Lesbianarium 35: "Pasado, presente, futuro"

Dora mira la tele tumbada en su sofá de tres amplias plazas con cheslón (¿o debería escribir “chaise longue”? La adaptación al idioma español me parece bastante desafortunada y, sobre todo, muy alejada del glamour que rezuma el francés original. En cualquier caso, creo que da igual, no es un dato relevante para la historia, así que voy a dejarlo como está), preguntándose por qué no se deshizo de un sofá tan grande cuando Sonia, su última pareja, la dejó, hace ya más de seis meses. Cada vez que se sienta o se echa sobre él le viene a la cabeza algún recuerdo de su vida con Sonia vinculado inevitablemente al sofá. No puede evitarlo, o a lo mejor es que, en el fondo, no quiere dejar de pensar en su ex y por eso no tiró el sofá y compró otro más pequeño, a la medida de su nueva vida de soltera. Desde que Sonia se fue, Dora pasa sus noches frente al televisor, rodeada de almohadones enormes y mullidos, cambiando constantemente de canal para intentar dar con algo que le interese. Pero no lo encuentra, y no sabe si es culpa suya o de la tele, quizá sea que ya nada le interesa. Hay noches, como la de hoy, en que las horas se le escapan una tras otra, desfilando velozmente en fila india, mientras mantiene la mirada fija en la pantalla viendo pasar películas, series, telediarios, concursos, programas de humor político y anuncios, muchos anuncios. Y de repente, sin saber cómo ni dónde ni qué hora es, se despierta en el sofá, sobresaltada acaso por el grito de un sioux salido de una película del oeste del año catapum. Si le queda suficiente ánimo para levantarse, apaga el televisor y se va a la cama, pero la mayoría de veces se queda durmiendo en el sofá hasta que la despiertan los primeros rayos de la mañana colándose por la ventana del salón y dándole de lleno en los ojos.
Son las doce y treinta y cinco minutos de la noche. Acaba de terminar el programa contenedor dedicado a la actualidad de los famosos y a la prensa del corazón, así que Dora empieza otra ronda de zapeo, pero se detiene inmediatamente al toparse con la mítica serie Doctor en Alaska, una de sus favoritas de todos los tiempos desde que tiene memoria de sí misma como televidente. Por lo que parece, la están reponiendo en TelePingo, y además, el capítulo acaba de empezar. Lo sabe por los créditos de inicio… “¡Mierda!”… y porque acaban de cortarlo a lo salvaje para insertar más anuncios. Podría seguir zapeando, pero decide quedarse y aguantar la lluvia publicitaria. Tiene sueño y sabe que haría mejor en irse a dormir, pero también sabe que no se moverá del sofá por mucho que le pesen los párpados.
Al anuncio de un coche caro le sigue uno de un banco, después, otro de un programa nuevo que prepara la cadena, y ahora, uno de lejía en el que una chica joven con peluca blanca y traje futurista habla con una mujer: “Tu detergente no puede con todo” —le dice, y acto seguido empieza su discurso de recomendación— “Del futuro te traigo Neutrex Oxígeno, que elimina más de cien manchas incluso en ropa de color”. Una voz en off masculina refuerza el discurso de la joven de pelo blanco sintético y cierra el spot: “Neutrex Oxígeno, la solución del futuro para las manchas de hoy. El futuro es Neutrex”.
“El futuro es Neutrex… El futuro es Neut… El futuro…”

—No parece que esté herida, sólo desmayada, —constata Fémina 504.321 y pregunta a Fémina 413.003— ¿Te queda esencia de sauce?
—Sí, un poco.
—Haz que la huela, a ver si vuelve en sí.
Fémina 413.003 hace lo que le sugiere su compañera, destapa el frasquito de madera y lo acerca a la nariz de Dora, quien, casi de inmediato, reacciona al intenso olor acre del ungüento abriendo los ojos de par en par y llevándose una mano a la nariz mientras se agarra con fuerza al brazo izquierdo de Fémina 504.321 con la otra mano. No tiene ni la menor idea de dónde está. Lleva la misma ropa de ayer, camiseta, vaqueros y zapatillas deportivas urbanas, y las dos mujeres que la asisten la miran con una mezcla de tierno temor y curiosidad pícara. Ninguna de las dos lleva ropa, ambas van completamente desnudas y descalzas, y parecen muy acostumbradas a moverse por la espesa selva en la que, ahora que cae en ello, Dora se encuentra. Antes de que pueda articular palabra, una de las mujeres, la número 504.321, que parece llevar la voz cantante, empieza a interrogarla.
—¿Quién eres? ¿De dónde sales? ¿Qué quieres?
—Me llamo Dora y hace un momento estaba en el salón de mi casa, viendo la televisión. Y no es que quiera nada, si te digo la verdad, no sé qué hago aquí.
—¿No habrás venido del futuro, como aquella desgraciada de pelo blanco sintético que una vez quiso contaminar nuestros ríos y mares con lejía?
—¡No me digas que la chica Neutrex ha estado aquí! ¡A quién se le ocurre tratar de vender lejía a alguien que no lleva ropa!
—Eso le dijimos nosotras, que para qué queríamos la dichosa lejía. Pero ella insistía e insistía, hasta que se nos agotó la paciencia y Sylvana la envió de vuelta a su época de un catapultazo.
—¿Y quién es Sylvana, si puede saberse?
—Nuestra reina madre, la que vela por nosotras en todo momento y circunstancia. ¿Quieres conocerla?
—Sí, por qué no… Pero… ¿En qué año estamos?, —pregunta Dora.
—En el 3.527.
—¡Coño! ¡Entonces sois vosotros quienes vivís en el futuro!
—Nosotros no, nosotras.
—Ah… pero… ¿no hay hombres, aquí?
—No, ¿para qué?… Bueno, sí los hay, pero están todos en las granjas.
—¿Tenéis a los hombres en granjas? ¡Qué flipada! ¿Y por qué?
—¿Cómo que por qué? Pues para que produzcan, para qué va a ser. ¿Es que no hay granjas en tu civilización?
—Sí, claro que las hay, de cerdos, de gallinas, incluso de avestruces… Pero de hombres, no.
—Entonces, ¿de dónde sacáis el semen para reproduciros?
—Eso depende. Las mujeres heterosexuales lo obtienen directamente, por trasvase orgánico, para decirlo de manera más o menos científica, mientras que las homosexuales suelen acudir a empresas especializadas.
—¿Ves como sí tenéis granjas de hombres?
—Mujer, visto así… Pero, a ver, ¿seguro que estamos en el siglo XXXVI?
—Creo que no, te estoy hablando del 3.527 a.c.
—¿Antes de Cristo? ¡Madre mía!
—Supongo que para vosotros es así, aunque nosotras preferimos decir “antes de cagarla”.
—¿De cagarla? ¿Y quién se supone que la cagó?
—Vosotros y nadie más que vosotros. La cagasteis dando crédito al Cristo ese y creyendo las patrañas inventadas por sus asesores. Si no os hubierais dejado engatusar, seguiríais viviendo como nosotras, en paz y armonía con la naturaleza, en lugar de estar al borde de la desesperación.
—¿Cómo sabes que estamos mal?
—Si no fuera así, no vendríais tantos ni tan a menudo al pasado en busca de respuestas. Tú eres la tercera hoy, solamente en este bosque. Cada día encontramos a más de cien en toda la zona.
—¿Y por qué crees que vosotras vivís mejor?
—No estoy autorizada a hablar de esto, solamente Sylvana puede hacerlo. Ven, síguenos, te llevaremos frente a ella.
Dora, mujer curiosa como pocas, no puede dejar pasar semejante oportunidad de conocer más de cerca una civilización que, de entrada, le parece mucho más avanzada que la suya, a pesar de que, por lo que acaban de contarle las Féminas, está quince siglos por detrás. Así que, ya repuesta, se levanta y sigue a las dos mujeres caminando por el bosque. Al cabo de unos veinte minutos de andar a paso ligero, la frondosa maleza queda atrás y se abre un enorme claro en el que se asienta un poblado de chozas de madera y tejados de hojas de palmera. Tal como le habían avanzado, no hay hombres en el poblado, solamente mujeres, niños y niñas. En el centro geográfico del poblado se levanta una choza notablemente mayor que las demás, con numerosas puertas alrededor, todas abiertas. Las Féminas acompañan a Dora hasta una de las puertas.
—Entra, Sylvana te está esperando.
Al entrar en la cabaña, Dora se encuentra frente a frente con una mujer de unos cuarenta y cinco años, bellísima y desnuda, como todo el mundo en el poblado, sentada en un trono de madera. La reina mueve un brazo para indicar a Dora que se siente. Dora obedece, visiblemente turbada por la belleza de la mujer.
—¿Así que eres otra que viene del futuro?, —pregunta la reina Sylvana.
—Eso parece, sí…
—¿Has venido a traernos algo inútil, como todos los que llegan a nuestro poblado?
—No, la verdad es que no… ¿Qué os han traído, si puede saberse?
—Pues mira, de todo un poco, desde tampones tóxicos hasta bolsas de plástico que tardan cientos de años en degradarse, pasando por sucios vehículos propulsados con petróleo y muñecas de trapo para intentar que nuestras niñas adopten vuestro asqueroso patrón patriarcal que ha conseguido anular a las mujeres de vuestra civilización. Podría citarte mil artilugios más, todos igual de inútiles, pero no tengo tanto tiempo para perderlo hablando contigo. Así que, si has venido a traer algo, déjalo aquí y vete por donde has venido.
—Que no, que no traigo nada, y además, no tengo ni idea de cómo he llegado hasta aquí, por lo tanto, tampoco sé por dónde debo irme.
La reina se queda callada durante unos segundos que a Dora le parecen una eternidad. No dice nada y no deja de mirarla fijamente. De repente, vuelve a hablarle.
—Entonces, si no has venido para traer nada, será porque querrás llevarte algo.
—¡Y dale! ¡Que no quiero nada! ¿Qué podría interesarme de un pueblo tan atrasado como el vuestro? Además, no creo que seamos tan diferentes, en el fondo. Por ejemplo, ¿utilizáis el dinero?
—Sí, claro, tenemos nuestra propia moneda.
—¿Y dónde lo guardáis?
—En el banco, por supuesto.
—¿Lo ves? Tenéis bancos, como nosotros.
—De hecho, solamente tenemos uno, está ahí, en esa esquina.
Al volver la vista hacia donde le indica la reina, Dora descubre un enorme banco de piedra rodeado por cofres y más cofres repletos de monedas de oro, tan relucientes que llegan a cegarla por un momento. Ni el tesoro pirata más espléndido que jamás haya podido imaginar puede igualarse a la fortuna que tiene ante sus ojos.
—Pero… ¿Cómo? ¿Dejáis aquí todo el dinero?
—Así es, lo guardamos en el banco de mi choza. Quien necesita dinero, lo toma, y todas contribuimos a reponerlo con nuestro sueldo, yo la que más, por mi papel de reina. Nunca nos faltan monedas.
—¿Y nadie lo roba?
—¿Robar? ¿Qué sentido tiene robar si todas podemos disponer del dinero de todas?
Profundamente sorprendida por la sencillez, la lógica y la aparente eficacia del sistema financiero del poblado, Dora insiste, sin embargo, en intentar demostrar las carencias de aquella sociedad.
—Ya entiendo… ¿Y qué me dices de la conciliación laboral? Seguro que os cuesta tanto como a nosotros compaginar la familia y el trabajo, porque…
La reina replica a Dora antes de que ésta pueda rematar la frase.
—Nuestro concepto de familia es muy amplio, tanto que podría decirse que estamos casi todas emparentadas. Por lo tanto, complicar la vida de la vecina es como complicar la nuestra propia. ¿Has oído hablar de aquello de “vive y deja vivir”? Pues eso hacemos aquí. Y además, desde que los hombres viven en granjas y se dedican únicamente a producir semen, sin interferir para nada en la vida pública y social, ya no tenemos problemas de conciliación. Nosotras no queríamos internarlos, pero nos vimos obligadas a hacerlo para evitar que ellos, con su afán controlador y su perfil competitivo, distorsionaran nuestro estilo de vida plácido con su absurda rigidez.
La incursión de una Fémina del poblado en la choza de la reina interrumpe su discurso por un momento. Sylvana le da la bienvenida y la invita a acomodarse.
—¿Quieres quedarte tú esta noche?, ¬—le pregunta.
—Sí, mi reina, si mi compañía no os desagrada, —contesta la mujer. Dora, más intrigada que nunca por tan extraña conversación, no puede evitar preguntar a la reina mientras la Fémina se tumba sobre unas pieles.
—¿Quedarse? ¿Qué significa eso?
—Significa que pasará la noche conmigo.
—¿Sois pareja, entonces?
—No, ella es la pareja de Fémina 413.003, una de las que te han acompañado hasta el poblado.
—¿Y eso?
—¿Qué?
—¿Esta mujer tiene pareja pero dormirá contigo esta noche?
—Sí, se quedará conmigo hoy y siempre que lo desee, y su pareja puede hacer lo mismo cuando quiera y con quien quiera. Aquí nos amamos siempre las unas a las otras.
—¡Ya lo veo, ya!
—¿Por qué no te quedas tú también? Serás bienvenida en nuestra cama, ¿verdad, Fémina 376.784?
—Ciertamente, mi reina.
Dora no puede creer lo que le están proponiendo y tiene que reconocer que aceptaría la invitación de buena gana, viendo lo hermosas que son las dos mujeres que se le acaban de poner en bandeja, pero hay algo en su fuero interno que se lo impide. Se siente profundamente idiota.
—Mejor que no, reina Sylvana, es que no tengo experiencia en tríos y podría dispersarme…
—Como quieras, Dora. Pero, por lo menos, duerme un poco. Puedes echarte ahí, es tarde, y Fémina 376.784 y yo deseamos gozar antes de dormir. Duerme ahora, y mañana, después de desayunar, puedes volver a tu futuro… a tu futuro… a tu fut…

Dora se despierta de un sobresalto por el grito de una chica horrorizada a quien persigue un psicópata por las salas inmensas y desvencijadas de una mansión abandonada. Continúa tumbada en el sofá, y en la tele ponen una de terror de los noventa. Mira el reloj. Las tres y media de la madrugada. Le duele la cabeza y recuerda haber soñado con una tribu muy rara, sólo de mujeres. Está mojada y muy excitada, así que no tarda en llegar al orgasmo nada más empezar a frotarse con la mano. Necesitaba liberar tensiones. Ahora se siente bien y relajada, muy relajada, lista para irse a la cama y dormir. Se levanta del sofá y se da de inmediato de bruces en el suelo. Ha tropezado con algo, pero, ¿con qué? Al incorporarse y mirar atrás, descubre un bote de lejía Neutrex tirado en el suelo con una etiqueta de cartón atada al asa con un pequeño cordel, en la que puede leer un breve mensaje escrito a mano con lápiz: “llévate esto de vuelta al futuro. Nosotras no lo necesitamos.”

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