En los minutos previos, entre bambalinas, mientras unos vienen y van y nosotros aguardamos nuestro turno, siento que unas manos estrujan mi estómago, mis intestinos, que presionan mi garganta hasta dejarla sin una brizna de aire. Entonces yergo mi espalda, echo hacia atrás los hombros, cierro los ojos por un instante y respiro profundamente. Es la única manera que tengo de recuperar la estabilidad interna y de enfrentarme al público. Hace quince años que me subo al trapecio ante miles de personas que a diario nos visitan, sin embargo, nunca he perdido el nerviosismo de la primera vez.
– Mesdames et monsieurs, ladys and gentelmen, señoras y señores, con todos ustedes, Gastón y Madame O.
Los aplausos retruenan en la pista central y nosotros aparecemos como de la nada. Los focos nos ciegan, nadie al otro lado de la luz, tan solo intuimos sombras, rostros desdibujados que suponemos sonríen. Entonces suena una música que tensa el ambiente, un sonido que alerta al público de que algo está a punto de ocurrir, de que algo los va a dejar paralizados en sus butacas. Y mientras ellos se retrepan en sus asientos y alzan sus cabezas, nosotros ascendemos hacia lo más alto de la carpa desprendiéndonos de todos los ornamentos que cubrían nuestro cuerpo. Allí arriba tan solo Gastón y yo, abajo el público. Me coloco en uno de los extremos de la carpa mientras él se desliza en el trapecio fijo. Sus pies arriba, quedan encajados en la barra del columpio, su cabeza cuelga, sus músculos en tensión iluminados por los focos brillan y me recuerdan el cuerpo del David de Miguel Ángel. Gastón me espera al otro lado con su cuerpo rígido y fuerte pendiendo de aquella estructura fija y entonces, tras saludar al público, me agarro a un trapecio que desciende de lo más alto y sobrevuelo en zigzag la pista central. Una, dos, tres volteretas y caigo en los brazos, sus fuertes, jóvenes y musculosos brazos que nunca me han defraudado, que nunca me han dejado caer. Gastón me coge de las manos y me obliga a doblarme sobre mí misma quedándome con la cabeza colgando y recibiendo todo un torrente de sangre en mi cerebro. El público enloquece ante la fuerza de Gastón, ante mi osadía y a mi desafío. Los tambores anuncian el más difícil todavía, poniendo la banda sonora a un sinfín de mortales que generan la exclamación de la sala y que concluyen cuando Gastón me agarra de los tobillos y me coloca boca abajo. Por unos instantes, veo el mundo desde otro punto de vista, en posición cenital, de repente el cielo es suelo, la tierra ya no está bajo mis pies…..
Unas semanas más tarde, cuando entré en contacto con aquella mujer, mi vida dio un triple salto mortal, todo se desbarató y se puso del revés, como cuando trazaba piruetas imposibles en el aire y entonces, como si en el otro extremo estuviera Gastón, me dejé caer en sus brazos.
Continuará…
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España
Ningún Comentario