Paula y Lola son pareja desde hace doce años. Todas sus amigas las envidian por su estabilidad y su compromiso duradero, y ellas lo agradecen invitándolas a sus fiestas, en las que las agasajan con mil detalles y atenciones. Las fiestas de Paula y Lola gozan de gran fama en toda la ciudad, y no hay lesbiana que se precie que no quiera asistir, siempre que la inviten, claro, porque a los eventos de Paula y Lola sólo se va por invitación.
Hoy, Paula y Lola celebran su duodécimo aniversario y las han invitado a todas, no falta ninguna, ni siquiera Aurora, su vecina del quinto, que tuvo un lío sonado con Paula meses atrás que a punto estuvo de dar al traste con sus doce años de relación. Y todo porque Paula quiso ser honesta y le contó lo de Aurora a Lola una noche, mientras cenaban en la terraza a la luz de las velas. Primero, Lola montó en cólera, pero luego recapacitó y dijo que quería conocer a esa fulana, así que Paula la invitó a café al día siguiente. Y Aurora fue y conoció a Paula y se cayeron bien, y estaban tan a gusto las tres que la tarde terminó en trío. A partir de ese día, Aurora no dejó de acosar a Lola día y noche, por teléfono y en persona. La llamaba a todas horas, al móvil y al fijo; la seguía al trabajo, esperaba en la calle hasta que Lola salía a fumar o a tomarse un café durante su pausa de veinte minutos; y cuando salía a mediodía la seguía de nuevo hasta su casa. Y así un día tras otro, durante meses. Hasta que Lola no pudo más y contrató a una sicaria para que la eliminara. Por eso Aurora no ha venido hoy a la fiesta, y por eso Lola no sabe qué contestar cuando Paula le pregunta por su ausencia.
Por suerte, la llegada de más invitadas hace que Paula se olvide de Aurora, al menos de momento. Berta y Andrea cruzan la puerta, radiantes como siempre. Nadie diría que justo el día antes la policía, avisada por los vecinos, tuvo que intervenir en su casa para mediar en otra de sus múltiples peleas, que acabó en detención y noche en el calabozo para las dos. Pero, ¿quién se acuerda ya de eso? Hoy es otro día y hay fiesta en casa de Paula y Lola.
Sandra es una de las últimas en llegar. Viene sola e informa a Paula de que Inga, su pareja, no vendrá, porque hoy le toca estar con Frida, su amante nórdica. Y Paula contesta que muy bien, que no pasa nada, que entiende perfectamente que Inga prefiera el sexo a su fiesta.
Después de llegar Lorena, Paula hace una señal a Bautista, el mayordomo, para que cierre la puerta de acceso. Ya están todas las que tienen que estar, aunque tanto Paula como Lola, y el resto de chicas presentes, preferirían que Lorena no estuviera, no al menos en su estado. Lorena ha entrado en la sala tambaleándose, despeinada y con una espesa capa de maquillaje que no consigue esconder los moratones de su cara. Pero de nada sirve preguntarle, todas saben que Lorena contestará de nuevo que se ha caído, como hace siempre.
A medianoche, Paula y Lola subirán al escenario que ha montado el fiel Bautista para anunciar su boda inminente como el paso lógico después de doce años de amor y fidelidad. Todas las presentes levantarán sus copas y brindarán por ellas, procurando que su mirada no se cruce con ninguna ex ni con amantes incómodas que podrían poner en peligro sus vidas felices.
La fiesta se alargará hasta bien entrada la madrugada, y a la mañana siguiente no quedará nada ni nadie en la sala salvo pequeños fragmentos de corazones rotos, esparcidos por el suelo entre serpentinas y confeti, que el personal de limpieza recogerá con esmero y pulcritud para evitar que los vean las señoras Paula y Lola cuando se levanten a mediodía.
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