Despacito pero con buena letra. Seguimos publicando poco a poco los relatos finalistas del pasado concurso de lesbirelatos que organizamos Lesbiana.es junto con el Girlie Circuit Festival 2011. Os dejamos hoy con «Tuyos, míos, nuestros instantes efímeros«, de Sílvia R.

Perderme nunca ha sido santo de mi devoción, y, sin embargo, daría lo que fuera ahora mismo por entrar en un torbellino de imágenes, en ese laberinto que creamos y en el que solíamos escondernos y jugar a encontrarnos. Perderme en ti, perderme contigo o, al menos, en lo que fuiste para mí.

Desvanecerme en el inicio de ese camino, convertirme en aire cálido y acariciar tu cuerpo desnudo, tumbado tranquilamente a mi lado. Enredarme en los reflejos anaranjados de tu pelo, mientras éstos bailan y ondean al ritmo de un viento desacompasado. Mirar cómo colocas suavemente con los dedos esos mechones despeinados detrás de la oreja y, sonríes distraídamente, al devolverme la mirada; esa mirada juguetona que me retó tantas veces a ir a por ti, a perseguirte por la calle como si fuéramos niñas pequeñas en la hora del recreo; esa mirada de pícara que me pedía que te pillara, para acabar finalmente apoyadas en alguna pared, susurrándote al oído qué iba a hacer contigo ahora que no podías salir corriendo.

Ver como tu muralla se esfumaba y tus mejillas se enrojecían me daba vía libre para acercarme a tus labios, cual si fuera un pequeño roce primero, jugando a quién conseguía robar el primer beso después, y acabar haciendo desaparecer nuestro alrededor entre caricias, ligeros mordiscos y suspiros. Y en medio de esa ráfaga de sensaciones parar y mirarnos a los ojos; como si hiciera tiempo que no nos hubiéramos visto, murmurarnos un “hola”, pintando así nuestra propia intimidad, nuestro universo paralelo, en el que nadie podía entrar ni romper el encanto.

Quisiera pararme a contemplar, cual si fuera un museo, las mañanas en las que me desperté a tu lado, en las que, medio dormidas aún, entrelazábamos nuestras manos y, harmoniosamente, acompasábamos nuestros ligeros cambios de postura, sin perturbar el sueño.

Sentarme en la terraza y desayunar contigo al sol, ligeras de ropa y mirándonos de reojo; sonrisas cómplices al evocar la noche anterior, ruborizarte al recordarte cómo me gusta sentir tu cuerpo arqueado bajo el compás de mis melodías y oírte entonar esas notas que suenan como mi nombre, perdida entre las sábanas, perdida entre mis dedos, entrecortados tus suspiros, éxtasis en nuestras pupilas. Besarte como si fuera la primera vez, besarte como si nunca fuera a besarte de nuevo, quedarme pegada a ti, escuchar tu corazón acelerado tumbada encima de tu pecho. Tocar tus manos, delicadamente, como si fueran de cristal, acercarlas a mis labios y besarlas. Mirarte de nuevo, en ese nuevo despertar, en ese nuevo inicio, y encontrar en tu rostro la octava maravilla del mundo, esa que sólo yo conozco y que sólo tú has sabido mostrarme.

Me preguntas que estoy mirando, escondiendo tu sonrisa bajo las sábanas.

Nunca pareciste darte cuenta de lo preciosa que eras.

Hace unos años, me reuní en la terraza de un bar con una buena amiga, una tarde soleada de verano. Ella sonreía con melancolía en los ojos y fundiéndose ante la expresión, me dijo: “son tan bellas, las mujeres, Sílvia…”.

Creo que no acabé de entender el verdadero significado de esas palabras hasta que te conocí.