―Carlos, te he dicho que no. Déjame, por favor.
―¿Por qué?
―Porque no tengo ganas, y además, me gustaría dormir sola esta noche. Así que, ¿por qué no te vas a tu casa? Mañana hablamos, ¿vale?
―Yo no quiero hablar, yo quiero hacer el amor contigo, como antes. Hace semanas que me evitas y me rechazas. ¿Qué te pasa? ¿He hecho algo y estás enfadada conmigo?
―No me pasa nada, estoy cansada.
―Sí que te pasa, desde que empezó el verano estás muy rara. Y no lo digo solamente por cómo me tratas, también tienes mala cara, y yo diría que has adelgazado.
―Vete, por favor.
―Con una condición, y es que mañana mismo vayas al médico. Yo te acompaño.
―Que no.
―Pues entonces, no me voy.
―Te recuerdo que estás en mi casa, Carlos.
―Y yo te recuerdo que salimos juntos desde hace cuatro años, si es que eso significa algo para ti.
―Tienes razón, perdóname, es que no me encuentro muy bien últimamente. Si tú quieres, mañana vamos al médico, pero ahora tienes que irte, por favor, hazlo por mí.
―De acuerdo. Te recojo mañana a las diez para ir al Centro de Atención Primaria. ¿Cierro la puerta con llave por fuera al salir?
―Sí, gracias. Hasta mañana.
―Hasta mañana. Cuídate.
Al día siguiente, Rosa se levanta sintiéndose igual de cansada que cuando se acostó. Camina lenta y pesadamente hacia el lavabo, casi sin levantar los pies del suelo, y al mirarse al espejo descubre unas ojeras pronunciadas y una palidez extrema en su rostro. Pero, además, se da cuenta de que tiene el pijama manchado de sangre a la altura del pecho izquierdo. Asustada, se quita la parte de arriba del pijama. La sangre viene del pezón, que también presenta unas marcas muy extrañas. “Menos mal que voy a ver a mi médico dentro de un rato”, ―se dice, visiblemente preocupada.
Carlos llama por el interfono justo cuando Rosa está terminando de desayunar.
―Ahora mismo bajo.
―¿Quieres que suba?
―No, espérame en el coche.
―Como quieras.
El médico de cabecera de Rosa, que la conoce desde niña y es un hombre de temperamento risueño, muda el semblante al verla entrar en su consulta, y después de observarla durante unos instantes, mientras ella y su novio se sientan al otro lado de la mesa, le toma la mano para hablarle en un tono de franca preocupación.
―Rosa, creo que sé lo que te ocurre, pero yo no puedo ayudarte.
―¿Cómo puede saberlo, doctor, si todavía no le he contado nada?
―A ver si acierto: hace semanas que duermes mal, no puedes con tu alma y no paras de discutir con éste.
―Oiga, que tengo nombre, me llamo Carlos.
―Ya lo sé, hombre, y hasta hoy también tenías novia, pero te avanzo que ya puedes ir despidiéndote de ella.
―¿Tan mal estoy, doctor? ¿Cuánto me queda?
―Yo no he dicho que vayas a morir, Rosa. ¿Tengo razón en lo de los síntomas?
Rosa titubea un poco antes de contestar, mientras se quita la camiseta y el sujetador.
―Sí… y además… tengo esto… Me he dado cuenta esta misma mañana, al encontrar unas gotitas de sangre en el pijama.
Carlos no da crédito a sus ojos al ver las marcas en el pezón de su novia, y la sombra de la duda no tarda en nublar su mente.
―¿Quién te ha hecho esto? ¿Me estás engañando con alguien?
―Que no, Carlos, que no estoy de humor para follar con nadie, ¿es que no lo ves?
Mientras tanto, el doctor está terminando de imprimir una solicitud de pruebas analíticas.
―Bueno, Rosa, esto confirma el pronóstico inicial. Mañana, a primerísima hora, vienes en ayunas y te hacemos unos análisis completos. Y pasado mañana, con los resultados, vas a ir a ver al doctor Abraham van Piercing. Ahora mismo concierto la visita. Como te he dicho, yo no puedo hacer nada más por ti.
―¿Quién es? ¿Un endocrino?
―Algo así. Tranquila, él te ayudará.
―¿Viviré?
―Más que eso. Renacerás.
Carlos se siente absolutamente perdido.
―Doctor, todo esto es muy raro. ¿Puedo ayudar?
―Como te he dicho antes, lo mejor que puedes hacer es olvidarte de Rosa y empezar a rehacer tu vida.
―Pero, ¿por qué? ¿No acaba de decir que vivirá?
―Sí, pero será otra mujer, no la que tú has conocido. Y ahora, si me disculpáis, tengo más pacientes que atender. Adiós, Carlos. Cuídate, Rosa, te dejo en las mejores manos.
Al salir del Centro de Asistencia Primaria, Carlos continúa perplejo.
―¿Tú has entendido algo, cariño? Porque yo, no. Pero no te preocupes, yo te cuidaré y estaré pendiente de ti hasta que vuelvas a estar bien.
―Tú no vas a hacer nada.
―Pero…
―Ya has oído al doctor, será mejor que sigas con tu vida y que no volvamos a vernos.
―¿De verdad quieres que lo dejemos así, de esta manera, precisamente ahora que estás enferma?
―Adiós, Carlos. Quiero que sepas que te he querido mucho y que te deseo lo mejor.
―Rosa, yo…
Sin darle tiempo para más explicaciones, Rosa empieza a caminar en dirección a su casa, dejando a Carlos plantado en la puerta del ambulatorio.
Al día siguiente, cumpliendo las órdenes de su médico de cabecera, Rosa se hace los análisis, y al otro, visita al doctor van Piercing en su consulta privada, que ocupa una casona en la parte alta de la ciudad. Durante estos dos días, el cansancio ha ido en aumento; las ojeras, también, y cada mañana le sigue sangrando el pezón izquierdo.
―Hola, Rosa, siéntate, por favor. Tu médico me ha contado tu caso y me ha puesto al corriente de todo. ¿Cómo estás?
―Muy cansada, doctor.
―Ya veo, no tienes por qué preocuparte, es parte del proceso.
―¿Proceso? ¿Qué proceso?
―Ahora mismo te lo explico, pero antes, echemos una ojeada a los resultados de tus análisis. ¿Los has traído?
―Aquí los tiene.
Los indicadores confirman anemia leve. Por lo demás, el estado general de Rosa es correcto.
―¿Puedo examinarte el pecho, Rosa?
―Sí, claro. Cada mañana encuentro el pijama manchado con unas gotitas de sangre. Pero no me duele, ni nada. ¿Qué me ocurre, doctor? Es que me noto muy rara últimamente. De repente, me ha dado por ir cada día al gimnasio, cuando no lo había pisado en mi vida, y eso que llevo un cansancio enorme encima. Además, ya no me apetece llevar tacones, ahora prefiero ir más cómoda, no sé, con zapatos de cordones, e incluso con bambas. Y noto que los hombres no me miran como antes, ni yo a ellos. A veces, ni siquiera les veo.
―Eso es porque has entrado en un estado avanzado del proceso, y seguramente el virus ya ha está en tu flujo sanguíneo.
―Me está asustando, doctor… ¿de qué virus se trata?
―Antes de confirmar nada, déjame hacerte un test de tipo psicológico. Nada especial, el típico Rorschach, con manchas de tinta y todo eso. ¿Qué ves aquí?
―Una melena de mujer, larga y rizada.
―Ajá. ¿Y aquí?
―Dos tetas.
―¿Y nada más?
―Como dos carretas.
―Vale, lo estás haciendo muy bien, Rosa. Vamos a por el último. ¿Qué ves aquí?
―Un coño enorme, descomunal, suave, jugoso, caliente… Tengo calor, doctor.
―Es normal, en tu estado, es el efecto que suele producir el test.
―¿Qué más quiere saber?
―¿Duermes con la ventana abierta?
―Ahora, en verano, sí.
―¿Tiene rejas? Quiero decir, ¿es de fácil acceso?
―Vivo en una casa adosada, y mi habitación está en la planta baja, dando al patio de atrás.
―O sea, que cualquier persona podría entrar en tu habitación por el patio, a través de la ventana. ¿Correcto?
―Sí, pero nuestra comunidad está vigilada día y noche… ¿Adónde quiere ir a parar, doctor?
El doctor van Piercing cierra la carpeta con el expediente de Rosa y se reclina hacia atrás en su sillón para explicarle sus conclusiones.
―Rosa, ya sé que puede parecerte extraño, pero debo decirte que sufres lesbianitis aguda.
―¿Lesbia… qué?
―Lesbianitis. Es una afección que afecta a una parte de la población femenina y que se transmite por contacto entre mujeres. Aunque no lo parezca, es bastante habitual. Vamos a ver, y por ponerte tan sólo un ejemplo, ¿por qué crees que Fritney no ha vuelto a ser la misma desde que la besó Madronna en plena gira? Y eso que fue un beso sin lengua… En la fase en la que tú te encuentras, el proceso es irreversible, porque el virus ha invadido todo tu organismo a través de la sangre, y esto ha hecho que también se haya desencadenado el proceso psíquico adyacente. Puedo asegurarte que, dentro de pocas semanas, antes de que termine el verano, serás lesbiana de pies a cabeza.
Rosa no puede creer lo que está oyendo.
―Pero… ¿cómo…?
―¿Cómo has contraído el virus? Seguramente, has sido mordida por una infectada. Repetidamente, además. Estoy casi convencido de que tienes a una lesbiana rondando tu casa desde hace semanas, y cada noche se cuela en tu habitación para morderte el pezón, chuparte un poco de sangre e inyectarte su veneno. De ahí la anemia y el cansancio. ¿Lo entiendes?
―¿Como una vampira?
―Más o menos.
―La virgen… y… ¿qué tengo que hacer para curarme?
―Tienes que identificarla y acostarte con ella. Sólo así te dejará en paz y podrás seguir con tu vida, una vida de lesbiana, eso sí.
―Bueno, lo de acostarme con ella no parece muy difícil, lo que veo más complicado es llegar a saber quién es.
―Eso lo sabremos esta misma noche. Le pondremos una trampa. En cambio, lo de acostaros juntas no es tan fácil como te pueda parecer. Todo depende del tipo de lesbiana de que se trate, de la familia a la que pertenezca.
―Ah… pero… ¿es que hay de distintos tipos?
―Por supuesto, como en todo el reino animal. Básicamente, sin embargo, podemos hablar de dos grandes especies: la Lesbianae Armaricus, que no se reconoce como lesbiana pero actúa como tal, y la Lesbianae Libera, que tiene perfectamente asumida su naturaleza y vive su vida con plena normalidad. Te avanzo que te será mucho más fácil acostarte con una del segundo tipo, es decir, con una Libera, que con una del primero, porque la Lesbianae Armaricus vive muy encerrada en sí misma, sin contacto con el resto de su comunidad. Por tu bien, espero que tu atacante sea una Libera.
―Yo también, porque si resulta que es una Armaricus y no se deja, ya me dirá qué hago entonces.
―No avancemos acontecimientos. Si se da el caso, ya pensaremos una estrategia adecuada. De momento, vete a casa y descansa. Yo vendré hacia las diez de la noche para preparar el escenario. Sobre todo, no te preocupes, estoy seguro de que lo conseguiremos.
―Muchas gracias, doctor.
Después de dormir algunas horas en el sofá, Rosa se incorpora y mira el reloj. El doctor van Piercing no tardará en llegar. Tiene el tiempo justo para ducharse y comer algo. La noche se presenta movida. Mientras piensa en lo absurdo de la situación en la que se encuentra, se siente invadida por un llanto inminente, pero consigue dominarlo a tiempo y mentalizarse de que tiene que ser fuerte para seguir adelante con su nueva vida, aunque no tenga ni idea de cómo será. Llaman a la puerta.
―Hola, doctor. Pase.
―Buenas noches. ¿Puedes ayudarme con el material?
―Por supuesto. ¿Lo llevamos todo a mi habitación?
―Sí. Por favor, tú ocúpate de la cámara de vídeo. Móntala en el trípode y déjala enfocada hacia la cama. Llegado el momento, utilizaremos el mando a distancia para ponerla en marcha. Yo voy a hinchar la muñeca.
―¿Una muñeca hinchable, doctor?
―Sí, pero modificada. He puesto dos quesos de tetilla en su interior, uno debajo de cada pecho. Así, cuando la lesbiana los muerda, obtendremos un molde perfecto de sus dientes, gracias a la textura blanda del queso. Además, el ojo derecho de la muñeca lleva una cámara fotográfica camuflada que tomará instantáneas del ataque en primer plano. Entre las fotos, la grabación de vídeo y las marcas dentales, conseguiremos una identificación fiable y exacta. ¿Entiendes la estrategia, Rosa?
―Perfectamente, doctor.
―Ayúdame a colocar la muñeca en la cama, como si fueras tú. Así, boca arriba. La tapamos con la sábana, y listo.
―¿Y ahora?
―Ahora sólo nos falta abrir la ventana y escondernos. Ese armario servirá. Entra, que se nos hace tarde.
Rosa y el doctor van Piercing comparten el pequeño espacio del armario ropero, cuyas puertas han dejado ligeramente abiertas para poder controlar el escenario. Al cabo de un rato, todavía nada.
―¿Está usted seguro de que va a venir alguien, doctor?
―Confía en mí. ¿Qué hora es?
―Las once y media. Me ahogo un poco aquí dentro.
―Paciencia, no creo que tarde. ¿Has oído eso?
―¿El qué, doctor?
―La ventana, se está moviendo.
―¿Seguro? Yo no veo nada.
―Conecta la cámara de vídeo, procura hablar lo mínimo y en el tono más bajo posible.
Mientras Rosa aprieta el botón rojo del mando a distancia para iniciar la grabación, puede ver claramente a una mujer entrando por la ventana de su habitación. Y además, no tarda en reconocerla.
―¡Coño, pero si es mi vecina, la de la casa contigua a la mía!
―Habla más bajo, que nos va a oír. ¿Estás segura?
―Sí, se llama Paula y vive sola, que yo sepa. Tiene un gato y trabaja en el Ayuntamiento. ¿Qué está haciendo ahora, doctor?
―Lo mismo que te ha estado haciendo a ti todo el verano. Se ha sentado en tu cama y, si no me equivoco, ahora se inclinará sobre la muñeca para morderle el pezón. ¿Ves? El izquierdo, no falla. ¡Qué sigilosas son estas lesbianas! No me extraña que no te dieras cuenta de nada.
―Se va, doctor. ¿No vamos a desenmascararla?
―No, déjala. Si pretendes acostarte con ella, no debe saber que la has descubierto. La toma de pruebas ya está hecha, y tengo que reconocer que ha sido una de las identificaciones más fáciles que he hecho en mi vida.
―¿Podemos salir ya del armario?
―Sí. Cierra la ventana y enciende la luz. Esta noche ya no volverá. Escúchame, Rosa, ahora el resto depende de ti. Tienes que intentar por todos los medios acostarte con esa mujer, porque sólo así recuperarás la vitalidad y completarás tu proceso de transformación. ¿Me has entendido?
―Descuide, doctor, mañana mismo me pongo a ello.
―Bien, pues, recojo todo esto en un momento y me voy. Necesito descansar después de una de estas sesiones, para reponer fuerzas y descargar la tensión acumulada.
Rosa acompaña al doctor van Piercing hasta la puerta y, después de despedirle, la cierra con llave.
―Buenas noches, Rosa.
―Buenas noches, doctor. Y gracias de nuevo.
Lo primero que ve Rosa al abrir los ojos es el despertador de su mesita de noche. Las nueve y media de la mañana. Afortunadamente, es sábado y no tiene planes a la vista, aparte de tratar de conquistar a su vecina Paula. Después de dar vueltas y más vueltas al asunto mientras se ducha y desayuna, decide optar por la vía más directa. “Llamaré a su puerta, y que sea lo que Dios quiera”,―piensa. Se viste con unos vaqueros, una camiseta ajustada y unas zapatillas de deporte, y se arregla el pelo justo antes de llamar al timbre de la casa contigua.
―Hola, Paula. Te llamas así, ¿verdad? Soy Rosa, tu vecina de al lado.
―Buenos días, Rosa. ¿Necesitas algo?
Nunca hasta ahora se había parado a observar a su vecina Paula, y la verdad es que le gusta bastante lo que ve. Es una mujer más o menos de su misma edad, aunque quizá un poco mayor, de cabello oscuro y ojos azules muy claros, delgada y atlética, se nota que hace deporte con regularidad. De repente, Rosa se da cuenta de que tiene que contestar a la pregunta que le ha formulado, pero no tiene ni idea de qué decirle.
―Pues… es que…como hace un día estupendo, quería salir a dar un paseo en bici por ahí, y me preguntaba si te apetecería venir… Pero si no quieres, o no puedes, no pasa nada…
―¿Y tu novio, dónde está?
―¿Carlos? Lo dejamos hace unos días.
―¿Por qué?
―Porque no funcionaba, y si una cosa no funciona es mejor dejarla e ir a por otra, ¿no?
―Estoy de acuerdo.
―Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?
―Bueno.
―¿Tú eres Libera?
―¿”Libera”? ¡No tengo ni idea de qué coño es eso!
―Ya…
―Soy sonámbula, eso sí.
―¿Sonámbula? ¿De verdad? ¿Y qué haces cuando vas por ahí sonámbula?
―No lo sé, no lo recuerdo, pero últimamente me despierto con un fuerte sabor a sangre en la boca. ¿Y sabes qué?
―¿Qué?
―Que creo que me gusta ese sabor.
Rosa no puede evitar llevarse una mano al pecho izquierdo y sonreír, ruborizada.
―¿Ah, sí? Vaya… me alegro… quiero decir que… no sé… esto es un poco raro, ¿no?
Paula le devuelve la sonrisa mientras se apoya en el marco de la puerta.
―Sí que es raro, Rosa, sí que lo es…
―Entonces, ¿qué hay de la bici?
―Me temo que no va a poder ser. Esta mañana tengo que ir a ver a mi madre y ayudarla a hacer su compra semanal. Está un poco mayor y no puede cargar demasiado peso.
―Bueno… pues… nada… otro día será. Encantada de haberte saludado, Paula. Adiós.
―Lo mismo digo. Adiós.
Mientras camina de vuelta a su casa, Rosa piensa que es idiota, que no tiene ni puta idea de cómo ligar con una mujer y que nunca conseguirá nada con Paula. ¡Ni siquiera le ha quedado claro si es una Armaricus o una Libera! Se siente desgraciada y al borde del desastre, porque no sabe qué será de ella si no se acuesta con su vecina.
―¡Rosa! ¡Espera!
Es la voz de Paula, que viene corriendo tras ella. A Rosa se le ilumina la mirada. Piensa que quizá no está todo perdido, y al darse la vuelta se encuentra con Paula de pie frente a ella.
―Si quieres, podemos salir a cenar.
―¿Cuándo?
―Hoy. Y después, nos tomamos unas cervezas en Girl’s, el nuevo local de chicas. ¿Lo conoces?
De repente, Rosa se encuentra mucho mejor. Ya no está cansada, todo lo contrario, se siente más viva y vital que nunca.
―¿Sabes lo que te digo, Paula? Que yo diría que sí, que al final resultará que eres Libera… ¡No sabes el peso que me quitas de encima!
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Que bueno, me tendré que hacer la sonambula para pegarselo a una q yo me se o comprarme un adosado sin rejas en las ventanas xDDDDD
Jajaj!
Sí, pero ten cuidado, como sea del tipo «Armaricus», tendrás mucho trabajo…
Un saludo.
Da igual, se trabajará lo que se pueda jajajaja
Un saludo.
Vampirismo… eso es muy sexy. Lo mejor la pregunta al doctor: «¿Podemos salir ya del armario?» jajaja
me encantó.
🙂
Hola, Amelie:
¿Verdad que sí? Así da gusto que la «contagien» a una… jajajaj!
Saludos y gracias por leer…
hola jaja otra vz yo, am este ya lo habia leido pero estaba pensando en «lesbianitis» y como la gente agrega el itis para dar a entender apego como mamitis o cuando no te separa de una amiga te dicen que tienes alejandritis (poniendo q se llame alejandra), siendo que itis significa inflamacion xD es extraño no? como la gente empieza a usar cosas sin sentido pero como lo oimos nos familiarizamos, lo entendemos y aparte lo vemos «natural» que ahora si lo traducimos mamitis ni significado tendria mam no es nada realmente..