Lesbianarium 17: "De mala leche"

Acabo de llegar a casa. Vengo del dentista. No puedo hablar, tengo media boca dormida, colgante, pesada, viscosa, surrealista, completamente deformada como un reloj daliniano, con la diferencia de que mi boca nunca pasará a la posteridad como una obra de arte. Así que, lo mejor que puedo hacer en mis penosas circunstancias es ponerme a trabajar mientras sigo mordiendo la dichosa gasa ensangrentada un rato más. O quizá no, me la voy a quitar, mira tú, hace ya una hora que el doctor Indiferente me arrancó la muela y creo que estoy preparada para enfrentarme al cráter.
Muy bien, ya no hay gasa. Mientras estaba en el cuarto de baño ha sonado el teléfono. Era mi mujer.
-Gariño, ahoda no buedo hablad.
-¿Te duele?
-Un boco, no ziendo loz labioz.
-¿Cuáles?
-Loz de adiba, donda, do me hagaz deíd, que zangro máz.
-Llámame después, loca, cuando recuperes tu estatus de ser humano.
-Zí, pezada, adióz.
La muela era de leche y estaba picada. La leche no, la muela. La leche no se pica, en todo caso se agria. Cuando visité al doctor Indiferente por primera vez, hará más o menos un mes, pensaba que era la única persona del mundo con una muela de leche pasados los treinta y cinco. Pero el doctor, sin mirarme a la cara en ningún momento, me dijo que no, que eso es algo relativamente común, y me preguntó qué quería.
-Que me la arranque.
-¿Por qué?
-Porque, aparte de la limpieza bucal, arrancar dientes es casi lo único que el servicio odontológico de la Seguridad Social ofrece gratuitamente a los contribuyentes. Pero, sobre todo, porque tiene caries.
-¿Y qué?
-Pues que no quiero que la cosa vaya a más y se expanda a las muelas sanas. ¿No dicen siempre ustedes, los médicos, que la prevención es la mejor garantía para una buena salud? Pues a eso mismo vengo, a prevenir.
Con más resignación que otra cosa, el doctor Indiferente inspeccionó mi muela de leche picada.
-Está empotrada entre dos piezas sanas.
Una conclusión tan obvia me causó preocupación. La alarma llegó justo después, cuando dijo que quizá fuera necesario aplicar cirugía.
-¿Cirugía para una muela de leche que ni siquiera tiene raíz? ¿De verdad lo cree, doctor?
Haciendo como si no hubiera oído mi queja, el doctor Indiferente imprimió una solicitud de ortopantomografía y me envió a otro centro de atención primaria. Debía volver a su consulta con la radiografía bucal para que él pudiera valorar la conveniencia de extraer la muela. Por lo visto, quería saber si cabía la posibilidad de que la de repuesto, la misma que en su día renunció a sus derechos molares, quisiera ocupar ahora el vacío que su láctea predecesora estaba a punto de dejarle en herencia.
“La foto, doctor. ¿O qué creía usted, que se saldría con la suya y conseguiría hacerme desistir de mi empeño en sacarme la muela poniéndome una traba tan fácil de superar como hacerme perder una mañana entera de trabajo por una simple radiografía? Pues aquí la tiene.”.
Todo esto pensé mientras alargaba el enorme sobre blanco al doctor Indiferente. Evidentemente, no iba a decirle todo aquello, aunque lo mereciera. A los médicos les pasa un poco como a los clérigos y a los políticos, que cuanto más leída está la población menos influencia y autoridad tienen. Les está bien empleado por basar su poder en el miedo y la ignorancia. ¿Habéis probado alguna vez a cuestionar las indicaciones de vuestro médico de cabecera, o las de un especialista, lo mismo da, o simplemente a preguntarle las razones de su diagnóstico? Si lo hacéis, veréis que se ofende enseguida, se pone a la defensiva y trata de desautorizaros recordándoos quién de los dos es el médico. Y si os negáis a tomar las medicinas químicas que os receta y le sugerís cualquier tipo de tratamiento alternativo, entonces ya podéis ir cambiando de doctor porque éste os considerará poco menos que su enemigo público número uno. Afortunadamente, sin embargo, hay que decir que también existen buenos doctores, lo único que hay que hacer es saber encontrarlos en medio del bosque frondoso, como cuando se buscan setas.
El doctor Indiferente cogió el sobre al vuelo, con energía y un punto de rabia contenida, como si se sintiera o sintiese profundamente contrariado porque había osado pasar de puntillas sobre su trampa. Sacó la ortopantomografía del interior del sobre y se puso a examinarla a contraluz. Como no decía ni pío, empecé a preocuparme otra vez. Pasaban los minutos, y cuando estaba a punto de implorarle que por favor me dijera la verdad aunque me quedaran solamente pocas semanas de vida, movió los labios -los de arriba, él no tenía otros- casi imperceptiblemente para hacerme una pregunta. Seguía sin mirarme.
-Entonces, ¿quieres que te la saque?
Me sentí aliviada y decidí que a partir de aquel momento me tomaría la vida más a la ligera, con más alegría. ¡No todos los días le confirman a una que, por el momento, seguirá viva!
-Pues sí, doctor, yo casi prefiero que me la arranque, porque está picada. Pero si usted cree que es mejor dejarla como está…
-Échate en el sillón y abre la boca.
Tres pinchazos, ocho o diez tirones y cinco minutos después, la muela láctea estaba sobre la pequeña bandeja plateada de la consulta del doctor Indiferente, picada, maltrecha y ensangrentada. La cogió con unas tenacillas, la alzó a la altura de sus ojos y la miró como el doctor Indiferente lo mira todo, con profundo desprecio.
-¿La quieres?
-Do, docdor, quédezela. Le degalo el último pedazito de mi infanzia. A lo mejod azí decupeda uzted aggo, aunque zea tan zólo una pizca, de aquella iluzión de cuaddo eda niño, ¿ze acuedda? Zí, hombre, zí, aquella eczitación idexplicable que le hazía zoñad cazi cada doche que quedía sed médico de bocaz.
Hazta dunga, docdor.

… continuará…

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