Lesbianarium 56: "Las tres Gracias"

Después de haberlo hablado mucho las dos, se han decidido, por fin. Aglaya y Eufrósine lo tienen ahora muy claro. Será esta noche. Ambas llevan tiempo fijándose en la misma chica cada vez que coinciden con ella cuando salen por el ambiente. La chica en cuestión es normal, de mediana estatura, de mediana edad, de mediana belleza… Todo en ella está dentro de la media, y quizá sea eso, su medianía, su normalidad, lo que las atrae.
Cuando llegan a Tú Sabes para cenar, la chica, de nombre Talía, ya está ahí, acodada en la barra frente a su copa de vino blanco. Ni siquiera las mira.
—¿Vas tú o voy yo? —pregunta Aglaya. Y Eufrósine no vacila al contestar, visiblemente nerviosa.
—Ve tú, anda, que a mí me da no sé qué.
—Desde luego, si fuera por ti… ¿Estás segura de que quieres probarlo? No tenemos que hacerlo si no queremos.
—Que sí, que sí. Anda, ve. Yo te espero aquí y pido un par de cañas.
—Voy.
Al cabo de nada, Aglaya vuelve a la mesa donde está Eufrósine. Viene de hablar con Talía en la barra. Eufrósine está ansiosa por saber.
—¿Qué? ¿Qué?
—Dice que vale, que la avisemos cuando nos vayamos y que vendrá con nosotras a casa. ¿No te da un poco de miedo?
—Un poco sí, la verdad.
Sin hablar apenas, se concentran en su cena, mirando de reojo hacia la barra de vez en cuando y pensando en lo que ocurrirá más tarde en su casa, cuando estén las dos desnudas frente a una desconocida, también desnuda. Se preguntan cómo será hacer el amor a tres bandas, quién llevará la iniciativa, qué ritmo se va a establecer entre ellas, qué complicidades se crearán, cómo se colocarán, qué sentirán, cómo se sentirán… Todo eso se preguntan, con cierta sensación de aventura y un punto de preocupación. Todavía no se han terminado el postre cuando Talía se acerca a su mesa.
—¿Nos vamos ya? Tengo un poco de prisa esta noche.
—¿No quieres tomar un café con nosotras? —contesta Aglaya con una pregunta que sólo intenta demorar un poco más el encuentro sexual.
—No —sentencia— mejor lo tomamos en vuestra casa. Os espero en la calle. ¿Vais en coche?
—Sí, te llevamos —contesta Eufrósine con timidez.
Ya en casa, mientras Aglaya prepara café para las tres, Eufrósine y Talía hablan en el salón.
—¿Dónde queréis hacerlo? —pregunta Talía, a lo que Eufrósine contesta con un carraspeo inicial que delata su incomodidad frente a una pregunta tan directa.
—Ejem… Bueno, mejor en la cama, ¿no? Somos un poco tradicionales en eso. ¿Te parece bien?
—Lo que digáis. Por mí, como si queréis hacerlo en el balcón.
—¿En el balcón? ¿De verdad lo harías en el balcón, a riesgo de que nos vieran?
—Claro, ¿por qué no? El exhibicionismo me da morbo, ¿a ti no?
—No, yo prefiero la intimidad del dormitorio.
Aglaya entra en el salón con los cafés. Talía toma una taza y bebe de un trago, a pesar de que el café está casi hirviendo. Parece tener mucha prisa.
—Tú has hecho esto muchas veces, ¿verdad? —le pregunta Aglaya.
—Algunas —contesta— en cambio, se nota a la legua que vosotras sois primerizas—. Y sin decir más, empieza a quitarse la ropa. En pocos segundos, está completamente desnuda y echada en el sofá. Aglaya y Eufrósine se miran asombradas, deciden dejar el café para más tarde y se desnudan también. Al cabo de media hora escasa, todo ha terminado. La sesión ha sido corta pero intensa, tan intensa que Aglaya y Eufrósine están exhaustas en el suelo, sobre la alfombra de IKEA. Pero Talía ya está vestida y dispuesta a irse.
—Bueno, chicas, ha sido un placer. No habéis estado mal para ser la primera vez. Serán trescientos.
—¿Trescientos qué? —pregunta Eufrósine.
—Euros, trescientos euros. Cien por cada una y cien más en concepto de mano de obra y desgaste físico. Es mi tarifa habitual para tríos. En efectivo, por favor.
Y Aglaya, sin inmutarse, se levanta del suelo para buscar su cartera en el bolsillo de su chaqueta, que está colgada en el respaldo de una de las sillas que circundan la mesa del salón. Saca seis billetes de cincuenta euros y los entrega, doblados, a Talía.
—Muchas gracias. Cuando queráis repetir, ya sabéis dónde encontrarme. No hace falta que me acompañéis hasta la puerta, conozco el camino. Adiós.
—Adiós, —balbucea Eufrósine mientras Talía se aleja. Al cabo de nada se oye un ruido seco, es la puerta de la calle al cerrarse. Aglaya y Eufrósine se miran, derrotadas, y la primera se dirige a la cocina para recalentar el café. Esta vez sí se lo tomarán, lo necesitan. Cuando vuelve al salón, pasados unos minutos, Aglaya parece preocupada.
—¿Qué te pasa? —le pregunta Eufrósine, que sigue tumbada sobre la alfombra del salón.
—Nada, es sólo que…
—¿Qué? —insiste. Y Aglaya, negando con la cabeza y con media sonrisa en los labios, como diciendo “qué idiotas somos”, formula una pregunta que quedará flotando en el aire durante varios días.
—¿Tú has quitado la lámina del pasillo, la reproducción de Las tres Gracias de Rubens que nos regalaron tus padres cuando nos casamos?

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