Lesbianarium 27: "Amoristad"

—¿Así está bien?
—Un poco más.
—¿Más? ¡Si me desabrocho otro botón, se me va a ver todo!
—De eso se trata, a los hombres les gusta mirar.
—Pues que miren hacia otra parte.
—A ver, Rosana, ¿tú quieres ligar esta noche, o no?
—Yo sí, pero no con un hombre. Lucrecia, por favor, llevo semanas diciéndote que soy lesbiana.
—Y yo te digo que no me lo creo. Nos conocemos de toda la vida. Si fueras lesbiana, lo habría sabido, no habrías tenido que decírmelo.
—Eso no funciona así, Lucrecia. Siento no habértelo dicho hasta ahora, pero es cierto, me gustan las mujeres, y si te soy sincera, estuve enamorada de ti durante mucho tiempo.
—¡Que no!
—Y dale con la negación. ¿Te va a durar mucho esta fase? La mayoría de chicas que no pueden soportar una noticia así, cuando sus mejores amigas les dicen que son lesbianas se limitan a dejar de hablarles, rompen la amistad y ya está. Pero tú no, tú tienes que empeñarte en negar la evidencia. Y no sé por qué te sigo la corriente. Llevo una semana saliendo contigo día sí y día también. Me dejo arrastrar a lo que, para mí, son los peores locales de la ciudad, llenos de babosos que no hacen otra cosa más que intentar meterme la mano en el culo, la lengua en la boca y la polla un poco más abajo. Tú te has llevado a uno a la cama cada noche, y yo no. ¿No te dice nada eso?
—Que no pones empeño.
—Pues claro que no. Soy lesbiana, les-bia-na. Mientras tú te ligas a tíos en esos sitios, yo estoy en otro ambiente haciendo lo mismo con mujeres. Por eso nunca hemos salido juntas antes. ¡Pero si incluso te he presentado a algunas novias!
—Siempre me dijiste que eran amigas.
—Y cuando nos quedábamos en tu casa dormía con ellas… ¿Me puedes decir cuántas veces he dormido contigo?
—Ninguna, y eso que hemos tenido algunas ocasiones de dormir juntas. Como amigas, quiero decir.
—Claro, como amigas, pero resulta que en esa época yo estaba bastante pillada contigo, así que lo último que quería era arrimarme a ti. ¿Lo ves ahora?
—Termina de vestirte y maquíllate. Salimos dentro de media hora, como mucho.
—Lucrecia, ¿tú me escuchas cuando te hablo?
—Cuando dices tonterías, no.
—Mira, vamos a hacer un trato: esta noche es la última que salgo contigo, y si no me ligo a ningún tío, me dejas en paz, te convences de que soy como soy y, si quieres, no nos vemos nunca más, pero, por favor, déjame vivir mi vida, no puedo vivir la tuya.
—De acuerdo, pero si veo que no pones interés, la noche quedará anulada y tendrás que salir conmigo otra semana.
—¿Y qué es para ti “poner interés”?
—Pues… no sé… estar predispuesta a coquetear, dejarte llevar, conversar…
—¿Conversar? ¿Sobre qué?
—Tú sabrás.
—Hablaré de mi perra.
—Como quieras, pero así no vas a ligarte a ninguno.
—Entonces, ¿qué les digo?
—Diles lo guapos e inteligentes que son, que te hacen sentir segura…
—¡Jamás!
—Era broma, mujer. Anda, tira, que me tienes contenta.
—¡Tú sí que me tienes contenta a mí!
Una vez acordado el pacto, las dos amigas salen de casa y se dirigen a un local de la zona alta. Al llegar, toman la primera copa de pie, junto a la barra. No tarda en acercárseles un chico de unos treinta años que no ha dejado de mirar a Lucrecia desde el otro lado de la sala.
—Hola, me llamo Ramón. ¿Y tú?
—Yo soy Lucrecia, y ella es mi amiga Rosana.
—Si no te importa, prefiero concentrarme en ti. Dejemos a tu amiga que haga su vida.
—Eso mismo le digo yo, que me deje hacer mi vida, pero no me hace ni caso. Por cierto, yo también estoy encantada de conocerte, Ramón. ¿Lo ves, Lucrecia? No tengo feeling con los hombres, ni lo quiero tener. ¿Puedo irme ya?
—¡Quieta! Tú no te mueves de aquí. Por ahí viene uno que no te ha quitado ojo desde que hemos entrado. Yo me voy con Ramón, pero te estaré vigilando. Si la cagas, te espera otra semana más conmigo.
Al mismo tiempo que Lucrecia se aleja con Ramón, llega el chico y se acoda en la barra, junto a Rosana. Sin decirle nada, se dirige al barman para pedir dos gin-tonics. Rosana duda entre seguirle el juego para contentar a su amiga o echarlo todo a rodar para terminar de una vez con semejante farsa. Decide que no vale la pena perder más el tiempo. Si Lucrecia no la acepta como es, es su problema. Total, ¿qué es lo peor que puede ocurrir? ¿Que deje de ser su amiga? Si eso ocurre, le dolerá, no puede negarlo, pero sobrevivirá.
—¿Te vas a tomar dos de golpe? ¬—le pregunta. Y él, un poco desconcertado, le contesta con una sonrisa.
—No, mujer, uno es para ti.
—¿Para mí? Va a ser que no…
—¿Cómo?
—Yo no bebo gin-tonic. La próxima vez que quieras invitar a una chica a una copa, harías bien en preguntarle primero qué quiere tomar. De buen rollo, te lo digo como amiga.
—Ah…lo tendré en cuenta. ¿Entonces, qué quieres?
—De momento, terminaré mi cerveza, y cuando quiera algo más, lo pediré y lo pagaré yo misma, si no te importa.
—Vale… ¿Vienes a menudo por aquí? No te había visto hasta hoy.
—No.
—Me llamo Roberto, ¿y tú?
—Rosana.
—¿Quieres que nos vayamos?
—¿Adónde?
—Chica, no sé, a un lugar más tranquilo… ¿Tengo que explicártelo? Mi coche está ahí enfrente, un Tiguan negro, acabo de comprarlo.
—Vaya, así que tú eres el capullo que ha aparcado en la zona reservada para motos. ¿Ves? Por eso he tenido que dejar la mía dos calles más abajo. Es una Triumph 2300. Seguro que corre más que tu coche. Si quieres, te dejo un casco y te llevo a dar una vuelta.
—Mejor que no. Oye, ¿siempre eres así de arisca con los hombres?
—La verdad es que no, es la primera vez que me comporto así.
—¿Y por qué? ¿Es por mí?
—No, tranquilo… Bueno, un poco sí. Es que, verás, para mi gusto te sobra barba y te faltan tetas, ¿entiendes?
—Para nada, pero me mola lo que dices. Eres diferente.
—No lo sabes tú bien…
—Pues vayamos adonde tú quieras.
—Es que no quiero ir a ningún sitio contigo.
—Pero, vamos a ver, ¿tú a qué has venido aquí?
—¿Yo? A acompañar a mi amiga. Está ahí, con el pesado ese.
—Ya la veo, me he fijado en ella desde que habéis entrado. De hecho, si te soy sincero era a ella a quien quería ligarme, pero se me ha adelantado el maricón ese.
—Ahora sí que te has lucido, chico. A cada minuto que pasa, vas perdiendo más puntos, y no lo digo porque yo sea tu plan B, créeme. Puestos a ser sinceros, te diré que tú, para mí, eres tan invisible ahora como antes de que te acercaras a hacer el gilipollas.
—Joder, vaya nochecita.
—Eso digo yo.
Durante unos minutos, ambos permanecen en silencio, tomando pequeños sorbos, sin hablar ni mirarse siquiera, hasta que, al cruzar sus miradas por un instante, de repente se dan cuenta de lo ridículo de la situación y no pueden evitar reírse a carcajada limpia. Su risa es franca y sana, como la que sólo los mejores amigos pueden compartir. Y Lucrecia, que les está viendo desde el otro lado de la sala sentada en el regazo de Ramón, que se está poniendo ciego, se alegra de que la cita de su amiga parezca ir en la buena dirección.
Muerta de risa y sin poder apenas articular palabra, Rosana acaba de decidir que quiere proponerle algo a Roberto. Si todo sale como espera, esta noche terminará su calvario y podrá volver a su vida de lesbiana.
—Amigo, lo que se dice follar, tú y yo no vamos a follar esta noche, eso está claro.
—¡Clarísimo! ¿Tienes un kleenex? Estoy moqueando de tanto reírme. Por Dios, hacía tiempo que no me desternillaba así con una tía…
—Toma, suénate, hombre. Oye, si quieres, puedo ayudarte con mi amiga.
—¿Ah, sí? ¿Cómo? Por lo que veo, esta noche ya tiene el corazón y la cama ocupados…
—¿Lo dices por ese tío? No te preocupes, no llegarán a nada más allá del revolcón de hoy, mañana mismo mi amiga volverá a estar disponible.
—¿Qué me propones?
—Puedo hacer que vuelva mañana por la noche, más que eso, puedo conseguir que mañana se te eche encima antes incluso de que abras la boca.
—¿Estás hablando en serio?
—Por la cuenta que me trae, te aseguro que sí.
—Por mí, encantado. ¿Qué quieres a cambio? Porque, algo querrás, ¿me equivoco?
—No te equivocas. Quiero que ahora mismo salgamos juntos de aquí, muy acaramelados, como si nos fuéramos a tu casa o a la mía. Pero, primero, me besas con pasión, quiero que parezca que estás loco por mí.
—¿Sólo eso?
—No. También quiero que, cuando os encontréis mañana y ella te pregunte por nosotros, le digas que hemos tenido una noche de sexo magnífica. Por mi parte, yo le diré que eres un tigre en la cama y que tú y yo no volveremos a vernos porque estás interesado en ella.
—¡Hecho!
—Venga, pues, empecemos. Bésame, pero como se te ocurra meter la lengua te corto algo que, con toda seguridad, necesitarás mañana.
—Sin lengua, sin lengua…
Lucrecia no puede creer lo que ven sus ojos. Su amiga Rosana, besándose con un hombre y saliendo con él por la puerta. Y eso que se creía bollera. ¡Qué sabrá ella! Ahora que lo ha conseguido, ya puede dejar de fingir. Se levanta y, sin mediar palabra, deja a Ramón allí sentado, perplejo y tan excitado que tiene que ponerse un cojín en la entrepierna para tapar la evidencia. Antes de abandonar el local, espera unos minutos, el tiempo justo para asegurarse de que no va a encontrarse con la feliz pareja al salir a la calle. Se toma una cerveza bien fría para hacer tiempo mientras llama por el móvil a Esther.
—¿Cariño? Ya puedes venir a buscarme.
—Estoy aquí desde hace un rato. Verás el coche nada más salir. Tras pagar sus copas y dejar algo de propina, Lucrecia sale a la calle y sube al coche de Esther, quien la recibe con un beso de tornillo antes de expresarle su opinión por enésima vez.
—Cariño, sabes que te quiero mucho y que no me importa montar estos numeritos por ti de vez en cuando, pero, sinceramente, ¿no sería mejor que hablaras con tu amiga? ¿Cuándo vas a decirle que te mueres por sus huesos, que no puedes vivir sin ella, que no tenerla te está matando?
—Nunca se lo diré, ya lo sabes.
—Pero, ¿por qué? No lo entiendo…
—Te lo he dicho mil veces. La pifié hace años, ella me quería y yo no supe darme cuenta. Ahora, Rosana tiene su vida, y yo, la mía.
—Todavía te quiere, y tú a ella, no hay más que veros juntas.
—Déjalo ya, por favor. ¿Por qué te importa tanto?
—Porque “el amor, cuando no muere, mata. Porque amores que matan nunca mueren”. No lo digo yo, lo dice Joaquín Sabina.
—Te he dicho que lo dejes ya.
—No se puede vivir así, Lucrecia.
—Sí que se puede, te lo aseguro.

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