Lesbianarium 50: "Revisión gineco(i)lógica"

A Clara le toca hoy revisarse los bajos. Sabe que tiene que hacerlo con cierta periodicidad para prevenir posibles enfermedades graves, pero no le gusta nada tener que tumbarse sobre una camilla, poner las piernas sobre caballetes y dejar que una persona extraña la manosee por todas partes sin ningún tipo de preliminar por el mero hecho de ser titulada en medicina y haberse especializado en ginecología. Cada vez que se dirige a su Centro de Atención Primaria para la revisión se promete a sí misma que se hará socia de alguna mutua, más que nada para poder escoger el lugar y la persona en los que confiar la salud de su sistema sexual-reproductor. Pero luego, cuando vuelve a su casa, se olvida de su promesa hasta la próxima revisión.
Clara tiene hora a las once menos cuarto. Llega cinco minutos antes al centro ambulatorio de su distrito, aún a sabiendas de que seguramente su visita se retrasará. Sube hasta la tercera planta y se sienta a esperar en una de las sillas vacías situadas frente a la puerta número tres. Por lo que parece, la doctora Seisdedos tiene pocas pacientes hoy, así que Clara piensa que, con un poco de suerte, a lo mejor la hacen pasar a su hora. Le viene a la cabeza su primera visita con la doctora Seisdedos un par de años atrás, cuando tuvo que explicarle algunos detalles de su vida íntima para que le abriera ficha. En aquella ocasión, la doctora dio por sentado que ella era heterosexual, y por eso no entendió a la primera por qué Clara no quería quedarse embarazada pero no tomaba ninguna medida anticonceptiva ni contraceptiva. Tuvo que aclararle que su pareja se llamaba Irene. En su momento, la situación le pareció penosa, pero hoy sonríe al recordarla.
A las once menos cuarto exactamente, un joven enfermero aparece por la puerta número tres y pronuncia su nombre.
—¿Clara Boya?
—Soy yo —contesta Clara, levantándose de la silla con cara de extrañeza ante tanta puntualidad.
El enfermero mantiene la puerta abierta mientras Clara accede a la consulta, una pequeña habitación dividida en dos partes por un biombo de tela blanca. La doctora Seisdedos revisa en su mesa la ficha de Clara; detrás del biombo se adivina la camilla. Clara se sienta frente a la doctora y deja su bolso en la silla de al lado. La doctora, que sigue revisando la ficha, levanta un momento los ojos del papel para mirar a su paciente, como si acabara de leer algo asombroso o, como mínimo, curioso, y Clara aprovecha el breve contacto visual para saludar con una tímida sonrisa.
La doctora inicia el interrogatorio previo, aunque las preguntas son distintas a las de la primera visita.
—Han pasado dos años desde su última revisión, ¿verdad? —pregunta la doctora.
—Sí.
—¿Ha notado algún cambio desde entonces?
Clara piensa que sí, que por supuesto que ha notado un cambio importante en su vida: ahora es dos años más vieja. Pero se ciñe a contestar la pregunta en el contexto en el que ha sido formulada.
—No, doctora, yo creo que todo funciona bien.
La pregunta siguiente llega precedida por un leve carraspeo y una chispa de rubor en las mejillas de la doctora.
—¿Tiene usted… la misma pareja de entonces?
A Clara, la pregunta le parece una manera algo curiosa de inquirir sobre su condición sexual, y no entiende por qué a muchas personas les cuesta tanto pronunciar la palabra “homosexual”.
—Sí, sigo siendo homosexual, todavía no me he curado, doctora.
De hecho, Clara pronuncia solamente el “sí” inicial, el resto de la frase a partir de la coma se queda en un mero pensamiento no expresado. Clara todavía no ha aprendido que debería ser diplomática únicamente con quienes lo merecen.
Tras hacer varias anotaciones en la ficha de Clara, la doctora cierra el dossier y le indica que se desvista tras el biombo y se eche sobre la camilla apoyando las piernas sobre los caballetes. Clara obedece y, a los pocos minutos, se encuentra en la posición indicada, esperando que la doctora inicie la exploración.
—Coloque ambos brazos hacia arriba, por encima de la cabeza, y apóyelos sobre la camilla, por favor, vamos a empezar con la inspección mamaria.
Clara obedece de nuevo, ya conoce el ritual. Mientras la doctora Seisdedos palpa sus senos, piensa en todos los encargos que tiene que hacer cuando salga de la consulta. Puesto que se ha tomado la mañana libre a causa de la revisión médica, ha decidido aprovechar el tiempo al máximo para realizar otras gestiones, entre ellas ir al banco y recoger un par de trajes de la tintorería. La doctora tiene las manos frías.
—Por aquí arriba está todo correcto, Clara —le dice la doctora— no tienes por qué preocuparte, aunque a partir de los treinta y ocho te recomiendo que te hagas mamografías cada dos años, por prevención. Todavía no has cumplido los treinta y ocho, ¿verdad que no?
—No, los cumplo el año que viene, en mayo.
—Pues en mayo mismo vienes a verme y te programo. Bueno, Clara, vamos con la exploración vaginal.
La doctora se cambia los guantes de látex y pide a Clara que se coloque un poco más hacia el extremo inferior de la camilla.
—¿Con las caderas más hacia usted? ¿Así? —pregunta Clara por el mero hecho de decir algo mientras cumple las indicaciones de la doctora, pero se da cuenta al instante de que su pregunta causa un efecto no pretendido, y la doctora retira inmediatamente las manos que momentos antes había colocado sobre sus caderas. Visiblemente nerviosa, la doctora se quita los guantes y pide a Clara que la disculpe un momento antes de salir por la puerta del fondo de la consulta.
Al cabo de un par de minutos, la doctora vuelve a aparecer por la misma puerta, acompañada por una enfermera. Lleva puestos otros guantes.
—Bueno… Clara… —dice la doctora con voz entrecortada —vamos… allá…
Clara cierra los ojos y se relaja esperando la palpación, pero nada. Abre los ojos y, al levantar la cabeza, descubre a la doctora mirando fijamente su sexo. Ante la aparente falta de decisión de la doctora, la enfermera decide intervenir.
—¿Necesita ayuda, doctora?
—No, María, gracias, tengo que hacerlo yo.
Clara no entiende lo que pasa, pero se da cuenta de que hace demasiado tiempo que está desnuda y en posición de sumisión. Por primera vez desde que ha llegado a la consulta se siente vulnerable. Quiere levantarse y marcharse de allí, eso o que la doctora haga su trabajo y realice la palpación lo antes posible. Se pregunta qué coño le ocurre a esa mujer, aunque sospecha la respuesta. ¿Acaso cree la doctora que, por ser ella lesbiana, se excitará con su exploración? Esperando que no sea ese el problema, intenta no pensar en ello, pero la imaginación de Clara ya ha empezado a desbordarse. ¿Y si resulta que la doctora tiene en verdad seis dedos y no sabe cuáles ni cuántos utilizar? Si al menos se hubiera fijado en sus manos mientras rellenaba la ficha médica… Clara intenta no reírse de sus propios pensamientos absurdos, pero tiene que reconocer que, si la doctora no se decide pronto, a lo mejor sí que se pone cachonda, aunque sólo sea un poco, así que decide darle un empujoncito.
—Doctora, ¿hay algún problema?
La pregunta de Clara consigue sacar a la doctora Seisdedos de su estado de ensimismamiento y hacer que reaccione.
—¿Eh?… No… no… ningún problema. Vamos a hacer la palpación de una vez.
La doctora inicia la exploración, por fin, sintiéndose profundamente aliviada por la indiferencia de Clara ante sus dedos en su vagina. Todo parece en orden, pero de repente nota algo duro. Sorprendida y contrariada por un hallazgo que la obliga a hurgar más de lo debido en la vagina de una paciente que la incomoda, para qué negarlo, intenta identificar el objeto palpándolo con la punta de los dedos índice y corazón de su mano derecha. Le parece que es algo redondo y metálico, como un fino cilindro. A los pocos segundos, la doctora se las apaña para coger el objeto con los dedos y arrastrarlo hacia el exterior de la vagina de Clara.
—¿Qué ocurre, doctora? —indaga Clara, que no ha estado ajena al reciente ajetreo en sus entrañas.
—Acabo de extraer un objeto extraño de tu vagina, Clara. Dame un minuto para limpiarlo y ver de qué se trata —le explica la doctora.
—¿Un objeto? ¿En mi vagina? —se extraña Clara.
Pero la doctora no la escucha, está lavando el objeto bajo el grifo del lavamanos situado en un rincón de la consulta. Al cabo de nada, se acerca de nuevo a la camilla para intentar sacar algo en claro de todo aquello.
—¿Conoces a alguien llamado Roberto? —pregunta la doctora a Clara.
—¿Roberto? Creo que no… ¿Por qué lo pregunta?
—¿Y a una tal Rosa? —insiste.
—¿Rosa? A ver, déjeme pensar… Conozco a una, sí, creo recordar que nos vimos un par de veces, pero nada más. ¿Va a decirme de una vez qué está ocurriendo, doctora?
Con serena expresión de felicidad por haber resuelto el enigma, la doctora Seisdedos levanta la mano para mostrar a Clara el objeto extraído de su vagina, mientras le explica sus conclusiones.
—Es un anillo, una alianza de oro con una inscripción en su parte interior: “Roberto y Rosa, para siempre – 25/10/2008”.

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