Lesbianarium 75: "El huerto de María"

María sabía que iba para santa desde que era niña. Nació en el seno de una familia acomodada de Pamplona. Su madre era supernumeraria; su padre, supercabrón. Tenía tantos hermanos y hermanas que le resultaba difícil acordarse de todos sus nombres y edades. Pero sí se acordaba de lo que le decía su madre cada día antes de acostarse:
—María, tú eres diferente, mi niña, tú estás llamada a servir a Dios. Serás una buena esposa, una madre ejemplar y servirás a la Prelatura con amor y humildad, como mami.
Y María respondía que sí, aunque no tenía ni idea de lo que podía suponer para ella ser madre, esposa y supernumeraria. Solo tenía diez años, y lo más cercano al amor que conocía era Virginia, su compañera de pupitre, a quien no podía dejar de mirar. Pero era humilde, eso sí.
A los dieciocho la pusieron de largo y le buscaron un novio engominado. Salían juntos a cenar y a bailar por la parte noble de la ciudad. Después, Borja la acompañaba hasta la puerta de casa, le daba un beso en los labios y esperaba hasta verla entrar. Una vez que María desaparecía de su campo visual, el coche de Borja se dirigía derrapando hacia los suburbios. Allí le esperaba su amiga Leticia, quien le preparaba para el matrimonio con sus clases de dominatriz.
María se tocaba de vez en cuando, pero poco, porque le habían dicho que aquello era malo, aunque a María no se lo parecía. Cuando se acariciaba rozaba el cielo y veía una cara entre las nubes, siempre la misma: la de su amiga Virginia, de quien nada había vuelto a saber desde que terminaron la Secundaria. También le habían dicho que, al matrimonio, se llega virgen o no se llega, pero eso no era problema para María, sabía que podría aguantar porque, entre otras cosas, nunca veía la cara de Borja entre las nubes.
Una tarde, al salir de la facultad de Derecho, sonó el móvil de María. Número desconocido. Pensó que sería alguna encuesta y a punto estuvo de no contestar, pero al final aceptó la llamada.
—¿María? ¿Eres tú? Soy Virginia.
A María le costó recordar.
—¿Virginia? ¿La del instituto?
—La misma. ¿Cómo te va, nena?
Era una tarde nublada, y entre nube y nube, la cara de Virginia.
—Pues… Creo que bien —contestó María— ¿Y a ti?
—Estupendo. Tenemos que vernos, María, quiero contarte muchas cosas. Este sábado hay fiesta en El Huerto. ¿Te vienes?
María no conoce El Huerto.
—Claro, aunque no sé dónde está. Le preguntaré a Borja, mi novio. Seguro que le encantará venir conmigo, y así, de paso, te lo presento.
Virginia se toma su tiempo antes de continuar la conversación.
—María, cariño, no creo que dejen entrar a Borja en El Huerto…
—¿Ah, no? —pregunta María con candidez infantil.
—No —responde Virginia—. El Huerto es solo para chicas, ¿entiendes?
Y María hace como que sí, pero no termina de entender.
—Claro, claro, como una hermandad universitaria, ¿no? De acuerdo, vendré yo sola, no creo que a Borja le importe. Además, hace tiempo que no sale con sus amigos.
—Muy bien, nena, así se habla. Nos vemos allí hacia medianoche. Un beso, guapa.
Después de hablar con Virginia, María se sintió muy rara. Era martes, y María siguió igual de rara hasta el sábado.
A las doce en punto de la noche, María estaba frente a la puerta del local, mirando el letrero luminoso donde se leía con claridad “El Huerto”. Su trabajo le había costado encontrarlo entre las callejuelas más estrechas y antiguas de Pamplona. Cuando se disponía a entrar, una mano en el hombro se lo impidió. Era Virginia, quien tuvo que insistir hasta tres veces para que María se detuviera y se diera la vuelta.
—Espera, chica, espera —dijo Virginia, sonriendo—, ¿adónde vas tan decidida?
Por suerte para María, la noche disimulaba su rubor.
—Hola, Virginia. Pues adentro, ¿no? Estás muy guapa… Quiero decir que… Estás igual… Bueno…
—Tú también estás estupenda, María. ¿No vas a darme dos besos?
María se los dio, y durante el cambio de mejilla sus miradas se cruzaron. En el segundo beso, Virginia aprovechó para abrazar a María y explicarle entre susurros el motivo de su llamada.
—Nunca he dejado de pensar en ti, María. Vámonos, mi casa está a dos manzanas de aquí.

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