Tras colgar la primera parte la semana pasada, os dejamos con la segunda parte -y final- del lesbirelato de Afri2 «Bibliotecarias, camisetas y juguetes amatorios», uno de los relatos ganadores del concurso de Lesbirelatos que cada año organiza Lesbiana.es junto con el Circuit Festival.
Le expliqué que la bibliotecaria llevaba una camiseta como la mía, tuve que describirle la camiseta y como no caía de cuál se trataba, tuve que buscarla en el armario. Aproveché, me la puse, y estuve imitando a la bibliotecaria, sólo que en este caso era yo la que entregaba el libro a Sara y ésta me respondía (haciendo un teatro exagerado), que tenía una camiseta como la mía. Yo continué con el teatro, diciéndole que cuándo quedábamos con ellas puestas. Sara me seguía e iba más allá diciendo que mejor cuándo quedábamos para quitárnoslas. Nos acercamos, nos rozamos, la camiseta causante del calentón se rozaba con el cuerpo de Sara. Nuestros labios, cómplices siempre, se buscaron con deseo, se encontraron. Gozaba de nuevo de la carnosidad de sus labios, del calor de su boca. Enseguida nos quedamos sin ropa de cintura para arriba.
El ritual comenzaba, sin dejar de lado la fase en que nuestros pezones se saludaban por contacto, desplegando un tamaño inusitado si se compara con el minuto anterior. Una vez despiertos, nuestros pechos rebosaban deseo de ser masajeados. Era a mí a quien me encantaba detenerme en los suyos, y tenía la suerte de que Sara se dejaba. Mis pechos no eran tan receptivos a ser masajeados pero yo me había convertido en una especialista en hacer latir los de Sara. Y ahí la tenía respirando aceleradamente con mi boca provocando su sentir precipitado y con mi oído centrado en las palpitaciones de su corazón.
-¿Tenemos tiempo?, dijo Sara. Claro que tenemos. Me empezó a susurrar en el oído todo lo que teníamos que hacer pero no consiguió bajar la presión del momento. Se resistió a que mi mano descendiera por territorios humedecidos, fueron mis labios los que se introdujeron en ellos.
Cada vez que quería colmar su deseo era una aventura para mí. No había habido dos momentos iguales. El deseo, cada vez era único y tenía que satisfacerlo de una forma nueva, creativa, quería que Sara lo viviera como el mejor de su vida y para ello ponía toda mi experiencia al servicio de su placer. Parecía que en esta ocasión también respondía, se volvía loca, se estremecía, se arqueaba. Cada uno de sus movimientos causaba estragos húmedos en mí. Ella lo sentía como yo.
Maestra donde las haya en el arte de equiparse con juguetes amatorios, sin que me percatara, estaba preparada para jugar dentro de mí con sus armas de mujer. Me tenía dominada en ese momento. Era capaz de poseerme en cuerpo y mente, de darme todo el placer del mundo. Dejaba de existir para que ella me introdujera hábilmente el sexo hasta la última neurona de mi ser. Resistía lo envites durante largos espacios de tiempo. Sara había conseguido una técnica tan depurada que no se cansaba nunca. ¡Vaya par!. El escándalo tenía que ser patente en todo el bloque de pisos. ¿Qué pasaba tantas veces al mediodía en esa casa?, ¿ a quién le están pegando?, podrían pensar los vecinos.
Cuando llegaba la calma y nuestros cuerpos pasaban de la tensión a la más serena laxitud, la plenitud de la madurez es lo que más destacaba en el semblante de Sara. Me daba cuenta una vez más de que era el motor de mi vida, mi más valiosa energía y que la cuidaría con esmero para que nunca se agotara.
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