Lesbianarium 82: "Objetos perdidos"

Abro la puerta de la tienda sin demasiada convicción. No acabo de creerme lo que he visto en Internet: “Corazonada.com, punto de encuentro para corazones perdidos”. Me suena a tongo, pero la curiosidad me puede. Y además, por probar que no quede, cualquier cosa me parece mejor que seguir viviendo así.
La campanilla de la puerta avisa de mi entrada a la dependienta.
—Buenos días y bienvenida a Corazonada. ¿En qué puedo ayudarte? —pregunta, solícita. Y yo dudo un poco antes de exponerle mi problema.
—Verás, es que necesito un corazón. El mío me lo arrancaron ayer.
Mientras le cuento que Esther se fue el día anterior sin previo aviso, me desabrocho la blusa para mostrar a la dependienta el efecto devastador de mi abandono.
—Como te decía, necesito un corazón con urgencia para tapar este vacío. Desde ayer no siento nada, y además, me estoy quedando helada.
La dependienta no se inmuta al ver el enorme boquete en mi pecho, justo donde debería estar mi corazón. Mete la mano, juguetona, y me atraviesa el pecho de parte a parte sin problema.
—Ya veo —comenta— no me extraña lo del frío, con semejante agujero. Se nota que eres persona de gran corazón. Veamos qué puedo ofrecerte. Justo ayer me llegaron algunas piezas nuevas muy interesantes.
En pocos segundos, la dependienta despliega sobre el mostrador una colección completa de corazones de todos los tamaños y diseños. Coge uno al azar y me lo alarga con la mano.
—Prueba con este, a ver si encaja.
Pero no encaja. Los bordes de ese corazón no casan con la silueta de mi agujero pectoral. Hago un poco de presión con ambas manos para ver si entra, pero nada.
—Toma este otro, aunque lo veo un poco pequeño.
En efecto, el segundo corazón tampoco me vale, sus dimensiones no llegan a cubrir el espacio disponible. Y además, no me gusta su latir. Empiezo a perder la esperanza, y entonces la dependienta deja un momento el mostrador para ir a la trastienda. Al cabo de nada, vuelve con una caja dorada. En su interior, envuelto en terciopelo azul, un corazón enorme palpita a toda máquina. A primera vista, me encanta, me gusta tanto que tengo miedo de probármelo, por si no me cabe.
—Nunca digas de este agua no beberé, este cura no es mi padre o este dildo no me cabe —sentencia la dependienta—. Anda, pruébatelo, es la única manera de salir de dudas. Ven, yo te lo coloco.
Una leve maniobra basta para insertar el corazón en el boquete. El acoplamiento es perfecto, y el latir acompasado y sereno de mi nuevo órgano me hace sentir bien, muy bien.
—¿Qué tal? —pregunta la dependienta, sonriendo—, yo lo veo genial.
—Es mucho más que eso —respondo— es perfecto, como si fuera mío.
—Bueno, ahora lo es, y dentro de unos días, cuando los tejidos se hayan fusionado, te sentirás mejor aún. ¿Estás contenta?
—Mucho, de verdad, como hacía tiempo que no me sentía. ¿Cómo te pago, en efectivo o con tarjeta?
—El amor, con amor se paga. Sal a la calle y usa tu nuevo corazón con tino y sabiduría, ama todo lo que puedas, y sobre todo, no dejes que nadie vuelva a llevarse lo que es tuyo. Con eso y con no volver a verte por aquí me doy por bien pagada. ¿Te lo envuelvo?
—Ni pensarlo, me lo llevo puesto.

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