—¿A ver? Deja que te mire… ¿No te parece que te has vestido un poco rara hoy?
Martina abre los brazos en cruz y da una vuelta sobre sí misma para que Antonia la vea bien.
—¿Rara? ¿Por qué lo dices? ¿No te gusta?
—No lo sé, no es tu estilo. No sabía que tenías ese traje.
—Lo compré ayer, de rebajas.
—¿Con corbata y todo?
—También es nueva, a juego con el traje. Me voy, nena, llego tarde al trabajo. No me esperes para el almuerzo, tengo reunión con Julián, el cliente nuevo. Recuerda que hoy cenamos con Pilar y María, para celebrar que están embarazadas.
—No lo había olvidado, no te preocupes. A las nueve en DeTaCo… ¿Qué haces?
—Me rasco, ¿no lo ves? Me pica mucho aquí, en la entrepierna. ¿No te habrás acostado tú con alguna guarra y me habrás pegado algo malo y sucio? —bromea Martina.
—Sí, claro, será que me paso el día en la cama con desconocidas —contesta Antonia con sorna entre sorbos de café.
Martina se despide con un beso y se dirige hacia la puerta. Mientras la ve alejarse, Antonia sigue pensando que su mujer ha amanecido rara. Jamás se había vestido así para asistir a una reunión de trabajo. A Martina le gusta ir femenina y ajustada, al menos hasta hoy. Tampoco reconoce su caminar, mucho más desgarbado de lo habitual, pero no quiere dar más importancia a lo que le parecen detalles banales, fruto quizá del leve distanciamiento de los últimos meses. Desde que Martina empezó a trabajar para ese cliente nuevo, uno de los pocos constructores que ha sabido capear la crisis de su sector, Antonia acusa las ausencias de su pareja. Martina yendo al fútbol con el cliente, Martina acompañándole a la obra, Martina cenando con él y saliendo de copas con sus socios, Martina jugando al golf los sábados por la mañana… Para Antonia, ese tiempo que no pasan juntas es un tiempo perdido e irrecuperable, pero no puede culpar a Martina por los daños colaterales asociados a su trabajo, sabe de sobra que la arquitectura es así, y si hay que hacer la pelota a los clientes, se les hace y punto.
Todo esto piensa Antonia mientras se acaba el desayuno, recoge la mesa y se prepara para un intenso día de trabajo en la floristería. Jamás habría pensado que su negocio, más que sobrevivir a la feroz crisis, incluso incrementaría las ventas contra todo pronóstico. Se alegra de que muchas personas deseen aliviar sus sinsabores con el color y el aroma de las flores a pesar de que las cosas les vayan mal, o quizá no tan bien como tiempo atrás. Claro que los precios ajustados, las promociones casi a diario y una gestión precisa de las cuentas también ayudan a la buena marcha del negocio. No, no puede quejarse.
Antonia invierte buena parte de la mañana en preparar unos centros para una boda. Con los años, se ha especializado en creación floral artística, y son muchos los encargos que recibe de particulares, empresas e instituciones que desean adornar sus eventos con flores y plantas que Antonia selecciona con sumo cuidado, adaptándolas a los gustos y las necesidades de cada cliente.
Hacia media mañana, suena el teléfono en la floristería. Es Martina.
—Hola, cariño. Cambio de planes. Julián viene a almorzar a casa con un par de socios. ¿Cómo andas de trabajo? ¿Podrás preparar algo? Nada especial, quizá un plato con sabor casero. ¿Por qué no les agasajas con tu impresionante fideuá? Se chuparán los dedos, seguro.
—Oye, guapa, en primer lugar, podrías haber empezado preguntándome cómo estoy, ¿no crees? Y en segundo lugar, me parece muy bien que traigas a tus clientes a comer, pero deberías cocinar tú, no yo —contesta Antonia, entre sorprendida y molesta.
—Lo sé, lo sé, pero yo voy a estar reunida hasta última hora de la mañana y tú tienes la floristería al lado de casa. He pensado que podrías escaparte hoy un poco antes y hacerme este favor. El contrato con Julián es muy importante para la empresa. Ayúdame un poco, anda.
A Antonia le repatea representar el rol de ama de casa anfitriona, pero desea apoyar a su mujer por encima de todo.
—De acuerdo. A las dos y media en casa. Sed puntuales o la fideuá se echará a perder, y con ella, tu contrato de mierda —refunfuña antes de colgar.
En su despacho, Martina sonríe, complacida, se arregla la corbata y sigue hojeando el Anuario de Arquitectura Actual. Ha anulado su próxima reunión; necesita un par de horas para encontrar un buen vino que acompañe como se merece la fideuá de Antonia.
A las dos y media en punto, Martina llega a casa con Julián y dos de sus socios, Pedro y Manuel. Después de las presentaciones, se sientan todos a la mesa, también Martina, esperando que Antonia les sirva la comida. Y Antonia, descolocada pero queriendo quedar bien con sus invitados, pone en práctica sus mejores dotes de anfitriona, aunque, encendida de pura ira, no puede evitar golpear en la mesa con los platos al servir cada ración. Le parece increíble que Martina no se haya levantado de la mesa en ningún momento para ayudarla, no es propio de ella. ¿O debería decir “de él”, a juzgar por su actitud y su indumentaria? Vistos en conjunto, sus invitados no le parecen más que un grupo de hombres machistas, y su mujer, el peor de todos ellos.
Cuando se marchan Julián y sus socios barrigones, Antonia abre las ventanas de la sala de estar. A punto ha estado de ahogarse en medio de la intensa humareda provocada por los habanos que Martina ha compartido con sus clientes durante la sobremesa. Otra señal de que Martina está cambiando, antes jamás habría probado los puros ni habría permitido que nadie los fumara en su casa. Antonia no sabe qué pensar de su mujer.
Después de recoger la sala, Antonia quiere siesta. Está cansada y enfadada. Sabe que tiene que hablar con Martina, pero cree que será mejor hacerlo en otro momento, cuando se sienta más calmada. Al dirigirse a su habitación pasa por delante del aseo de invitados. La puerta está entornada y la luz, encendida. Es Martina, de pie en medio del baño, de espaldas a la puerta. Se pregunta qué estará haciendo, así que se acerca un poco más a la puerta para intentar descubrirlo, pero da un paso atrás tapándose la boca con una mano para ahogar un grito de angustia. Después de dudar unos segundos, decide entrar, dispuesta a aclarar la situación de una vez por todas.
—¿Qué coño haces meando de pie? —pregunta Antonia, indignada.
Martina, sin inmutarse lo más mínimo, se da la vuelta mientras se abrocha la bragueta. El paquete de Martina horroriza a Antonia, que intenta disimular.
—No lo sé, esto es muy nuevo para mí todavía —contesta Martina.
Martina se sienta sobre la taza del inodoro. Parece abatida. Con la cabeza entre las manos, explica a su mujer todos los cambios que ha vivido a lo largo de la mañana. Le cuenta que al llegar a la oficina seguía escociéndole la entrepierna y que hacia las diez notaba fuertes tirones en la parte afectada. Un par de horas más tarde ya tenía polla. Luego se disculpa por su comportamiento frente a los invitados diciendo que no se explica su falta de sensibilidad pero que no ha podido evitarlo, que se siente un poco extraña desde lo de la polla. Confiesa haber pasado buena parte de la mañana mirando culos y tetas de empleadas y pensando en comprarse un coche nuevo, más potente y deportivo. Entre sollozos, pide ayuda a Antonia, quien se muestra comprensiva y preocupada, aunque dolida.
—Necesitas ayuda, Martina —le dice—, no puedes seguir así, comportándote a ratos como una tirana. No te reconozco. Tienes que renunciar a ese cliente, te estás mimetizando con él. Deja de trabajar para Julián y seguro que todo volverá a la normalidad, serás de nuevo la Martina dulce y tierna que tanto me gusta. No pienses más en ello ahora, relajémonos un rato y salgamos a cenar esta noche con Pilar y María para olvidarnos de todo lo que ha ocurrido hoy.
Martina se levanta de un salto al oír los nombres de Pilar y María.
—¡Y una polla! ¿Cenar yo con esas dos bolleras que pretenden tener un hijo sin contar para nada con el padre? ¡Ni hablar!
Antonia se siente de nuevo desconcertada por la actitud de Martina. La repentina reaparición de esa brusquedad injustificada la asusta.
—Pero… ¿qué estás diciendo, Martina?
—Te digo que no cuentes conmigo esta noche, seguramente iré al fútbol con Julián. Y nada de Martina. Llámame Martín.
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