Le arrancaron el primer pedazo a los quince. Ocurrió cuando su compañera de pupitre, de quien se había enamorado con locura, empezó a salir con el chulito fornido de clase. Duraron poco, pero aún así no volvió a intentarlo; le había quedado muy claro que esa chica nunca se fijaría en ella. Ese mismo curso le detectaron una leve arritmia que la obligó a saltarse las clases de gimnasia.
Siguió perdiendo piezas hasta la mitad de la treintena, unas veces por culpa de su indecisión y otras por enamorarse de mujeres equivocadas. Y siempre se decía: “ya llegará quien me recomponga”. Era optimista, de eso no había duda, pero no contaba con el desgaste que el paso de los años había causado en su corazón. El último diagnóstico médico había revelado una lesión coronaria grave con riesgo de infarto por pérdida de masa muscular. El especialista que la trataba no se explicaba por qué su corazón era más pequeño y pesaba menos de lo normal.
Un día, a punto de cumplir los cuarenta, se sintió mal en plena calle. Respiraba con dificultad y notaba una fuerte opresión en el pecho. Se sentó en un banco y esperó a que cesaran los mareos. Mientras se secaba la frente con una toallita perfumada, una mujer se sentó a su lado, y ella se sintió mucho mejor de repente. El dolor había desaparecido por completo y su corazón latía como nunca, perfectamente acompasado. Pocos minutos después, cuando la mujer se levantó y siguió su camino, volvieron a atacarla los mareos, la arritmia y los sudores fríos.
El día siguiente fue horroroso. Estaba tan débil que no tuvo fuerzas para ir al trabajo. Su jefa, que conocía su delicado estado de salud, le dijo que no se preocupara y que se tomara unos días de descanso, que ya se las apañarían. Ella se lo agradeció y pasó la mañana entera en la cama. Por la tarde, un poco más recuperada, bajó a la panadería en busca de bollos y se topó de nuevo con la mujer del banco. Al cruzarse en la acera, ambas se miraron unos instantes con alivio, y ella sintió que revivía otra vez. Estaba claro que aquella mujer ejercía un extraño poder terapéutico sobre ella. Tenía que decírselo.
—Perdona —le dijo posando la mano sobre su brazo para detenerla. La mujer exhaló un suspiro profundo mientras abría los ojos como si viera el mundo por primera vez.
—¡Entonces eres tú! —exclamó con una sonrisa franca y dos lágrimas a punto de caer. Ella comprendió enseguida.
—¿A ti también te ocurre? ¿Te sientes mejor cuando pasas por mi lado?
—Sí —contestó la mujer—. Tengo ceguera progresiva, pero cada vez que me cruzo contigo lo veo todo más claro que nunca, con una nitidez que ya no recordaba. ¿Quién eres?
—Me llamo Clara. Trabajo en la óptica del barrio y mi corazón delicado recobra brío cada vez que te acercas.
—Encantada de conocerte, Clara. Yo soy Cory, de Corazón.
—Por supuesto, no podía ser de otra manera. ¿Qué haces en la vida, Cory?
—Soy diseñadora. Creo piezas para puzles.
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Qué bonito !!! Me he emocionado, y ahora todavía más (es que estoy enamorada y me corresponde 🙂 )
Muchas gracias, me ha encantado !!!
Qué bonito, gracias !!!
Es que es tan cu-qui :-$
Gracias !!!
Nata
Nata,
De nada, gracias a ti por leerme, como siempre. Me alegro muchísimo de que estés enamorada y de que tu amor sea correspondido. No se puede pedir mucho más a la vida. ¡Disfrútalo!
Un abrazo.
Carme