“Aunque la homosexualidad dejó de ser considerada un trastorno en 1973 por la Asociación Norteamericana de Psiquiatría, la Organización Mundial de la Salud no la retiró de su catálogo de enfermedades hasta 1990. Hoy, 20 años después, el doctor Muñoz y otros colegas suyos siguen sin aceptar la decisión de la OMS, que atribuyen exclusivamente a la presión del lobby gay. ‘Nadie quiere ser homosexual, les cae encima’ –dice Muñoz–. ‘Si con una pastilla pudieran cambiar su orientación sexual, el 99% querría tomarla’.”
Fragmento extraído de la noticia publicada por El Periódico, acerca de la investigación abierta sobre el psiquiatra Joaquín Muñoz, de la Policlínica Tibidabo de Barcelona, por tratar supuestamente la homosexualidad como una enfermedad y suministrar fármacos a personas homosexuales con la finalidad de “curarles”.
Me cae encima
—Pollaclínica Gilidabo, dígame.
—Buenos días… Verá… quisiera pedir hora para la consulta del doctor Sobaquín Muñón.
—De psiquiatría, ¿verdad?
—Sí.
—De acuerdo. ¿Me dice su nombre y apellidos, por favor?
—Susana Salsa Perrins.
—De acuerdo, espere un instante, señora Salsa, la estoy buscando en nuestro archivo informático… Vamos a ver… Aquí consta que usted es mutualista, ¿correcto?
—Sí.
—¿Y cuál es el motivo de su visita?
—Me ha caído encima.
—¿Cómo dice?
—Que me ha caído encima… ¿No es esa la contraseña? Una amiga mía, ex paciente del doctor Muñón, me ha dicho que con decirla bastaba para pedir hora, que no era necesario dar más detalles. Me ha dicho que cuando me preguntaran el motivo de mi visita solamente debía decir “me ha caído encima”, y que ustedes ya lo entenderían.
—¡Ah, claro! Por supuesto, no se preocupe. Perdone, estaba un poco despistada. Déjeme ver cuándo puedo darle hora… ¿Es una urgencia?
—La verdad es que no, hace años que vivo con esto, así que poco importan unos días más o menos.
—Perfecto. Le agradezco su comprensión, no sabe usted lo solicitado que está el doctor desde que se ha hecho público su revolucionario método. ¿Qué le parece el miércoles de la semana que viene, día siete, a las once y media de la mañana?
—Muy bien.
—Le apunto la cita, entonces. Planta tercera, puerta número dos. Por favor, no olvide su tarjeta sanitaria ni la de su mutua. Que tenga un buen día. Gracias.
—Adiós.
Susana, que se llama Pilar en realidad, ha decidido utilizar un seudónimo para pedir hora en la consulta del doctor Muñón. Sus apellidos tampoco son Salsa Perrins, claro, y le sorprende que el nombre tan rimbombante que se ha inventado casi sobre la marcha no haya levantado ninguna sospecha en la recepcionista del centro hospitalario. Piensa que tendría que haberlo meditado mejor antes de cambiarse el nombre, porque, ahora que cae en ello, se da cuenta de que tendrá un serio problema al presentar su identificación sanitaria el día de su cita. Lo único que se le ocurre es pedir ayuda a su amiga Chu Li, que regenta con su familia el restaurante chino del barrio. Si no recuerda mal, Chu Li le contó una vez que duplicar o falsificar cualquier tarjeta magnética es facilísimo y que había visto hacerlo más de una vez. Confía, pues, en que su amiga la ayudará a construir su identidad falsa.
Pilar piensa todo esto durante el camino de vuelta a casa, donde la espera Juana, su mujer. Ella no aprueba lo que quiere hacer. “No hay ninguna necesidad de poner en evidencia al doctor ese” —le dice—, “por muy mal que esté lo que hace, no está bien reírse de la gente”. Pero Pilar no está de acuerdo y le contesta que cada persona recoge lo que siembra, que ese psiquiatra no hace más que sembrar miedo y dolor y que, a pesar de todo, puede sentirse afortunado porque ella no va a pagarle con la misma moneda sino con una sesión de mentalidad abierta, algo que, de buen seguro, el doctor nunca ha experimentado. Al llegar a casa, Pilar y Juana discrepan de nuevo sobre lo mismo, y Pilar vuelve a repetir que está decidida a hacerlo. “Sólo me falta llamar a Diego” —sentencia mientras marca el número de su amigo en el móvil. Juana proclama por enésima vez que está loca y que aquello no conducirá a nada.
—¿Diego?
—Hola, nena, ¿cómo estás? ¿Tenemos fecha?
—Sí, el día siete, miércoles, a las once y media. ¿Podrás venir?
—¡Por supuesto! No me perdería la experiencia por nada del mundo.
—Nos vemos en la puerta diez minutos antes. ¡Ah! Y, sobre todo, llámame Susana, ¿de acuerdo? ¿Cómo te llamarás tú?
—No lo sé… ¿Y si me llamo Piero? Tuve un novio italiano con ese nombre y era guapísimo.
—Entonces serás Piero, no se hable más. Adiós.
—Cuídate. Un beso.
Llegado el día, los dos amigos se encuentran frente al centro hospitalario a la hora convenida. Se saludan con dos besos, uno en cada mejilla, y se miran a los ojos, conscientes de que lo que van a hacer no está exento de riesgo.
—¿Vamos? —pregunta Pilar.
—¡Vamos! —asiente Diego— demos al doctor una clase de siglo XXI, a ver si conseguimos que abandone las cavernas.
Al enseñar su tarjeta sanitaria y su identificación como mutualista en el mostrador de recepción de pacientes, Pilar se siente orgullosa del excelente trabajo que ha hecho Chu Li y piensa que el plan se habría frustrado sin remedio sin su inestimable ayuda. Cuando vuelva a verla la invitará a cenar en un buen restaurante italiano, porque a Chu Li le encanta la pasta. Pilar y Diego suben a la tercera planta y se sientan frente a la consulta número dos. Al cabo de cinco minutos escasos, una enfermera abre la puerta con el nombre del doctor en un pequeño cartel, mira a Pilar y la invita a pasar.
—¿Susana Salsa?
—Yo misma.
—Adelante, por favor.
Susana y Piero cruzan la puerta. Pilar y Diego esperan fuera. El doctor Muñón está sentado en su mesa de despacho, de roble macizo. A su izquierda, un diván mullido. A su derecha, un enorme ventanal que da a la calle. Sin alzar la vista de la receta que está extendiendo, insta a Susana a sentarse. Cinco segundos después, al cerrar el talonario de recetas y levantar la cabeza, el psiquiatra se muestra sorprendido al ver que son dos.
—Perdone, señora Salsa, creo que ha habido un malentendido. Yo no hago terapia de pareja, pero, si lo desean, puedo pedirles hora con mi colega, el doctor García, quien les atenderá con mucho gusto.
“La primera en la frente” —piensa Pilar— “vamos peor de lo que pensaba si sólo con mirarnos está presuponiendo que somos pareja”.
—No, doctor, no somos pareja sino amigos, buenos amigos.
—De acuerdo. ¿Quién es el paciente, entonces?
—Los dos —contestan Susana y Piero al unísono.
—En ese caso, deberían haber pedido dos citas en lugar de una, no puedo atender a dos pacientes en tan poco tiempo. De todas maneras, veremos qué se puede hacer. Empecemos por usted, señora Salsa. ¿Cuál es su problema?
—Me cae encima, doctor.
—Explíquese.
—Soy homosexual, lesbiana, bollera, tortillera, como quiera llamarlo. Pero no es culpa mía sino de mi novia. Es ella quien me cae encima cada noche y me hace de todo sin poderlo yo evitar. No puede ni imaginarse las guarradas que es capaz de hacer esa muchacha. Y yo no tengo más remedio que dejarme hacer. Una vez intenté negarme y fue peor, me tuvo toda la noche de orgasmo en orgasmo. Fíjese, doctor, dos mujeres hechas y derechas teniendo orgasmos juntas, sin un hombre de por medio, ¿cómo se entiende eso? Tiene usted toda la razón cuando afirma que nadie quiere ser homosexual y que es algo que nos cae encima. Por eso he venido, para ver si puede darme una pastilla que cambie la orientación sexual de mi novia y deje de caerme encima noche tras noche, y a veces, cuando está muy salida, también de día. Es que mi novia es muy lesbiana, ya lo ve. ¿Puede ayudarme, doctor?
El doctor Muñón, que no ha dejado de tomar notas durante la explicación de Susana, deja caer su pluma y recoloca sus gafas con lentes regresivas antes de emitir su juicio.
—Mire, señora Salsa, voy a ser muy claro. Ni su amiga es lesbiana ni usted debería doblegarse a la voluntad de una persona con un trastorno psíquico tan grave.
La paciente Susana interrumpe al doctor.
—Perdone, pero es que, como acabo de decirle, no es mi amiga, es mi novia.
El inciso de Susana exaspera al doctor.
—No diga tonterías, señora, una mujer nunca puede ser “novia” de otra. Una novia es una mujer que se dirige al altar con un vestido blanco de tul para unirse a un hombre en santo matrimonio bajo bendición eclesiástica. Su amiga está momentáneamente desorientada, su cerebro la engaña porque segrega demasiada homoglobina. Pero no se preocupe, tiene solución. Dígale que se tome dos de estos comprimidos al día durante un mes y ya verá como no volverá a caerle encima nunca más. Usted será libre, y ella, feliz.
—¿Qué tipo de pastillas me receta, doctor?
—“Nomáshomosex”, los homodepresores más avanzados del mercado, de la farmacéutica Intoleranz. Dan muy buenos resultados, pero sobre todo, evite que su amiga lea el apartado de efectos secundarios del prospecto, o no querrá tomarlos.
—¿Y ya está?
—Ya está, sí, y déjeme decirle que su amiga es afortunada, generalmente no trato casos de supuesto lesbianismo. Según mi experiencia clínica y mis largos años de estudio de las teorías del prestigioso doctor alemán Joebbels, el lesbianismo no existe, no es más que una patraña inventada por la sociedad de consumo. No hay mujer lesbiana sino hombre inexperto, créame. Todo lo que necesita su amiga es seguir el tratamiento y encontrar un buen marido que la satisfaga en todos los sentidos.
—Pero…
—No hay pero que valga, señora Salsa, y no quiero perder más tiempo con esto. Como le digo, la homosexualidad femenina es sólo un mito. En cambio, la masculina es otro cantar, y me temo que aquí su amigo ha venido para exponerme su caso, ¿verdad? Dígame, señor Piero, ¿a usted también le cae encima?
Pilar y Diego están tan estupefactos ante la exposición del doctor que no pueden articular palabra, pero Pilar reacciona y da una patada a Diego para que responda. Y Diego, profundamente contrariado por el trato que el psiquiatra acaba de dispensar a su amiga, decide dejar salir lo peor de Piero.
—Verá, doctor, más que caerme encima, en mi caso soy yo quien cae encima de los hombres. Y no es que yo quiera, pero cada vez que me cruzo con un hombre que me atrae se me dispara el aparato. ¿Comprende lo que quiero decirle?
—Creo que sí, he tenido otros casos como el suyo. En su argot, usted sería algo así como un “activo”.
—Eso es, soy activo, muy activo, pero sólo cuando me provocan. Cómo se lo explicaría… es como si mis genitales detectaran a otros homosexuales y respondieran ante sus impulsos. Entonces me pongo tenso de pies a cabeza. A punto ha estado de estallarme el paquete en más de una ocasión, como ahora mismo. Sufro mucho, doctor…
—¿Ahora se siente así de tenso?
—Sí, para qué negarlo. Y no lo entiendo, porque aquí sólo estamos mi amiga Susana, usted y yo. ¿O es que hay otro macho en la sala? Dígamelo, doctor, mi pene lo está detectando de todas maneras.
Después de mirar a Piero fijamente a los ojos durante unos instantes, el doctor Muñón abre nerviosamente el primer cajón de su escritorio, de donde extrae un blíster con comprimidos. Se toma dos de golpe con un trago de agua. El doctor siempre tiene una botella de agua y un vaso sobre su mesa de trabajo. Cierra el cajón y se dirige a Susana.
—Señora Salsa, debo rogarle que abandone mi consulta. El caso de su amigo es de una gravedad extrema y debo practicarle un reconocimiento exhaustivo en la sala anexa. Además, con usted ya hemos terminado. No deje de mantenerme informado sobre los progresos de su amiga. Y ahora, si nos disculpa, al señor Piero y a mí nos espera una larga sesión terapéutica.
Sin decir más, el doctor Muñón se levanta de su silla, invitando con ello a Susana y a Piero a levantarse también, y acompaña a Susana hasta la puerta para asegurarse de que abandona la estancia. Una vez fuera, Pilar espera prudentemente unos segundos antes de volver a entrar en la consulta, esperando que el doctor y Diego hayan pasado ya la sala contigua. “Asomo la cabeza”, —se dice— “y si todavía están ahí me invento algo, les digo que creo haberme olvidado el móvil, o yo qué sé”. Pero no están. Al abrir la puerta, Pilar encuentra la sala totalmente vacía. Entra y se dirige, muy nerviosa, a la mesa del doctor. Abre el cajón superior y lo primero que ve es el ejemplar del mes de la revista GayWorld con Ricky Martin en portada. Encima de la revista, el blíster. Pilar lo coge y mira el dorso: “Nomáshomosex”. Sonríe maliciosamente y piensa que su amigo Diego tendrá mucho que contarle acerca del doctor Muñón.
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És sensacional. Només a tu se’t poden acudir aquestes bestieses!!
M’ho he passat molt bé lleguint aquest conte. Només em falta que el «món» també et conegui.
Amiga forever!!
Gràcies, però tot el mèrit és del doctor… 🙂
Gracias, pero todo el mérito es del doctor… 🙂
Carme
[…] es suyo, la tercera te reafirma en tu manera de ser y de sentir, de la cuarta en adelante te ríes mucho de algunos pobres diablos que vagan por el […]
sencillamente espectacular !!! 😛