Lesbianarium 44: "Juana la loca"

—Déjalo ya, te he dicho que no. No voy a vivir contigo. ¿Estás loca?
—Pero, ¿por qué no? No lo entiendo. ¿Tú me quieres? Porque yo te quiero mucho, Andrea, eres mi amor, mi vida entera, lo daría todo por ti, yo…
—¡Basta! Cállate, por favor, no sabes lo que dices.
Entre atónita e incrédula por la propuesta de Juana de vivir juntas, Andrea intentaba razonar con ella para quitarle esa idea de la cabeza, a todas luces absurda desde su punto de vista. Sin embargo, Juana parecía dispuesta a empezar una nueva vida en su compañía. Y eso, Andrea no podía entenderlo. Por más vueltas que le daba, no comprendía cómo había llegado a la situación en la que ahora se encontraba, desnuda en la cama de Juana, en el piso de Juana, tratando de zafarse de una invitación que le parecía, cuando menos, descabellada: mudarse a casa de Juana.
Y Juana, también desnuda, seguía insistiendo mientras la abrazaba y la besaba sin parar, con deseo desenfrenado, con ansia desmesurada, con tanta pasión que Andrea se sentía incómoda, pero también un poco halagada, tenía que reconocerlo. De todas las amantes que habían pasado por su vida, que eran unas cuantas, ninguna se había aferrado tanto a ella como Juana, y eso le gustaba y al mismo tiempo le daba miedo, quizá porque no esperaba que pudiera ocurrir tan pronto.
—Andrea, mi Andrea, quédate conmigo, te trataré como a una reina todos los días de mi vida…
—Vale, vale, Juana, vale ya, escúchame, por favor.
Sujetando la cabeza de Juana con ambas manos, Andrea intentaba explicarle por qué no podía vivir con ella.
—Juana, nos conocimos ayer.
Pero a Juana, ese pequeño detalle parecía no importarle en absoluto.
—¿Y qué? ¿Qué tiene eso que ver con nuestro amor?
—Mucho, tiene mucho que ver. En primer lugar, habernos conocido ayer es incompatible con eso que acabas de llamar “nuestro amor”. No existe ningún “nuestro amor”. Todo lo que tenemos a día de hoy es una noche de orgasmos encadenados entre humedades y gemidos, después de unas rondas de cervezas y tequilas en Museum Girls.
Por primera vez desde que se habían despertado, el semblante de Juana no expresaba felicidad. Las palabras de Andrea habían ensombrecido su mirada, y su boca, la misma que había llevado al éxtasis a Andrea una y otra vez durante la noche, parecía ahora un órgano inanimado, inerte, sin vida. Andrea continuó hablando, pensando que con su razonamiento estaba ayudando a Juana a comprender la realidad que compartían.
—He pasado una noche fantástica contigo, Juana, y por mí podemos repetirla siempre quieras. Podríamos decir que tú y yo somos amantes, que ya es mucho, pero no podríamos decir que somos una pareja. ¿Lo entiendes?
Juana contestó, con tono contrariado.
—No, no lo entiendo. No es eso lo que dice la gente.
Andrea se había visto sorprendida de nuevo no sólo por lo que acababa de decir su amante sino también por cómo lo había dicho.
—¿La gente? ¿Quién? ¿Qué dice la gente?
—Que las lesbianas se van a vivir juntas después de la primera cita en serio.
Y la alarma sonó en la cabeza de Andrea como la sirena previa a un ataque aéreo de las fuerzas de combate enemigas, con el agravante de que no tenía dónde esconderse. No hay refugios que valgan contra la artillería que dispara un corazón maltrecho.
—¡Ay, madre mía! ¡Madre mía!… Juana, cariño, dime ¿quién eres tú?
—No me llames cariño.
—Te lo pregunto en serio, muchacha. ¿De verdad eres lesbiana? ¿Con cuántas mujeres has estado? ¿Has vivido con alguna como pareja estable? Por favor, no me mientas, es importante.
Juana calló y cerró los ojos. Andrea comprendió.
—Soy la primera, ¿verdad?
Cuando Juana asintió con la cabeza, Andrea se revolvió en la cama mientras escudriñaba la habitación con la vista buscando su ropa. Recordaba la última vez que se había acostado con una neófita, una recién llegada al clan de Safo. Sólo compartieron una noche, pero tardó meses en librarse de ella. La llamaba a todas horas y se presentaba en su casa sin previo aviso, de día y de noche, para pedirle que se casara con ella. Fue una pesadilla que no quería revivir. Tenía que largarse de allí a toda prisa, pero no era capaz de encontrar su ropa, así que optó por preguntar.
—Juana, no te ofendas pero tengo que irme. ¿Sabes dónde están mis cosas?
Juana contestó con precisión de aspirante a psicópata, clavando la vista en la pared.
—Tiradas por ahí. Te quitaste la camiseta nada más entrar; sujetador, no llevabas; dejaste los shorts en el pasillo y te llevé hasta la cocina con una mano hundida en tus bragas. Apenas podías andar, te temblaban las piernas por mi jugueteo en tu sexo. Estabas tan mojada que podía oír el movimiento acuoso de mis dedos dentro de ti. Ansiaba tenerte desnuda del todo y sentir tu cuerpo caliente entre mis manos. Te arranqué las bragas en el salón y me puse a lamerte de arriba abajo en el sofá. ¿Te acuerdas de algo o estabas demasiado bebida? Yo me acuerdo perfectamente. Gritaste mucho mientras te corrías en mi boca. Después, en la cama, también gritaste cuando te penetré desde atrás con el arnés doble mientras me agarraba a tus pechos para aumentar la presión. Me movía muy lentamente, quería que sintieras el roce en todo momento. Tú balanceabas las caderas y me suplicabas que te follara más lenta aún, todavía más profunda. Primero llegaste tú, luego yo. Me corrí tan fuerte que te mordí el cuello. Si te miras en el espejo del lavabo verás las marcas. Lo siento, no pude evitarlo… ¿Quieres que siga?
Andrea, de pie junto a la cama, respiraba con dificultad y miraba a Juana con una mezcla de odio, miedo y deseo.
—No, es suficiente, y además, lo recuerdo todo perfectamente. ¿Seguro que no habías estado antes con ninguna mujer?
—Seguro. ¿Crees que lo hice bien?
Andrea acompañó su respuesta con un carraspeo prolongado. No quería alentar el orgullo de su amante novata y supuestamente loca, así que intentó quitar importancia al encuentro.
—Bastante bien para ser tu primera vez.
Para sorpresa y horror de Andrea, Juana retrocedió de improvisto hasta la casilla de salida.
—Entonces, quédate conmigo. Aprenderé rápido para follarte cada vez mejor. Sé mi pareja. Casémonos, Andrea.
Mientras hablaba, Juana se acercaba a Andrea con ojos de súplica, y Andrea temió por un momento que estuviera loca de verdad y que quisiera retenerla allí contra su voluntad. Se retiró unos pasos.
—¡Te he dicho que no! ¡Déjame!
—¿Puedo llamarte, por lo menos?
—Prefiero que no lo hagas. Además, no tienes mi número.
—¿Quedamos otro día en tu casa?
—¿En mi casa? ¿Te dije ayer dónde vivo? ¡Dios mío!
—No, no lo hiciste, no te preocupes.
—Perdona, no quería…
—No pasa nada, Andrea, pero deberías procurar que no me enfade, ¿vale? Me pongo muy nerviosa cuando me enfado y a veces hago cosas malas. ¿Te quedas a desayunar?
Muerta de miedo, Andrea soltó lo primero que le vino a la cabeza para intentar rechazar la invitación.
—Es que… Hoy viene mi madre de visita. Su autobús llega dentro de media hora y tengo que ir a recogerla. Lo entiendes, ¿verdad, Juana?
—Claro que sí. Qué pena, otra vez será. ¿Te importa si me quedo durmiendo? Anoche me dejaste exhausta, chiquilla. ¿Sabrás encontrar tus cosas y llegar hasta la puerta sin mí?
Andrea se sintió a salvo, por fin.
—Por supuesto, no te molestes en acompañarme. Ha sido un placer, Juana.
—Lo sé, Andrea. Cuídate.
—Tú también.
Tan pronto como Andrea dejó la habitación, Juana se acomodó en la cama y se dispuso a dormir, pero a los pocos segundos otra chica asomó la cabeza por la puerta.
—¿Quién era esa tía que corría hacia la puerta a medio vestir? Joder, Juana, ¿otra vez espantando a tus ligues?
Juana contestó sin inmutarse. Ni siquiera abrió los ojos.
—Buenos días, Rita. ¿Qué quieres que haga? Es que, si no las asusto un poco, me toman cariño y no me las quito de encima. Algunas chicas confunden el sexo con el amor, y así no se puede ir por la vida.
—Ya veo, ya, pero cada vez las echas más pronto. Ni siquiera se ha quedado a desayunar.
—Es que la de hoy era un caso extremo. Me ha pedido matrimonio, la muy ingenua.
—¿Matrimonio? ¡No me digas! ¿Y qué le has contestado?
—Pues nada, ¿qué le voy a decir? Me he hecho un poco la loca y ha salido disparada, ya la has visto.
—Sí que tenía prisa, sí…
—Por lo menos, el sexo con ella ha sido fenomenal. Esa chica tiene mucho poder en la cama. ¿Y tú, volviste con alguien anoche?
—No, no hubo suerte, pero…
—Pero… ¿qué?
—Pues que me hice unos buenos apaños yo misma, gracias a vosotras y a vuestros gritos. Tenemos que hacer algo. ¿Por qué no insonorizamos tu habitación?
—¿Y dejarte sin tus tocamientos cuando no ligas? Yo nunca te haría eso.
—Estás como una cabra, Juana.
—Ya lo sé, y tú también lo sabes. Lo bueno es que no lo sabe nadie más.

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