Historias de 0 def

Orellana empieza a subir las escaleras que la conducen a la salida y en el momento en el que coloca los pies en el escalón se encuentra de cara con Cloe.

– Orellana, chica ¿qué tal?

Cloe es una clienta habitual de su local con la que Orellana tuvo una historia de un par de semanas hace ya algunos años.

– Hola Cloe. ¿Qué tal?

– Bien ¿y tú?

– Bien, bien.

– Un día de estos te llamo porque tengo una cena de compromiso y me gustaría hacerla en tu bar- le dice Cloe.

– Cuando quieras.

_ ¿Tienes tiempo para una copa?

– Te lo agradezco Cloe, pero me voy a casa.

– ¿Ya te largas?

– Sí. Estoy derrotada y además mañana me voy a Italia y aún lo tengo que preparar todo. Si te apetece, por ahí está Vicky que está más animada que yo.

-Bueno, no creo que a Vicky le apetezca que la interrumpa-dice Cloe señalando hacia un lugar concreto con la vista.

Orellana se gira en dirección a ese sitio pero no logra verla.

– ¿No la ves? En el otro lado de la barra. Morreándose con Olga Cifuentes.

– ¿Olga Cifuentes?

– Olga Cifuentes, la presentadora de ese programa de radio, Medianoche con Olga.

– Lo conozco. Lo escucho a menudo. ¿Ésa es Olga Cifuentes? No sabía yo que fuera lesbiana.

– Ni yo. Qué fuerte que esta tía esté aquí pegándose el lote delante de todo el mundo.

– Oye, ¿estás segura de que es Olga Cifuentes?

– Bueno, estuve con ella la pasada semana. La hemos contratado para presentar un acto benéfico. Vamos, si no es ella, es la hermana bollera y gemela de Olga Cifuentes.

Orellana y Cloe observan como las dos desaparecen mientras ellas continúan su charla durante algunos minutos y entonces se despiden. En el camino de salida, mientras sube las escaleras, siente que alguien se agarra de su brazo tirando de él con fuerza hasta impedirle continuar. Se gira. Es Olga Cifuentes tratando de subir aquellas escaleras. Casi salen juntas. Orellana se despide del portero de la discoteca y sigue con la mirada los movimientos de aquella mujer que se apoya en el maletero de un coche. Se coloca prácticamente detrás de ella y la escucha vomitar.

– ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?

Le pide un Kleenex y Orellana rebusca en sus bolsillos hasta encontrar uno. Olga lo coge sin girarse y se limpia una baba espesa que resbala de su boca y es entonces, cuando se da la vuelta para buscar esa voz que le habla, cuando se reencuentra con ella, con la mujer del cabello negro y aquellos ojos azules que hace un tiempo la observaba desde el otro extremo de la barra, segundos antes de que perdiera el mundo de vista.

– ¿Estás bien?- Insiste Orellana

– Sí. Ahora sí.

Orellana reconoce esa voz que ha escuchado en noches anteriores.

– ¿Has venido con alguien que pueda ayudarte?

– No

-¿Necesitas alguna cosa?

– Nada gracias. Tan solo me hace falta un taxi e irme a casa.

– ¿Un taxi? Pues lo vas a tener chungo. Hoy ha habido cenas de empresa.

– Lo sé, vengo de una.

– Si quieres podemos llamar por teléfono. Tengo memorizado el número de una compañía de taxis. Seguro que si llamo lo tendrás más fácil que si te esperas aquí hasta que aparezca uno.

Olga está todavía mareada. Sabe que necesita ayuda pero no está segura de dejarse ayudar por aquella mujer. Al final accede.

– Vale.

Orellana saca su móvil y llama.

-¿Media hora? ¿Un teléfono de contacto?

Olga intenta darle su número de teléfono pero de su boca salen diversas sucesiones de números sin acertar a dar con el correcto.

– Mire, éste mismo del que estoy llamando- Y Orellana detalla las nueve cifras de su móvil.

– ¿Dirección? Comerç 25. 3º A.

Olga le hace gestos con las manos.

– No por favor. Esperaré en la calle.

Por unos segundos Orellana aparta el teléfono de su oreja para hablar con Olga.

-Vamos a ver. Puedes quedarte abajo esperando el taxi, pero he dado mi número de teléfono para que me llamen y paso de quedarme plantada en plena calle con el frío que hace. No es tan complicado. Te subes a mi casa, te tomas un café y después coges el taxi. No tiene más. Oye, de verdad, no me importa. Vivo a dos pasos de aquí.

– Comerç 25 3ºA. Le esperamos allí. Gracias.

Olga decide hacerle caso y la sigue silenciosa por la calle. El aire fresco empieza a hacer efecto y comienza a sentirse cada vez mejor. Al cabo de unos minutos llegan a un edificio de principios del siglo XX, con uno de esos ascensores lleno de espejos y paredes de madera que casi levita. Estrecho, tan estrecho que en cada inspiración el perfume de Orellana se le mete en el cuerpo reconfortándola. Siente que se le agita el pulso, que su cuerpo se transforma en una suerte sístoles y diástoles alocados que se entremezclan con el traqueteo metálico del motor del ascensor. Por un instante, desea acercarse a Orellana y pedirle que le haga un hueco entre sus brazos. Las separa una exhalación, un segundo de vida.

(continuará)

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