Lesbianarium 45: "Castillos en el aire"

Otro fin de semana en blanco, y ya van tres desde que dejó la “colla” de las Castelleres de Lés, el grupo femenino de castillos humanos de su pueblo, Lés. De seguir así, Pilar se teme lo peor, tiene miedo de encerrarse en sí misma poco a poco hasta convertirse en una amargada que se limite a trabajar de lunes a viernes y a malgastar sábados y domingos sin hacer nada, viendo la vida pasar escondida en su caparazón, como una perla esperando que alguien la encuentre y la valore como se merece. Pero Pilar no es ninguna perla, lo sabe bien, es una chica normal, más bien introvertida, así que no cree que nadie vaya a llamar jamás a su puerta para sacarla de su ensimismamiento. Hace años que dejó de creer en cuentos de hadas, más que nada porque nunca se sintió identificada con el papel de princesa desvalida y prisionera en un castillo a la espera de un príncipe apuesto y libertador. Le gustaban las princesas de los cuentos, sí, pero de una manera muy distinta de la que su madre podía llegar a imaginar cuando le contaba con voz tierna las mismas historias noche tras noche, mientras la arropaba en su cama.
Al dejar atrás la niñez y adentrarse en la adolescencia, Pilar descubrió con sorpresa que las princesas existían de verdad, en forma de chicas de carne y hueso. Un día, sin saber cómo ni por qué, empezó a encontrarlas por todas partes, pero no veía a todas las chicas como princesas, solamente a algunas que le causaban un conjunto de sensaciones indescriptibles y que parecían moverse a cámara lenta. A veces, incluso hablaba con alguna, pero muy brevemente, a los pocos minutos tenía que despedirse con cualquier excusa al notar que le dolían mucho los ojos porque sus pupilas se dilataban hasta el límite de tanto mirarlas. Sí, esa clase de chicas, las princesas de movimientos lentos, tenían el extraño poder de encenderle las mejillas y revolucionarle la entrepierna. Le había ocurrido con dos o tres y también con Amanda, sobre todo con Amanda.
Por culpa de Amanda, Pilar había dejado las Castelleres de Lés hacía unas semanas, y eso que Pilar formaba parte del grupo desde los catorce años, más o menos la misma edad en la que empezó a ver princesas por todas partes. Pilar formaba parte del “tronc”. Era una de las “segundas” porque, junto con otras compañeras, construía el segundo piso del castillo, por encima de la “pinya” y del “folre”. Su papel consistía en dar solidez a la formación, a sustentarla por la base para que las demás treparan sin dificultad hacia los pisos superiores hasta conseguir cargar el castillo con éxito. Con los años, a fuerza de entrenamientos y competiciones a lo largo y ancho de la comarca catalana de la Urgalla, Pilar se había convertido en toda una experta en asegurar los castillos de las Castelleres de Lés. Hasta que llegó Amanda a cámara lenta.
Amanda, en un fantástico tándem con Antonia, formaba el “pom de dalt”, el último piso de la torre humana, solamente superado en altura por Marta, la “acotxadora”, y por la “anxaneta” Álex, la más joven y ligera de la “colla”, todavía una niña. Amanda trepaba, como todas las demás, desde la base del castillo hacia la cima, hasta alcanzar la altura convenida para montar el “pom de dalt” con Antonia. Hasta ahí, todo normal. El problema era que, por instrucciones de Susa, la “cap de colla”, Amanda siempre tenía que trepar por la parte del castillo donde estaba Pilar. Y eso, a Pilar, la ponía muy nerviosa. Y no lo entendía, porque había otras chicas que también trepaban por ella y no pasaba nada, pero cada vez que sentía el cuerpo de Amanda pegado al suyo, cuando la abrazaba desde atrás y sentía su respiración en la base del cuello, Pilar se electrizaba de pies a cabeza. Notaba cómo se le levantaba el vello de todo el cuerpo, incluso su pelo se erizaba tanto que le dolían hasta las raíces, pero no podía llevarse las manos a la cabeza porque las tenía ocupadas sujetando a sus compañeras para asegurar la formación. No podía hacer nada para paliar los efectos que la ascensión de Amanda causaba en ella, y más de una vez, y de dos, el castillo se había desmoronado a su paso porque a Pilar le habían fallado las piernas. Desde que Amanda había llegado al grupo, Pilar se sentía prisionera en un castillo, igual que las princesas de las historias que le contaba su madre siendo niña. Un desastre.
Pero siempre puede haber un peor, y lo peor vino cuando Amanda se dio cuenta del efecto que ejercía sobre Pilar, así que pidió a Susa en privado que cambiara la estrategia de carga del castillo para no tener que trepar por Pilar, pero la jefa del grupo se negó, así que Amanda optó por intensificar sus roces durante la escalada y ver qué ocurría. Si Susa no quería cambiarla de sitio por las buenas, lo haría por las malas. A partir de entonces, Amanda embestía literalmente a Pilar cada vez que trepaba por ella. No es que fuera dura, ni mucho menos, al contrario, sus movimientos y la manera como se agarraba a Pilar eran premeditadamente suaves y sensuales, de manera que las embestidas eran más bien emocionales. Y Pilar flaqueaba cada vez más y provocaba la caída de la torre con más frecuencia cada vez. Todo era notar las manos de Amanda sobre su cuerpo y ponerse a temblar. Luego, conforme iba encaramándose a ella, Amanda se aseguraba de que Pilar notase cada parte de su cuerpo, y aunque la ascensión debía ser lo más rápida posible para asegurar el éxito de la construcción, ella se esmeraba en ralentizarla lo más que podía para prolongar el contacto de sus cuerpos. Amanda no dudaba en pegar sus pechos a la espalda de Pilar, rodeándola por la cintura con una pierna y con un brazo por debajo de los hombros, justo a la altura de sus pechos. Y, claro, el castillo hacía leña una y otra vez siempre que Amanda trepaba por Pilar. Hasta que fue Pilar quien habló con Susa para que la cambiara de lugar, pero la responsable del grupo seguía en sus trece, no quería variar nada en la estructura de sus castillos de chicas. Cuando Amanda se enteró del intento de Pilar de librarse de ella, intensificó aún más sus ataques sumando el verbo a la acción. A partir de ese momento, Amanda gemía deliberadamente al oído de Pilar, fingiendo que lo que estaba haciendo le suponía mucho esfuerzo, cuando ambas sabían que no era para tanto. Pilar dejó el grupo el mismo día que Amanda le susurró mientras la trepaba, entre jadeo y jadeo, que no llevaba sujetador y que la disculpara si notaba sus pezones duros y erectos, porque tenía un poco de frío y a ella el frío la poseía por los pezones. El castillo cayó, y Pilar se levantó y se fue sin decir nada ni volver la vista atrás, desoyendo los gritos de Susa ordenándole que volviera a la formación inmediatamente. Desde ese día, y habían pasado ya tres semanas, se recluyó en el trabajo y en casa, no contestó a las llamadas insistentes de Susa ni a las de sus compañeras. Despareció por completo de la actividad castellera de Lés, sin tener en cuenta que se estaban preparando para una dura competición contra sus más acérrimas rivales, las Minyones dels Pirineus, cuyo uniforme incluye, además de la típica faja, una cofia y un delantal, muy poco prácticos a la hora de trepar.
En eso piensa Pilar, en las dificultades que seguramente sufren las Minyones por culpa de su ridículo atuendo, mientras pasa ociosa otro sábado en casa, vencida por el tedio y sin poder quitarse de la cabeza los jadeos de Amanda. Decidida a prepararse una buena cena que le llene el estómago para compensar el vacío de su corazón, se dirige a la cocina pero cambia de itinerario para abrir la puerta. Alguien llama. Es Amanda, quien, a cámara lenta, le dice que quiere hablar con ella y le pregunta si puede pasar porque hace un poco de frío en el rellano y ella ya sabe que el frío no tarda en poseerla, no hace falta que le diga por dónde. Y Pilar, con las mejillas y la entrepierna en llamas, la invita a entrar y la acompaña hasta su habitación, donde Amanda le explica que su nombre, que viene del latín, significa “la que será amada por las demás”, y luego se coloca detrás de Pilar y la abraza pegándose a su cuerpo, como había hecho tantos fines de semana, para construir con ella castillos en el aire.

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