Lesbianarium 62: "Juguetes"

Esther oye los aullidos de Sara, su mujer, desde la entrada. Hoy ha llegado antes porque su jefa ha anulado la reunión de la tarde sin previo aviso. Corre hacia la habitación, convencida de que encontrará a Sara revolcándose de dolor menstrual. Pero no. Bueno, sí, Sara está revolcándose, pero con otra mujer, y no parece que le duela nada, más bien al contrario.
—¡Sara! ¿Qué coño estás haciendo? —grita Esther, completamente fuera de sí.
Sara, con las mejillas encendidas de lujuria y vergüenza a partes iguales, contesta mientras descabalga a la otra.
—¿Yo?… Nada… ¿Qué haces tú aquí tan pronto?
—¿Cómo que nada? ¿Quién es esta guarra? ¿Desde cuándo te gustan las flácidas de piel rosada? ¿Y por qué no se mueve?
Esther se acerca a la cama, dispuesta a echar de su casa a la amante de su mujer. La agarra por un brazo con todas sus fuerzas para arrastrarla hacia la puerta, pero la chica es tan ligera que, sin pretenderlo, la levanta con una sola mano, como si fuera un globo de feria. Esther no entiende nada, necesita todavía unos segundos para hacerse cargo de la escena. Mira a Sara, tumbada en la cama, y luego a la chica que sostiene por encima de su cabeza, liviana y rígida como ninguna.
—Pero si es… ¿Una muñeca hinchable?… ¡Sara, por Dios!
Sara rompe a llorar.
—Perdóname, cariño, la vi en el sex shop de la esquina y me pareció tan bella, tan delicada, tan real… No he podido resistirme.
Esther, indignada, tira la muñeca al suelo y se sienta en el borde de la cama.
¬—No puedo creer que te lo estuvieras montando con un ser inanimado de látex. ¿Me quieres decir qué tiene ella que no tenga yo?
Y Sara contesta, con aparente normalidad.
—Muchas cosas.
—¿Cómo? ¿Me estás vacilando?
—Tiene un dispositivo interno que se acciona automáticamente, y cuando la abrazas vibra toda, de pies a cabeza, y te da un gusto que para qué…
Esther no puede hablar de puro asombro, mientras Sara continúa su exposición.
—También lleva un arnés extensible, por si en un momento dado te apetece penetración. Y el botón de la oreja derecha activa el hilo musical con una selección de canciones de esas de ponerte cachonda… ¿Sabes cuáles te digo? Pero yo prefiero hacerlo sin música, cariño, ya lo sabes, para oír los gemidos… Linda también gime si le lames la entrepierna…
—¿Linda? —pregunta Esther— ¿Tiene nombre también?
—Sí, es perfecta, ¿verdad? Y es tan guapa… —responde Sara.
—¿Perfecta? ¡Es terrorífica! Me siento como si acabara de echar de mi cama a la muñeca diabólica… Pero, a ver, ¿qué pasa conmigo entonces? ¿Dónde quedo yo?
Sara ya no llora, su expresión es ahora feliz y relajada. En cambio, la cara de Esther refleja desesperación y derrota.
—Tú estás donde siempre, cariño —responde Sara—. Yo te quiero mucho, eres mi amor, mi compañera, mi todo. Me encanta hacer el amor contigo, aunque no vibres como Linda. Tú eres mucho más divertida, eso no te lo quita nadie…
—¡Basta! —interrumpe Esther, levantándose de la cama—, no quiero oír nada más. Has perdido la poca sensatez que te quedaba, Sara.
Esther sale de la habitación con paso firme.
—¿Adónde vas? ¬—pregunta Sara desde la cama. Y Esther le contesta, ya en el pasillo.
—Déjame, voy a hacer la cena. ¿Preparo algo con la Thermomix o quieres follártela también? Como hace tantas cosas, a lo mejor te mola. Y de postres, te traigo el exprimidor, que también vibra.

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