Llegas antes de hora para asegurarte un buen sitio desde donde puedas controlar toda la sala antes de que llegue ella. Estás nerviosa, es tu primera cita a ciegas y no sabes qué hacer ni cómo comportarte. Tus amigas llevan días diciéndote que te relajes, que te dejes llevar, que seas tú misma, pero tú no ves nada claro lo de quedar con alguien a quien no conoces y con quien solamente has cruzado cuatro palabras por correo electrónico. ¿Y si es una loca? O, peor aún, ¿y si es una heterosexual en busca de la aventura de su vida? Lo único que te ha dicho es que la reconocerás por el casco y la chaqueta motera, pero sabes que eso no te va a ayudar mucho para dar con ella en un bar de lesbianas. Podría ser esa, o esa otra, o cualquiera de las chicas que están ahora mismo hablando y tomando copas y que, casi con total seguridad, también llevaban casco y chaqueta motera al entrar.
Te acomodas en una esquina del bar y esperas pacientemente con una cerveza en la mano. La puerta queda justo enfrente, así que las verás entrar a todas. Al cabo de nada, se te acerca una que lleva un rato mirándote.
—Hola, ¿vienes mucho por aquí? No te había visto nunca.
—No —contestas sin hacerle demasiado caso— ¿Y tú?
—Yo sí. Se podría decir que soy una habitual. ¿Esperas a alguien? —te pregunta. Y esa pregunta despierta en ti una alarma interna que te hace pensar que podría ser ella, que ha sido más lista que tú, que se te ha avanzado, que te estaba esperando que y por eso quiere saber si tú también la esperabas. No sabes qué decir y optas por lo más obvio.
—¿Has venido en moto? —le preguntas. Y ella te responde que no, que siempre va en transporte público a todas partes y que, cuando sale por la noche, vuelve a casa en taxi para poder beber tanto como quiera. Falsa alarma.
Sigues hablando con la chica, más que nada para hacer tiempo hasta que llegue ella. A los cinco minutos lo sabes todo de su vida y le has contado la tuya. A los diez, te ríes como una loca porque te parece que su ingenio no tiene límites. Otros cinco minutos más y ya está bebiendo de tu copa. Y ella, que no llega. ¿O sí? Te preguntas si será esa que acaba de entrar con el casco en una mano y la chaqueta colgada en el otro, mientras la chica que bebe de tu copa sigue hablando contigo susurrando cada palabra a escasos centímetros de tu oreja, de tu cuello.
—Perdona —le dices, separándote un poco— tengo que irme. Y dejas a la chica allí, plantada, y vas hacia ella, que está mirando hacia todas partes buscando a alguien, seguramente a ti. Le preguntas directamente lo que quieres saber porque no quieres perder más tiempo.
—¿Eres la del casco y la chaqueta motera y has quedado conmigo hoy y aquí?
—Sí —contesta ella, y añade— Audrey Hepburn.
—¿Cómo dices? —preguntas, extrañada.
—Audrey Hepburn. Hizo de ciega en la película Sola en la oscuridad.
No entiendes nada y te asaltan las primeras dudas de que pueda estar loca de verdad, pero ella sigue.
—Mary Ingalls también era ciega en La casa de la pradera. Te toca.
—¿Me toca? ¿Qué me toca? ¿Te pasa algo? ¿Te encuentras bien?
Ella te mira con cara de decepción mientras se pone la chaqueta.
—Vaya, otra que no se entera de qué va el rollo —te suelta—. ¿Esto no es una cita a ciegas, tía? Pues eso estoy haciendo, citar a mujeres ciegas. Había preparado un montón para esta noche, pero ya veo que no aprecias mi arte. Que te den, no quiero volver a verte. Ni se te ocurra contactar conmigo de nuevo, ¡aficionada!
Y se va. Y tú te quedas plantada frente a la puerta del local, sin poder moverte de puro asombro. Hasta que oyes de nuevo en tu cuello la voz de la chica de antes.
—¿Qué? ¿Te ha fallado el ligue?
—Eso parece —le contestas volviéndote hacia ella para pedirle perdón por haberla abandonado unos minutos antes.
—No te preocupes, nos pasa a todas —sentencia—. Vamos a por otra cerveza y sigamos donde lo habíamos dejado. Las citas a ciegas no siempre funcionan, ¿sabes? Unas veces sí y otras no, como los pimientos del Padrón. Y cuando la cosa no va bien de entrada es mejor dejarlo correr.
—Tienes toda la razón —le dices, sonriendo— no hay que conformarse, hay que buscar siempre lo que se quiere.
—Exacto. “Nunca se debe gatear cuando se tiene el impulso de volar” —te dice.
—Bonita frase —contestas—. ¿De quién es?
—De Hellen Keller, una escritora norteamericana que murió en 1968.
—¿Y era buena?
—Muy buena. Y era sorda. Y ciega.
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quiero conocer el amor sincero y maduro d una mujer..