Existe la teoría de que al nacer generamos una trayectoria vital que tiende a desarrollarse en línea recta. Esa misma hipótesis asegura que hay gente que en el momento de su nacimiento, crea una elipse similar a la de una órbita planetaria, siendo ése el motivo por el que su vida regresa una y otra vez a un punto inconcreto, repitiendo vivencias, situaciones o momentos. Algunas veces, las órbitas de dos personas colisionan, se entrecruzan atraídas por una fuerza que los expertos aún no han logrado identificar, y es entonces cuando sus vidas retornan una y otra vez a un momento impreciso, manteniéndose unidas durante un tiempo no determinado, para después volver a distanciarse.
Tal vez, cuando Ona y Carmen nacieron, cada una de ellas quedó atrapada en una elipse y un buen día sus órbitas se entrelazaron, sin más. Quizás sea ese el motivo por el que sus vidas regresan cíclicamente a una coordenada aleatoria de espacio tiempo y permanecen unidas un período indefinido para después distanciarse, deseando que ocurra algo que las permita continuar juntas de una vez por todas.
Aquella noche, Ona sintió la necesidad de permanecer junto a Carmen definitivamente mientras se acurrucaba en la cama, mientras contemplaba su espalda cálida. Se aproximó a ella y siguió con su dedo índice el trazo de aquella cicatriz que serpenteaba en su espalda y después avanzó sobre su piel con miles de besos lentos.
-La primera vez que nos acostamos te fuiste al cabo de una semana- le dijo Ona.
-Es verdad. ¿Dónde nos quedamos?
-Yo te dije que creía que te quería.
-Y yo también te dije que creía que te quería- respondió Carmen
-Y entonces te dije que te añoraría cuando te marcharas.
-Lo recuerdo.
-Ahora te lo vuelvo a decir. Voy a añorarte cuando te vayas. Estoy harta de encontrarte y tener que decirte adiós. Estoy cansada de separarme de ti después de estar contigo, de que lo nuestro termine cada vez que parece que empieza- dijo Ona.
Carmen se giró y la abrazó y así se quedaron, entrelazadas, hablando bajo, casi al oído.
-Ya lo sé. A mí tampoco me gusta esta situación- le dijo a Ona
-¿Tú crees que algún día nos volveremos a ver y será para siempre?
-Nunca se sabe, pero creo que cada una de nosotras vive dentro de una elipse.
-¿Qué quieres decir?- preguntó Ona.
-Hay una hipótesis que circula sobre las trayectorias vitales elípticas.
-¿Qué es eso?
-¿No has oído hablar de las trayectorias elípticas?- preguntó Carmen
-No lo he escuchado en mi vida.
-Yo tampoco lo había escuchado hasta que una vez, en una entrevista en la NBC, hablaban de esa gente que parece vivir en un déjà vu constante o de esas personas que se encuentran y después vuelven a separarse una y otra vez a lo largo de sus vidas, como nosotras y de repente, me acordé de ti y empecé a entenderlo todo.
-¿Y qué decían?
-Pues que hay gente que en vez vivir una trayectoria en línea recta, genera una especie de elipse y por eso vuelve una y otra vez a un punto inconcreto y en algunas ocasiones, se encuentra con otras personas que también han quedado atrapadas en el interior de una elipse.
-¿Hay alguna manera de salir de ese bucle?
-Hay gente que lo consigue. Otras no.
-¿Quieres decir que podemos continuar así el resto de nuestras vidas?
-Según esa teoría sí.
-Tú y tus historias. Me estás tomando el pelo.
-Te juro que lo escuché en una entrevista. De todos modos, no es más que una teoría que me pareció curiosa. No tiene más. Me hizo gracia, le daba sentido a algunas cosas. Fue como unir todos los ingredientes de un pastel. Eso es todo.
– Carmen.
-¿Qué?
-No quiero que te vayas.
En ese instante Ona se distanció de ella, hundió su cabeza en la almohada y empezó a sollozar.
-Por favor, no llores que me desmontas. Si veo a alguien llorar yo voy detrás- le dijo Carmen.
-Pues, francamente, no sé como te las apañas en tu consulta, con tus pacientes.
-He llorado mucho con ellos. No me importa hacerlo. Creo que incluso es bueno. Ona por favor, deja de llorar- le pidió Carmen
-No puedo.
-Pues deberías o de veras, vas a conseguir que yo también termine llorando.
La ciudad dormía, las luces se habían apagado ya en las ventanas, en los balcones, en los bares. Llovía, tal y como había anunciado el meteorólogo de la tele. La coctelería de la esquina había echado el cierre a la 1:30 am y los clientes habían empezado a marcharse hablando a voz en grito, como todas las noches. Todo estaba ocurriendo según el horario previsto, incluso el encuentro entre Ona y Carmen. Ellas ya sabían que algún día cualquiera, cuando menos se lo esperaran, volverían a encontrarse, y ahí estaban, bajo unas sábanas azules que olían a Flor Oceánico mezclado con el intenso aroma de Eau Sauvage. El bebé de los vecinos de arriba empezó a llorar y se escucharon pasos acelerados corriendo hacia ese lugar en el que el niño gimoteaba. Carmen se acercó a Ona y volvió a abrazarla, le dio un beso y entonces sus labios se mojaron de lágrimas que sabían a sal…
No es momento aún para conocer qué ocurrió aquel día entre ellas dos, en aquella cama. Las historias deben empezar por el principio. Así son las cosas. De hecho, siempre es mejor así.
Si esto fuera una película, en ese instante la cámara se elevaría para colocarse en posición cenital y observaríamos a Ona y a Carmen sobre la cama, abrazadas, cubiertas por unas sábanas y por un edredón casi caído sobre el parquet, iluminadas por la luz tenue de una pequeña lámpara de mesa. Probablemente, la música iría descendiendo en un largo fade out y entonces la imagen se fundiría a negro y en la pantalla podría leerse: Unos años antes. Unos segundos más tarde, empezaría a escucharse una música mucho menos melancólica que la de antes, mucho más alegre y entonces regresaría la imagen y descubriríamos a una joven Ona mirando a través de la ventanilla de un avión y la cámara se desplazaría hacia la derecha, en un travelling lateral, y se detendría en la portada de La Vanguardia que leería el señor del asiento de al lado para descubrir que de repente habríamos retrocedido hasta el 14 de septiembre de 1986.
(Continuará el viernes próximo)
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