bastante de bólido así es que perdóname si no te escribo como antes. ¿Sabes lo único bueno de todo esto? Que la selectividad la haré en Madrid y me ahorraré el catalán. En fin, hay que encontrar siempre el vaso medio lleno. ¿No crees? Por cierto, vuelves el 4 de junio ¿No? Quédate al lado del teléfono, te llamaré. Tengo ganas de escuchar tu voz.
Un beso.
Carmen
Ona leyó aquella carta escrita meses antes hasta aprendérsela casi de memoria. Podía repetir todas aquellas palabras, una detrás de otra, pero por más que la releía no lograba entender qué había pasado para que Carmen no la hubiera llamado. Un día se dijo que debía olvidarla, que debía aprender a vivir como si ella nunca se hubiera cruzado en su camino, como si nunca hubiera vivido con Carmen aquellos meses en Éxeter, como si aquello que pasó en Londres nunca hubiera sucedido. De vez en cuando, la recordaba, se la imaginaba sobre la hierba, con su flequillo sobre su ojo derecho, lanzando bocanadas de humo contra el mundo, entrelazando sus manos con las de una mujer que ya no era ella, susurrando palabras al oído de otra mujer que ya nunca sería ella, y entonces volvía a preguntarse sobre el silencio de Carmen, sobre el porqué de la desaparición de su vida sin siquiera dar una explicación.
En aquel momento, Ona aún no podía imaginar que tardaría mucho tiempo en atar todos aquellos cabos sueltos, en descubrir porqué un día Carmen decidió dejarla en tierra de nadie, a la deriva, en medio del mundo, sin más.
(Continuará el viernes próximo)
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