Lesbianarium 32: "Geometrías"

Juana es una mujer de teorías perseguida por la práctica. Cuanto más se esfuerza por intentar enseñar a sus alumnos de Matemáticas de primaria cómo y por qué uno más uno suman dos, más se empeña el azar en desbaratar sus fórmulas demostrándole una y otra vez que en su vida no hay lugar para las ciencias exactas. Mientras va escribiendo los números en la pizarra, recuerda perfectamente el largo tiempo que pasó creyendo que ella y Aurora eran dos, cuando en realidad eran tres. Siempre lo fueron, pero Juana no lo sabía. Se enteró de repente el día que Aurora recibió la llamada de Maica, su ex de toda la vida, su única ex, pidiéndole que volviera con ella. Aurora hizo las maletas de inmediato y se fue, y lo que más le dolió a Juana no fue que su pareja durante ocho años ni siquiera se despidiera de ella al dejarla, lo que de verdad se le clavó en el alma fue que no hubiera dudado ni siquiera un instante entre irse o quedarse.
El barullo in crescendo a sus espaldas la devuelve a la realidad de la clase. Había olvidado que más de un minuto escribiendo en la pizarra sin dirigirse a los alumnos implica relajación general, dispersión y pérdida de disciplina, así que se da la vuelta para recuperar el orden.
—Un poco de atención, por favor. Supongo que habéis terminado de copiar las sumas de la pizarra, ¿verdad? Hacedlas en casa y mañana las corregimos. Ahora vamos a estudiar un poco más de geometría. ¿Recordáis que ayer hablamos de la línea recta? ¿Quién quiere darme la definición? A ver, Andrea, ¿te acuerdas tú?
—Sí… La recta es la línea más corta que une dos puntos.
—Muy bien, Andrea. Ahora quiero que dibujéis todos y todas en vuestro cuaderno dos líneas rectas, una horizontal y otra vertical. Primero marcáis dos puntos separados, y luego los unís trazando una línea. Usad la regla.
Juana piensa que, si no fuera porque es la profesora y porque sus alumnos son todavía muy pequeños para entenderlo, les diría que la línea recta es la más corta entre dos puntos, sí, pero que no siempre consigue unir esos dos puntos. Les explicaría que, muchas veces, aunque dos personas estén muy cerca, por mínima que sea la distancia física entre ellas, pueden hallarse a años luz la una de la otra, vivir sin conexión alguna. Podría ponerse ella misma como ejemplo clarísimo de cómo se puede estar a una distancia corporal cortísima de otra persona y, al mismo tiempo, mantener con ella una distancia mental inconmensurable, infinita. Recuerda que fue eso exactamente lo que le ocurrió con Rita, la que fue su novia en la universidad. Se liaron nada más conocerse, en ese sentido sí que funcionó el concepto de línea recta, pero nunca conectaron del todo, llegaron a conocerse muy poco, más bien nada, a decir verdad. Otro fracaso, el primer error importante de su vida amorosa, una prueba más de que, en la práctica, la teoría falla muy a menudo, demasiado para su gusto.
Laura vino después, después de Rita. Otra línea recta, pero en este caso paralela. Juana y Laura fueron siempre dos paralelas que jamás consiguieron coincidir. Más que una relación, aquello fue una broma pesada del destino, un larguísimo intento de relación marcado por una falta total de sincronía. Cuando una quería ir a más, la otra no estaba preparada o pasaba por un mal momento y no deseaba complicaciones. Cuando la otra mostraba disposición, la una tenía pareja o se había ido a vivir al extranjero. Y así durante años. Los románticos lo llaman amor platónico. Juana prefiere definirlo como una auténtica putada.
Laura fue la última recta en la vida de Juana. Cuando por fin decidieron dejar de perseguirse y asumieron que nunca lograrían encontrarse llegó Merche, la gata trigonométrica. La llamaba así porque en su persona se reunían la independencia de los felinos y la precisión de la trigonometría. Merche llegaba de improviso, se quedaba un día o dos, besaba sus senos, le comía el coseno y luego desaparecía por la tangente. Así era Merche, intensa, precisa y fugaz como ninguna, y por lo visto, dejó a Juana con ganas de más juegos trigonométricos, a juzgar por el triángulo de vértices hirientes y afilados que llegó a crear con Aurora y que se desmoronó a raíz de su cobarde huída con Maica.
Desde lo de Aurora, nada. De casa a la escuela y de la escuela a casa. Ir al cine sola el sábado y sexo sin ataduras sentimentales de vez en cuando, muy de vez en cuando.
La pregunta de Martín, otro de sus alumnos, trae a Juana de vuelta al aula.
—¿Y el círculo, profesora?
—¿El círculo? ¿Qué pasa con él?
—¿Qué es?
—Buena pregunta, Martín. ¿Quieres salir a la pizarra y dibujar uno, por favor?
El alumno, obediente y disciplinado, utiliza el compás de pizarra para trazar una circunferencia perfecta, mientras Juana intenta explicar a su clase el nuevo concepto.
—El círculo es una superficie geométrica plana contenida dentro de una circunferencia con área definida.
Viendo las caras de la veintena de niños y niñas que tiene a su cargo, Juana se da cuenta de que acaba de darles una definición demasiado técnica, no apta para escolares de su edad, así que rectifica de inmediato, aunque tampoco consigue ponerse a su nivel.
—El círculo es la perfección que todo el mundo busca en la vida, es el símbolo de la continuidad, de la estabilidad, la comunión absoluta con el entorno y con las personas, con el universo entero. Es el equilibrio entre cuerpo y mente, el yin y el yang, la prueba irrefutable de que los opuestos no sólo se atraen sino que pueden complementarse a la perfección.
Sara, otra de las alumnas, cree haber comprendido la explicación.
—Entonces, ¿para ser feliz hay que tener un círculo, profesora?
—Sí, eso ayuda, pero no es suficiente. Además, tenéis que evitar salir despedidos por efecto de la fuerza centrífuga. ¿Lo comprendéis?
Sara contesta, desconcertada.
—No mucho, profesora.
—Da igual, ya lo entenderéis…

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