Olga Cifuentes la ve aparecer. Menuda, su pelo corto teñido de un rubio platino se mantiene erguido sobre su cabeza como el césped recién cortado sobre la tierra pero ella sólo ve unos ojos oscuros rodeados de eyeliner acercándose sin remedio y unos labios voluptuosos de un rojo intenso con un arete insertado en uno de los extremos. No la reconoce. No sabe que es una de las dos mujeres que hace unos instantes la observaban desde el otro extremo de la barra. Se le acerca.
– Soy Vicky. ¿Y tú?
Decide mentir.
– Laura.
– Encantada.
– Encantada.
Intercambian algunas palabras más y de repente, Olga siente la calidez de la boca de Vicky. Su cuerpo está pegado al suyo y nota unas manos que avanzan sobre él. Que apartan su ropa a la altura de la cintura para perderse en ella y colarse en sus pantalones.
Los labios de Olga sienten el frío del arete que sobresale de la boca de Vicky y luego se abren para permitir que las lenguas se encuentren. Permanecen así, pegadas durante unos minutos.
– Vamos al lavabo.
Olga está mareada y aturdida, pero la obedece y la sigue entre la gente que crea un muro casi infranqueable. La música retumba en sus oídos y puede escucharla dentro de sí, como si por un instante su cuerpo hubiera desaparecido y fuera sólo un corazón bombeando sangre.
Segundos más tarde llegan al lavabo. Tras una de las puertas unas se están metiendo una raya. Conocen a Vicky y la invitan.
– Si a ti te apetece, puedes. Son colegas mías. ¿Te apetece?- le dice a Olga.
– No gracias.
– Chica, te estás poniendo blanca….
– Creo que me voy fuera.
Olga se siente excesivamente mareada, le falta el aire y quiere marcharse.
– Pero mujer, es un minuto. Espérame que ahora salgo.
– Vale.
Vicky se cierra en uno de los lavabos a meterse una raya. Cuando abre la puerta Olga ha desaparecido. Ha salido definitivamente a la calle, tambaleándose entre la multitud y cuando logra llegar al exterior siente que necesita vomitar. Sabe que no podrá dar un paso más si no logra echar todo lo que ha bebido. Se apoya en el portamaletas de un coche y vomita hasta que siente que el aire vuelve a entrar en su cuerpo, que su respiración agitada se regula, que su mente regresa al presente, tomando conciencia de lo que está sucediendo.
– ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?
Una mano se ha depositado en su espalda que todavía sigue arqueada sobre el portamaletas del coche. Olga siente vergüenza de que alguien la vea así, con una baba espesa aún colgando de su boca, con una agüilla saliendo de su nariz. No se incorpora, no mira a quien le habla. Sigue inclinada sobre el portamaletas, contemplando aquella masa incierta de vómito que se desparrama a sus pies.
– ¿Tienes un kleenex? – logra decir
Ella le acerca un pañuelo de papel y Olga se limpia.
(Continuará)
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España
Ningún Comentario