Historias de 0 def

Orellana cierra la puerta y coge una chaqueta de lana que cuelga de un perchero del recibidor. Sale al balcón a tiempo de ver cómo Olga irrumpe en la calle. La observa desde su terraza y la ve sola, en medio la ciudad que empieza a despertar y ella también se siente extremadamente sola y de repente su casa es demasiado grande y llena de habitaciones en las que tan solo se apilan objetos. Orellana se imagina entonces su vida con Olga mientras la ve marcharse en el taxi. Luego regresa a su habitación y cuando abre la puerta huele su aroma que se ha quedado flotando, prendido de aquel rincón de su casa. Necesita dormir algo. Coge el despertador y programa la alarma. A las 9 tiene que despertarse, hacer la maleta, prepararse para coger el vuelo a las 12. Remolonea un par de minutos pero al final se queda dormida en esa cama que todavía mantiene el calor de Olga. A eso de las 8 y media escucha el sonido de su teléfono que anuncia la llegada de un watsapp. Es Vicky.

– Eo. ¿Tas despierta?

Duda en responder. Conoce esa pregunta. Sabe que muchas veces Vicky termina la noche en su casa, apareciendo con dos croissants de la panadería de abajo que luego comparten delante de dos tazas de café. Pero esa mañana no quiere verla. No le apetece que nadie se meta en su vida en ese momento que se ha creado tras el paso de Olga por su casa. Pero al final, le contesta.

– Ahora sí. ¿Qué quieres plasta? Son las 8 y media de la mañana

– Eo, uffff. ¿No te habré despertado?

– Bueno, tenía puesto el despertador a las 9 pero en fin.

-Chica, lo siento.

-No, tranqui tengo que hacer la maleta y tengo que vestirme y coger el aerobús y pirarme a Florencia. Te lo digo si pensabas venir a darme la chapa in person. Hoy no puedes.

– Noooo, tranqui estoy a años luz de tu casa. Ni te imaginas de dónde salgo.

– ¿De dónde?

– De casa de esa diosa del amor llamada Cloeeeeee. Oye, ¿no me habías dicho que Cloe era tan buena en la cama? Juas, juas, ya te contaré.

– ¿No me digas que te has enrollado con Cloe?

– Juas, juas, pues sí, ya sé que nunca me había gustado mucho pero…that’s life!

– ¡¡¡Eres lo peor!!!!

– Tú sí que eres lo peor. ¡Muermo! ¡Mira que pirarte!

– Estaba cansada guapa.

– Oye, por cierto, la tía esa, ¿sabes?

– ¿Qué tía?

– La que te dije yo que era tu tipo.

– No sé.

– Joer nena, estás viejuna. La tía con la que me enrollé antes de que apareciera Cloe.

– ¿?.

– Chica, háztelo mirar. Va a ser alzheimer o algo así. Pásate un día por el hospital y que te hagan unas pruebas en neurología.

– Vicky, que te dejo.

– Pero espérate que te cuento. Pues que esa tía era Olga Cifuentes, la del programa de radio ése que tú escuchas y se ve que está casada y tiene una hija. A mí me dijo que se llamaba Laura, pero según Cloe, es esa periodista. Ya ves, al final vivimos rodeadas de bolleras camufladas. Al final yo creo que todas somos bolleras y punto, ¡qué coño!

– Pues qué bien. ¿Ya estás?

– Valeeeeeeeee. Chica. Te dejo.Aunque seas una borde, te quiero. Pásalo bien en Florencia. Feliz Navidad.

– Adiós burra. Yo también te quiero. Feliz Navidad y pásatelo bien con Cloe.

– Bueno a ver. Hoy he quedado con ella después de la cena de Nochebuena. Pinta bien. Chaooo.

Las palabras de Vicky se quedan en su cabeza y entonces imagina el guión de la vida de Olga y piensa que existen miles de probabilidades de que sea feliz junto a su marido y su hija. Recuerda sus mentiras. Ni siquiera le ha dicho quién es. Tal vez ella haya sido una aventura de una noche, o una historia más. De repente nota un vacío en su estómago y se angustia ante la posibilidad de no volverla a ver. Tres horas más tarde su avión despega rumbo a Italia, pero ella siente que permanece en Barcelona, en su piso, en su cama, junto a ella.
***
La Navidad llega y se marcha, y al final, tan solo sabemos que ha existido porque algún Papá Noel cuelga de algún edificio, olvidado. El tiempo pasa en definitiva, pero muchas veces nuestro cuerpo vive en asincronía con nuestra mente porque algo de nosotros se resiste a olvidar y nos obliga a permanecer en el pasado.
Así se siente Olga. Su cuerpo se alimenta, duerme, bebe, habla, camina en el presente, pero su mente regresa una y otra vez a la noche en la que conoció a Orellana. Coloca en su cabeza los fotogramas de aquellas horas como si alguien dispusiera diapositivas para ser exhibidas. El recuerdo de Orellana se vuelve recurrente. Se siente íntimamente ligada a ella, como unida por un cordón umbilical invisible. Tiene la necesidad de volverla a ver, de sincerarse con ella y de explicarle quién es. Necesita enseñarle a leer su letra pequeña, a abrir sus puertas cerradas. Quiere volver a verla para visitar su cuerpo una y otra vez hasta poder visualizarla con los ojos cerrados. Abre cientos de veces su billetero y extrae otras cien veces la tarjeta que ella le dio pero no se atreve a llamarla. Ni a visitarla. Hace tiempo se prometió que nunca se enamoraría de ninguna de aquellas mujeres con las que follaba de vez en cuando. Sólo sexo. Pero en su cuerpo se escinden dos mitades que se enfrentan a diario. Y de repente el segundo viernes de enero Olga siente que su cuerpo demediado está a punto de obedecer a una de esas dos mitades, y sabe que el deseo la arrastrará por toda la ciudad hasta encontrarla. Y ese día a eso de las nueve, Olga se despide de Pilar:

– Lo siento Pilar pero hoy tendrás que cenar sola. He quedado. Nos vemos en el programa. Yo llegaré a eso de las 11 pero por si acaso me retraso, abre mi ordenador y mira la lista de discos para esta noche. ¿Vale?

– Vale, pásalo bien.

Faltan dos horas para que regrese a la radio. Tiene tiempo. La separa de Orellana un trozo de ciudad. Un centímetro en el mapa. Un taxi la deja en Las Ramblas que a esas horas siguen abarrotadas de gente que viene y va en todas direcciones. Olga anda por las callejuelas de alrededor, por esas calles estrechas de las que sobresale música, olor a fritanga de pescado y algunos gritos y en cinco minutos tan solo, logra dar con la Osteria Florentina que está hasta los topes. Abre la puerta y escucha una campanilla que anuncia que alguien entra, pero nadie la mira. Llega con dificultad a la barra y cuando se instala en ella ve a Orellana charlando animadamente con una clienta. La camarera se acerca:

– ¿Qué le pongo?

– Un montadito de pecorino con mermelada de setas y un vino tinto.

Orellana se gira en dirección a esa voz que ha escuchado tantas veces y que sabría reconocer entre un millón de voces y entonces la ve, apoyada sobre la barra y no puede más que recorrer ese el espacio que las separa hasta tenerla al alcance de sus brazos. Olga se eleva sobre los dedos de sus pies como una bailarina, hasta alcanzar las mejillas de Orellana.

– Cuánto tiempo sin verte.

– Una Navidad.

– Tenía ganas de volverte a ver- dice Orellana

– Yo también. Te he echado de menos.

– Y yo.

(Continuará)

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