Lesbianarium 57: "La niña por fuera"

Agustina se levanta cada día a las ocho. Tina lo hace un poco antes, hacia las siete, porque le gusta jugar con sus coches a primera hora de la mañana, cuando sabe que los vecinos duermen todavía y que sus correteos por el pasillo les sacan de quicio. Tina es muy viva, demasiado inquieta para su edad. Por su culpa, Agustina ha sido amonestada más de una vez, y de dos, por la presidenta de la comunidad en las reuniones del tercer martes de cada mes en el segundo rellano. Rebeca, la presidenta, no se cansa de advertirla sobre la aparente falta de sociabilidad de Tina y de los peligros de no escolarizarla, y Agustina le responde que deje de preocuparse por ellas, que están bien así.
A las nueve en punto Agustina ya está en la oficina. Mientras espera que llegue Tina, media hora más tarde más o menos, revisa el correo y prepara las reuniones del día para decidir quién asistirá a cuál. Por lo general, Agustina se reserva las reuniones formales y deja que Tina atienda los asuntos más livianos. Pero en ocasiones los papeles se invierten. Todavía recuerda aquella vez que Tina se empeñó en reunirse con el Consejo de Dirección. Casi la despiden, solo porque construyó un avión de papel con la hoja de balances y lo hizo volar, con tan mala fortuna que fue a aterrizar en la brillante calva del director financiero, un señor muy serio vestido de gris que montó en cólera y consiguió que el departamento de recursos humanos le abriera un expediente disciplinario. Tina se lo agradeció enviándole por valija interna una bolsa de piruletas de sabores variados. No la despidieron gracias a la intervención de Agustina, que se disculpó por ella en el siguiente pleno del Consejo.
En cuestión de amores, Agustina lleva la iniciativa, o eso intenta, al menos. Es ella quien acude a la primera cita, y luego, si le siguen otras, deja que Tina se presente también, aunque no siempre, porque sabe que a la mayoría de mujeres no les gusta salir con niñas. Por eso tantea primero el terreno para valorar las posibilidades de éxito. Son tantos sus fracasos amorosos que no puede ni recordarlos, y siempre por lo mismo, porque Tina aparece cuando menos se la espera. Una vez, en plena cena romántica con una chica con la que llevaba saliendo poco más de un mes, le dio por comer con el mango del tenedor y beberse un vino carísimo directamente de la botella, a morro. A Tina le parecía muy divertido, pero la chica la miraba con cara de interrogante tirando a miedo. La sesión de sexo, prevista en principio para después de cenar, quedó suspendida sin previo aviso, y Agustina volvió a su casa preguntándose qué había pasado.
Otras veces, aunque pocas, sí llegan al sexo, y ahí es donde Tina se desenvuelve mucho mejor que Agustina. Su manera de amar, entregándose sin reservas con una mezcla explosiva de pasión adulta y ternura infantil, enamora hasta la médula a todas las mujeres que pasan por su cama. Los problemas vienen luego, al salir de la habitación. Hasta el momento, ninguna mujer de las que han pasado por su vida ha sido capaz de convivir con Tina más allá de la alcoba, y eso entristece a Agustina y la hace llorar a menudo por las noches, porque no encuentra quien sepa amarla como la mujer-niña que es.
Hoy Agustina ha quedado con Ángeles. Se conocieron días atrás en el gimnasio y se gustaron enseguida. Después de algunos mensajes telefónicos y de correo electrónico, han decidido almorzar juntas en la Barceloneta. Agustina acude puntualmente a la cita, aunque con pocas esperanzas. Al cabo de nada aparece Ángeles. Se saludan con besos de mejilla y acuerdan comer junto al mar. Es domingo y les apetece paella.
Al llegar al restaurante, Ángeles entra primera y Agustina la sigue. No puede evitar fijarse en el fino cordel blanco que asoma por uno de los bolsillos traseros de los jeans de Ángeles y empieza a tirar de él hasta extraer del bolsillo una pieza redonda de plástico atada al otro extremo. Es un yoyó de mil colores. Tina sonríe, y en sus ojos de niña se refleja la imagen del juguete. Ángeles se da la vuelta al notar que alguien hurga en su pantalón.
—Hola, me llamo Angie —se presenta, con voz dulce— ¿y tú?
—Yo soy Tina. Me gusta tu yoyó, ¿me lo dejas?
—Sí, pero no lo rompas.
—No, no lo romperé.
—¿Mesa para cuatro? —pregunta un amable camarero—, por favor, acompáñenme. Me queda una libre en la terraza, así las niñas podrán jugar si se cansan de estar sentadas.
Durante el almuerzo, todo son risas, y más tarde, en casa de Agustina, todo es amor, amor del bueno, del que se encuentra solamente una vez en la vida.
Al día siguiente, lunes, Ángeles se muda. Ahora son cuatro en casa de Agustina. La presidenta de la comunidad está que trina.

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