Lesbianarium 30: "Caperu-cita"

Era la tercera vez que su madre la echaba de casa aquel día con la excusa de que tenía que visitar a La Abuela (de ahora en adelante, LA). No quería que su hija estuviera cerca mientras trabajaba.
—Vamos, vete, Bob está a punto de llegar —le había dicho su madre—, y no vuelvas antes de una hora, ya sabes que le gusta tomarse su tiempo.
—Estoy harta de tener que hacer esto, mamá. ¿Cuándo vas a buscar un trabajo normal?
—Una madre soltera sin recursos y sin estudios no tiene demasiadas opciones de acceder a un trabajo “normal” en este pueblo de mala muerte. Y no te quejes. ¿De dónde crees que sale el dinero para pagar tus estudios? ¡De mi coño! ¡El dinero sale de mi coño!
—¿Has vuelto a beber, mamá?
—Sólo un poco, más que nada para olvidar que bebo… ¡Mierda! Bob ya está aquí… Te dije que te fueras antes de que viniera…
—Hola, señoritas, es un placer veros a las dos… ¿Acaso habrá sesión doble hoy? Me alegra que hayas decidido entrar en el negocio de tu madre, Caperucita.
—¡A mi hija, ni tocarla, cerdo! Entra en la casa y dúchate, ahora voy yo.
—Como quieras, pero que sepas que estaría dispuesto a pagar más por un trío… Te espero en la cama. No tardes, vengo muy cargado y te voy a reventar, preciosa.
—¡Como le hagas daño a mi madre, te corto los huevos, cabrón!
—Me encanta tu genio, muchachita, y me gustaría disfrutarlo en la cama algún día —dijo Bob, mientras entraba en la casa, que conocía perfectamente. Caperucita y su madre hablaron todavía unos minutos en el porche.
—Mamá, no tienes por qué hacer esto, podemos buscar una manera mejor de vivir, lejos de aquí, empezar de nuevo donde no nos conozca nadie.
—Vete, mi niña, hazme caso. Y acuérdate de caminar por el bosque dando saltitos, de quitarte el piercing de la nariz y de taparte el tatuaje del brazo. Si a algún niño se le ocurriera ponerse a leer el cuento de repente y te viera así, perderíamos toda credibilidad, se acabaría la magia y, lo que es peor, nos quedaríamos sin la subvención estatal. No es que sea mucho, pero por lo menos nos alcanza para la comida.
—Te quiero, mamá.
—Yo también, hija. Mucho. Eres la luz de mi vida.
De camino a la cabaña de LA, Caperucita pensaba en su situación y se imaginaba viviendo con su madre en una casa grande en un barrio elegante, disfrutando de todas las comodidades. Su madre tendría una tienda de ultramarinos, y ella trabajaría de corresponsal para la CNN. Llevaba la mochila casi vacía, porque ya había abastecido a LA con todo lo necesario en los dos viajes que había hecho aquel mismo día. Por su papel de anciana, LA no podía moverse de la cama, así que tenían que llevarle la comida y lo que pidiera, que tampoco era mucho. LA sabía que era una carga añadida para Caperucita y su madre, y no quería abusar.
Al cruzar el espeso bosque de robles y encinas, Caperucita oyó unos gemidos intensos detrás de unos matorrales. “Ya están otra vez esos dos” —pensó, mientras se acercaba para descubrir al Leñador con los pantalones y los calzoncillos en los tobillos. El Lobo estaba a cuatro patas.
—Hola, papá.
El Leñador, profundamente avergonzado, se apartó del Lobo y empezó a balbucear mientras intentaba taparse.
—Caperucita, por Dios… ¿Qué haces aquí?
—Ya ves, intentar representar mi papel lo más dignamente posible, dadas las circunstancias. En cambio, tú…
—No es lo que parece, mi niña…
—No, claro que no, es mucho peor de lo que parece. No tuviste suficiente con abandonarnos, tenías que quedarte en el cuento para seguir jodiéndonos la vida.
—Ya sabes que necesito este trabajo, cariño…
—Y a ti, Lobo, ¿no te da vergüenza?
—No puedo evitarlo, Caperucita, he comido tanto pollo adulterado a lo largo de mi vida que me he convertido en esto que ves. Soy una sombra de lo que fui, me he amariconado sin remedio, y además, creo que estoy perdiendo pelo.
—Haced lo que queráis, me importa bien poco en el fondo. Pero no quiero veros. Si vuelvo a pillaros in fraganti, os denunciaré al Tribunal Superior de Cuentos.
—Por favor, no hagas eso, hija.
—Entonces, ya sabes lo que tienes que hacer.
—Te prometo que no volverás a encontrarnos en el bosque.
—Eso, largaos a follar a otra parte. Adiós, papá. Que te den, Lobo, nunca mejor dicho.
Caperucita siguió su camino y, al llegar a casa de LA, llamó a la puerta, entró directamente y saludó con la voz quebrada por la angustia.
—Hola, LA.
—¿Otra vez aquí, cariño? Eso sólo puede significar que tu madre tiene mucho trabajo hoy, y no sé si alegrarme o apenarme.
Sin decir nada más, Caperucita dejó caer la mochila en el suelo y se sentó sobre la cama.
—Abrázame, LA, por favor.
—Claro que sí, mi amor, ven aquí. ¿Estás bien?
—No, no estoy bien. Todo esto es una mierda, y lo peor de todo es que no sé si va a cambiar algún día.
—Por supuesto que va a cambiar, y muy pronto, al menos para ti. El año que viene irás a la Universidad y te olvidarás de esta pesadilla, saldrás por fin de este agujero. ¿No te alegra pensar en eso?
—No quiero dejar aquí a mi madre. Y a ti tampoco. Ven conmigo.
—No puedo, mi contrato es vitalicio. Seguiré aquí hasta que sea vieja de verdad. Pero estaré bien, tu sustituta me cuidará, como has hecho tú todos estos años.
—¿Y si te enamoras de ella?
—Eso, cariño mío, es imposible. Yo sólo te quiero a ti, ya lo sabes. Además, recuerda que soy una anciana. ¿Quién se va a enamorar de mí?
—No eres vieja, es el maquillaje. Eres la mujer más hermosa del mundo. ¿Qué voy a hacer sin ti?
—Vendrás a verme de vez en cuando, ¿no? Anda, bésame.
Caperucita y LA se fundieron en un beso apasionado e hicieron el amor, como tantas otras veces. Nunca fueron felices ni comieron perdices, pero se tuvieron la una a la otra hasta que Caperucita se fue a la ciudad para estudiar Periodismo. Al principio, volvía al pueblo cada semana para ver a su madre y estar con su amada, pero poco a poco fue espaciando sus visitas. Hizo amistades en la gran ciudad y se movió en círculos nuevos que consiguieron hacerle olvidar su pasado.
Al cabo de un par de años, un día, estando en la cafetería de la facultad, leyó con asombro la noticia en el periódico: “Suspensión cautelar de Caperucita. Abierto expediente del Tribunal de Cuentos por presuntos delitos de esclavitud, prostitución y zoofilia. Liberadas Madre, Hija y Abuela. Orden de busca y captura para Leñador. Lobo se defiende: ‘toda la culpa es del pollo’”.
—Bueno, —pensó Caperucita, no sin cierta tristeza—, ya era hora de que las cosas empezaran a cambiar.

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