Historias de 0 def

 

Orellana la siente tan cerca que puede escuchar el bombeo de su corazón. Quiere acercarse más, aproximar su boca a la suya para después desnudarla y meterla en su casa, en su cama. La conoce, sabe quién es. Es esa voz que escucha cada noche. Esa voz que siempre le devuelve una imagen inventada e irreal y que en ese preciso instante logra dibujar con precisión. Necesita estar con alguien esa noche, besar a alguien, follar con alguien. Vicky tiene razón. ¿Cuánto hace que no se acuesta con una mujer? Una eternidad. Quiere sentirse deseada y desear. Necesita volver a estar viva. De repente, la recuerda morreándose con Vicky. Tal vez tiene razón:

– ¿Qué quiere esta tía? Que alguien le coma el tigre.

Lo tiene fácil. Es una pieza fácil, excesivamente fácil. Pero también la recuerda abocada sobre su vómito, casi desvanecida. Como un animal herido. No debe. Es tremendamente vulnerable. Demasiado.

La oportunidad se desvanece en cuanto el ascensor se detiene en el tercer piso. Debe controlar su deseo… Ya.

– Hemos llegado. Pasa y ponte cómoda.

– No es necesario. Esperaré aquí.

– ¿Te vas a quedar aquí? ¿En el recibidor? Vamos no me jodas. ¿No pretenderás que te traiga el café aquí? Al final te voy a dejar en la portería.

Olga sonríe. Es la primera vez que Orellana la ve sonreír.

– Oye, perdona pero ¿tienes pasta de dientes?

Avanzan a lo largo del pasillo. Orellana le abre la puerta del lavabo, le enseña un estante en donde se encuentra un vaso con el tubo de Colgate. Estira el pomo del primer cajón del mueble del baño y saca un cepillo aún por estrenar.

– Tú misma. Te espero en la cocina. Como si estuvieras en tu casa.

– Oye, muchas gracias.

Apenas unos minutos después, Orellana escucha un taconeo que avanza a lo largo del pasillo y cuando alza la vista la ve entrar en la cocina, una estancia amplia y moderna, iluminada con una luz cálida de un flexo y repleta de electrodomésticos de acero inoxidable. En uno de los rincones se apilan cajas de vinos.

– No sufras, no soy alcohólica. Tengo un bar y muchas veces tengo la despensa a reventar. Así es que mi casa, se convierte en un almacén. Y tú, ¿a qué te dedicas?

Olga duda. Baraja la posibilidad de decirle que es periodista. Que trabaja en la radio, sin más, pero decide suplantar la personalidad de su marido por un momento y mentir.

– Soy directora financiera de una empresa de frutas. Ya sabes. Números y más números.

– Ah. ¿De qué empresa?

– Se llama HCS. Fruta de importación. Es bastante importante.

– Ah. ¿Y te gusta?

– Bueno es un poco monótono pero sí, no está mal.

Orellana desearía decirle que miente, pero prefiere permanecer impasible a sus palabras. Abre uno de los armarios de la cocina repleto de latas de diversos colores y tamaños.

– ¿Café? ¿Manzanilla? Creo que lo mejor será manzanilla o hierba luisa.

–  Sí, yo también.

– ¿Hierba Luisa?

– Vale.

– Yo soy fan de la hierba Luisa para casos como el tuyo.

– Hacía tiempo que no me pasaba algo así. Qué vergüenza.

– Bueno, no pasa nada. ¿Te apetece comer algo? Hago unos montaditos de pecorino con mermelada de setas que lo fliparías.

– ¿Pecorino?

– Un queso italiano muy rico. ¿Te apetece?

– Lo probaré.

– A mí es que el queso entre horas con un poco de vino, me encanta.

Olga la observa sentada en uno de los dos taburetes que hay en una zona de la cocina. Una parecida a la barra de un bar. La ve desplazarse como si patinara sobre una pista de hielo, sus manos expertas cortan una barra de pan a rebanadas y después distribuyen queso y derraman mermelada de setas sobre él. Orellana le acerca un plato con dos rebanadas y una taza humeante de un líquido amarillento.

– ¿Azúcar, miel, a palo seco?

– Azúcar, gracias- Responde Olga.

Para ella se abre una botella de vino y lo decanta en una copa. Un líquido rubí se revuelve en el cristal y mientras Orellana juega con él observándolo, suena el teléfono.

– ¿Ya está aquí tu taxi? ¡Joder si casi no nos ha dado tiempo de llegar! ¿Sí? De acuerdo. Pues anúlenlo. Ya buscaremos otra solución.

El taxi no llega ni llegará.

– Pues nada, que no pueden hacer el servicio en el tiempo que nos habían dicho. Que igual tardan una hora e incluso dos. No te preocupes, tengo un casco de sobras por ahí así es que puedo acercarte.

– No de verdad, no quiero molestarte más.

– No es ninguna molestia.

– Pero es que vivo en la otra punta de Barcelona.

– Te llevo, no importa.

Olga asiente y empieza a degustar las rebanadas de queso que le ha preparado Orellana. Abre su boca y se acerca el pan. El sabor del pecorino se mezcla con el aroma a bosque de las setas y después desaparece arrastrado por la dulce infusión de Hierba Luisa que pasa por su garganta. Orellana sorbe vino y la observa con descaro tras el cristal de su copa que eclipsa sus ojos azules y que le devuelve una imagen de Olga distorsionada y fantasmagórica. En su cabeza empieza a trazar un viaje imaginario que se inicia en el momento en el que con sus manos hace descender la cremallera frontal del vestido de Olga para después romper los cierres del sujetador y colarse en sus bragas. Orellana sigue bebiendo vino y en cada sorbo el deseo crece, se agranda en su vagina sin poder detenerlo y no puede más que imaginarla estirada sobre las sábanas de su cama con los pezones erectos y su pubis al descubierto. Y en ese momento, sabe que necesita quitarle el vestido y perderse en ella hasta escucharla decir basta.

(Continuará)

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