Lesbianarium 24: "Génesis 2.0"

Al principio era el verbo, y el verbo era Dea, y cuando Dea y Lilith se ponían a hablar, aquello, más que un verbo, era pura verborrea.
―A ver, Dea, haz el favor de decirme qué tengo que hacer para divertirme un poco, porque esto del Paraíso, de momento, me está pareciendo de lo más soso. Me gustaría saber por qué coño me has metido aquí, ¿para matarme de aburrimiento?
―Lilith, te exijo más respeto, y sobre todo, no blasfemes. El Paraíso es, ante todo, paz y armonía, meditación y espiritualidad.
―O sea, lo que te estoy diciendo, aburrimiento mayúsculo. Yo necesito un poco más de acción, compréndelo. Y además, con Eva no hay nada que hacer. Por muchos años que viva, creo que nunca conoceré a una tía más pasiva que ella. Eso sí, está buena, pero no se deja, no hay manera. Cada vez que me acerco a ella con ganas de lío me sale con cualquier tontería, y yo me quedo siempre a dos velas. Si no nos vas a dejar follar como perras, por lo menos tápanos, danos algo de ropa para que no tenga que ver su cuerpo desnudo todo el día. No sé, pregunta a Cáritas o a Cruz Roja, a ver si tienen algo de nuestra talla. Con unos tejanos y una camisa me apaño. Faldas no, por favor, que no me veo con ellas. Y para Eva, quizá un conjunto de lencería transparente, una minifalda y un top ajustado… ¡Uf! Me pongo mala sólo de imaginármela así… ¿Lo ves? ¿Te das cuenta de cómo me tienes? ¡Pues así toda la Eternidad! Esto no es vida ni es nada…
―¿Has acabado ya de quejarte?
―Sí. Total, para el caso que me haces…
―Toma.
―¿Qué es esto?
―Cómetela.
―¿Esto se come? ¿Cómo?
―La coges con una mano y la muerdes. Está rica, y además, es muy sana.
―Dámela.
Lilith toma la fruta que le ofrece Dea y, sin pensárselo dos veces, la prueba de un mordisco. Con la boca medio llena, continúa hablando con la Creadora.
―Pues sí que está rica, sí. ¿Tiene nombre, o todavía no se lo has puesto?
―Llámala como tú quieras.
―¿En serio?… ¡Qué ilusión!… Vamos a ver… Pues mira, como se come con la mano y además es sana, la llamaré “mansana”. ¿Qué te parece?
―Muy bien.
―Vale, ¿qué más?
―Nada más. Vuelve con Eva y muéstrale la mansana. A cien metros de vuestra choza hay un árbol de donde podéis tomar tantas como queráis.
―¿Y ya está? ¿Qué hay de la ropa? ¿Y de lo de follar con Eva?… ¿Dea?… ¿Dónde estás?… No me lo puedo creer, lo ha vuelto a hacer, me ha dejado otra vez con la palabra en la boca. Cualquier día me cabreo y me largo de aquí, no aguanto más esta situación.
De vuelta a casa, Lilith se detiene un momento bajo el árbol que le ha indicado Dea y recoge algunas mansanas para Eva. Al llegar a su choza, encuentra a Eva jugando con un tronco. Lo sujeta con sus brazos, meciéndolo, besándolo y acariciándolo con ternura.
―No te emociones, Eva, ―le dice―, Nancy no se ha inventado todavía, no es hora de jugar con muñecas.
―¿Qué es Nancy?
―Cómo te lo explicaría yo…
―¿Por qué sabes tantas cosas, Lilith, que yo no sé?
―Porque tú eres buena y solamente vas al Cielo, pero yo, que soy mala, voy a todas partes. Por eso estoy más al día y me entero de más cosas. No me entiendes, ¿verdad que no?
―No mucho.
―Da igual, no importa, hace tiempo que tengo muy claro que tú y yo somos incompatibles del todo.
―¿Por qué dices eso? Con lo bien que lo pasamos aquí, las dos juntas…
―Me temo que tu concepto de pasarlo bien no coincide en absoluto con el mío.
―¿Qué llevas ahí?
―Ah, sí, se me olvidaba… Es una cosa nueva que me ha enseñado Dea. Se llama mansana y está deliciosa. Toma, prueba una.
―¿Manzana?
―No, manzana no, mansana.
―Pues eso he dicho, manzana.
―No, si, ahora va a resultar que, encima, ceceas. ¿Tienes familia en Andalucía, o algo?
―¿Cómo?
―Nada, come y calla, anda. ¿Te gusta?
―No demasiado, pero gracias, Lilith. Quiero que sepas que, aunque la mayoría de veces no te entienda, yo te quiero mucho, como una hermana.
―Es bueno saberlo, Eva… ¿Qué es eso de ahí?
Mientras habla con Eva, Lilith descubre en el horizonte una figura extraña que se acerca andando.
―No lo sé, pero, sea lo que sea, viene directo hacia nosotras.
Al cabo de unos minutos, el extraño animal, que también camina sobre dos patas, llega hasta la choza y se presenta.
―Hola, me llamo Adán. Dea me ha dicho que viniera. ¿Quién de vosotras es Eva?
―Yo.
―Hola, Eva. Encantado de conocerte. ¿Vienes mucho por aquí? ¿Estudias o trabajas? Eres más guapa de lo que había imaginado y tienes un cuerpo de vértigo, chata. A ver, que se muevan esas caderas…
Sin mediar palabra, Eva se pone a bailar, sin música, claro, todavía faltan algunos años para eso. Lilith no puede creer lo que ve.
―Pero, ¿cómo? ¿A mí no me haces ni caso, y aparece éste y te pones a bailar para él de buenas a primeras? No sabemos nada de Adán. ¿Y si es un depredador?
―Tú debes ser Lilith, ¿verdad? Dea me ha hablado de ti. Tranquila, esto no va contigo. De hecho, espero que te des cuenta de que estás fuera de lugar.
―Eva, ¿de verdad vas a seguir el rollo a este impresentable? ¡Pero si ni siquiera tiene tetas! Y eso que lleva ahí, colgando, ¿qué es?
―A lo mejor también se come, como la manzana, ―contesta Eva, totalmente encandilada y ligeramente excitada. Adán, por supuesto, aprovecha el momento.
―Claro que se come, Eva. ¿Quieres probarlo? Vamos a tu choza, me has puesto tontorrón. Trae ese tronco también, será nuestro hijo mientras no te quedes embarazada. Encantado de haberte conocido, Lilith. Por cierto, ahí te dejo unas naranjas de regalo, espero que te gusten.
―¡No quiero naranjas, tío! ¿Es que no sabes que las naranjas son homófobas?
―Homo… ¿qué?
―Nada, por mucho que intentara explicártelo, no lo entenderías, te falta un rato todavía para llegar a Homo sapiens. Anda, ve con Eva, está claro que estáis hechos el uno para la otra… Por cierto, ¿puedo mirar?… Es broma…
Antes de entrar en la choza con Adán, Eva se abalanza sobre Lilith y, llorando, le da un beso de despedida en la mejilla. Lilith no quiere llorar, pero no puede evitar que se le humedezcan los ojos.
―Vamos, tonta, vete, y no te preocupes por mí, estaré bien.
―¿Qué vas a hacer?
―Lo que tenía que haber hecho hace tiempo, largarme de aquí, pero no podía dejarte sola. Ahora que ya tienes la compañía que necesitabas, me voy, es hora de que encuentre mi lugar.
Lilith recoge sus escasas pertenencias mientras dialoga otra vez con Dea.
―¡Coño, Dea! ¿Para eso me has traído aquí? ¿Para ver cómo Eva se va con Adán?
―Eva ha tenido la oportunidad de escoger, y lo ha hecho. Espero que sepa asumir las consecuencias.
―¿Y yo?
―Voy a recompensarte por tu paciencia. ¿Qué quieres?
―En primer lugar, salir de aquí. Y después, conocer a mujeres como yo, que disfruten con mi compañía y a las que les gusten las mansanas. Quiero demostrar que dos mansanas pueden entenderse a la perfección, contrariamente a lo que piensan algunos y algunas.
―Concedido.
En menos de lo que se tarda en pestañear, Lilith se despierta a bordo de un avión, y lo siguiente que oye es la voz de la comandante: “Señoras y señores, dentro de veinte minutos aterrizaremos en el Aeropuerto Nacional de Micoños, donde son las cuatro y media de la tarde y la temperatura en estos momentos es de veintiocho grados centígrados. La comandante y toda la tripulación esperamos que su estancia en la isla les resulte placentera. Les esperamos a bordo en una próxima ocasión”.
Lilith mira por la ventanilla, satisfecha de que Dea haya empezado a cumplir sus deseos. Mientras su vista se pierde entre las nubes bajas y la silueta de la isla dibujada sobre el mar, la voz de un asistente de vuelo la devuelve al interior del avión.
―Perdone, señorita.
―¿Sí?
―La mujer del asiento 27D me ha dado esta manzana para usted. Bueno, ella ha dicho “mansana”, pero creo que se ha equivocado.
―No, no se ha equivocado. ¿Hay alguien sentado al lado de esa mujer?
―No, el asiento 27E está libre.
―Gracias.
Tan pronto como el asistente continúa su recorrido para seguir atendiendo al resto de pasajeros, Lilith se levanta, dispuesta a conocer a la mujer del asiento 27D y a sentarse a su lado. Mientras camina por el pasillo del avión, levanta un momento la cabeza para lanzar un guiño al aire mientras sonríe.
―Gracias, Dea. Tú sí que eres una diosa con todas las de la ley, justa y misericordiosa. No como otros, que se creen dioses y lo único que saben hacer es el ridículo.

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