-Berta, soy yo. ¿Estás lista? Te espero abajo, en el coche. Estoy aparcada en la acera de enfrente.
-Pues claro, ¿dónde vas a estar, si no es en la acera de enfrente?
-Muy graciosa. Baja ya, que llegamos tarde.
-Dame cinco minutos, colocarme bien la toca me está costando más de lo que imaginaba. ¡Vaya cruz, tener que ponerse esto cada día en la cabeza! Cuanto más me acerco a su mundo, más pena me dan las monjas…
-Deja de perder el tiempo al teléfono y termina de una vez. Te cuelgo.
La idea de infiltrarnos en la misa por la familia tradicional surgió en plena sesión de caipiriñas, cuando Berta y yo, presas de la euforia etílica, juramos defender los modelos familiares alternativos y vengar los desplantes de la Iglesia católica. El problema es que lo prometimos en público, y claro, al día siguiente todo el mundo se acordaba menos nosotras, y cuando quisimos echarnos atrás ya era tarde, así que aquí estamos hoy, llegado el gran día, vestidas con nuestras mejores galas, Berta disfrazada de monja, y yo, de madre de familia católica y multiparturienta.
-Ya estoy aquí.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-A ver, deja que te mire bien… Dios mío, pareces una monja de verdad. Y si te depilaras las cejas, estarías cañón.
-Y si tú te depilaras las piernas, quizá te parecerías más a una madre de familia católica, apostólica y romana. ¿Tú te has visto esos pelos? Ni las cabras tienen tanto vello en las rodillas. Para una vez que te pones falda, coño, aplícate un poco más.
-Tienes razón, así no doy la talla. Abre la guantera y dame la cuchilla. Y deja ya de darme la vara. ¿Lo traes todo?
-Creo que sí. ¿Con qué querrás empezar?
-No lo sé, te lo diré cuando lleguemos y pueda ver las caras de las posibles víctimas.
-Pues entonces, tira, que vamos tarde.
El viaje hasta el lugar de concentración católica es corto y rápido. Si algo tiene de bueno llegar tarde a este tipo de aglomeraciones humanas es que te ahorras las largas colas que se forman a la hora en que llega todo el mundo.
-¿Dónde aparco?
-Allí, detrás del furgón de las Esclavas de María.
-Creo que ellas podrían ser nuestras primeras víctimas.
-¿Las Esclavas de María?
-Sí, son perfectas, ¿no crees?
-¿Para cuál de las tres misiones?
-Para la número 2: “hacer que una monja grite ‘lesbiana’ con fervor”.
-De acuerdo, creo que, por atuendo, me toca a mí actuar. Sígueme, te necesito como sparring.
-Será un placer.
-Buenos días, hermanas. Perdonad nuestra tardanza. Soy Sor Tija, y la buena mujer que me acompaña se llama Ana.
-Hola, Sor Tija. Hola, Ana. Soy la Hermana Caridad, Madre Superiora de las Esclavas de María. ¿A qué orden pertenecéis vosotras?
-Somos Hijas de Ana.
–Ana, la madre de María, claro.
-La misma, patrona de las mujeres trabajadoras, de los mineros y de las embarazadas a la hora del parto. Curiosa trilogía, ¿no os parece, Madre?
-¿Y cuál es la función de las Hijas de Ana, exactamente?
-Ante todo, venerar a Ana y devolverle el puesto que se merece en las Sagradas Escrituras. La adoración a la Virgen María no admite discusión y está muy generalizada entre la mayoría de comunidades religiosas, pero, ¿quién se acuerda de Ana, la madre de nuestra madre, nuestra abuela en realidad?
-Tenéis mucha razón, hermana, Santa Ana no está reconocida como debería. Y, decidme, ¿cómo hacéis para rendirle culto?
-Observando dos reglas básicas: cada una de nosotras se hace acompañar toda su vida por una mujer que se llame Ana. Esta Ana que os he presentado es, precisamente, “mi” Ana. Va siempre conmigo a todas partes, comparte mi celda, incluso dormimos juntas para fortalecer aún más el vínculo que nos une. Para nosotras, tener siempre cerca a una mujer llamada Ana nos recuerda lo mal que ha sido tratada la figura de la Santa y nos anima a adorarla en cuerpo y alma. Una de mis tareas principales es preparar a Ana cada noche antes de acostarnos. La desvisto poco a poco, procurando que las yemas de mis dedos rocen su piel con cada movimiento, para hacerme recordar que Ana existe a pesar de la terrible negación que ha sufrido por parte de la comunidad de fieles. Luego la baño delicadamente, dejando que mis manos se deslicen por su cuerpo, escondiéndose en sus cuevas, perdiéndose en sus curvas… Hermana Caridad, ¿estáis bien? Me parecéis un tanto sofocada…
-Estoy bien… Seguid, os lo ruego…
-Después de bañarla, acompaño a Ana hasta la cama y no empiezo a ocuparme de mí hasta haberme asegurado de que ella se siente del todo confortable.
-Perdonad que os interrumpa, Sor Tija, pero necesito que me aclaréis una duda: ¿en qué momento le ponéis el camisón a Ana, al salir de la bañera o antes de que la hagáis entrar en la cama?
-No, Hermana Caridad, ningún camisón ni nada que haya sido hecho por la mano humana puede mancillar el cuerpo de Ana después del baño purificador.
-¿Estáis diciendo, entonces, que dormís con Ana estando ella desnuda?
La Hermana Caridad formula la pregunta clavando sus ojos en Ana, mientras ésta le devuelve la mejor de sus sonrisas antes de contestar por ella misma.
-Así es, nada puede interponerse entre mi cuerpo y el de Sor Tija, como nada debe interponerse entre el cuerpo del resto de las siervas de la orden y el de sus respectivas Anas de compañía.
La Madre Superiora, visiblemente azorada y con las mejillas ardiendo, no acaba de dar crédito a lo que está oyendo.
-Entonces, Sor Tija, ¿vos también os acostáis completamente desnuda?
-Por supuesto. La pureza de la desnudez es del todo necesaria para que la virtud de la Santa fluya a través del cuerpo de Ana hacia el mío, inundándome con su beatitud en forma de fuertes oleadas de deleite que sacuden mis sentidos. Cuanto más cerca nuestros cuerpos, tanto mayor es el santo goce, y si se da el caso de amanecer enroscadas la una a la otra, eso es señal inequívoca de que la Santa nos ha querido unidas, fundidas, totalmente abandonadas a su voluntad durante la noche.
-Vaya… una experiencia… realmente mística… sin duda… y… ¿cuál es la segunda regla de vuestra orden?…
-La segunda regla de las Hijas de Ana consiste en reconocer la importancia capital de Santa Ana en nuestra fe.
-¿Y cómo hacéis tal cosa?
-Teniéndola siempre presente en nuestros rezos, por medio de un epílogo que añadimos a todas nuestras oraciones. Es lo que llamamos “Epílogo Anal”, entendiéndose por “anal” que está dedicado a Santa Ana y a todas las mujeres que se llaman Ana.
-¿Debo entender que añadís una coletilla a vuestras oraciones, dedicada exclusivamente a Santa Ana?
-Exactamente. El Epílogo Anal es una expresión de etimología latina formada por tres partículas que adquieren significado al pronunciarse conjuntamente. Con él queremos expresar, por una parte, que dirigimos nuestra oración a todas las Anas, y por eso utilizamos el pronombre “les-”, que significa “a ellas”. La segunda partícula del epílogo está formada por el infijo “-bi-”, que significa “dos veces”. Con él queremos indicar que, aunque recemos la oración una única vez, al añadir el epílogo es como si la pronunciáramos por duplicado para dedicársela a Santa Ana. Por último, la tercera partícula es el nombre de nuestra patrona, “Ana”.
-“Les-Bi-Ana”: “A ellas, dos veces, en nombre de Ana”. ¿Es así?
-Eso es, Hermana Caridad, pero debéis pronunciar el epílogo con mayor cadencia y con contundencia, como si fuera una sola palabra, en ningún caso de manera entrecortada. Así: lesbiana. ¿Queréis probar?
-Por supuesto, a ver cómo me sale: lesbiana.
-¡Muy bien, Madre Superiora! Aprendéis deprisa, sin duda. Ahora, si os parece bien, vamos a practicar la aplicación del Epílogo Anal, pongamos por caso, al Padre Nuestro. Si os parece, yo recito las últimas líneas de la oración, y vos añadís la coletilla. ¿Sí?
-¡Sí, Sor Tija, sí!
-Allá vamos, pues: “… no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.”.
-Lesbiana.
-¡Por Dios de los Cielos! ¡Es perfecto! Probemos ahora con el Ave María: “… ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.”
-¡Lesbiana!
-Hermana Caridad, dejadme deciros que nadie había pronunciado hasta ahora el Epílogo Anal con tanta devoción. Mi Ana y yo os estamos muy agradecidas por habernos escuchado y por haber contribuido a extender el conocimiento de nuestra orden. Estaréis siempre presente en nuestras oraciones.
-Y vosotras, queridísimas Hijas de Ana, podéis dar por seguro que estaréis en las nuestras. Es más, a partir de hoy mismo voy a instaurar la regla del Epílogo Anal en nuestra comunidad, y quién sabe si en un futuro próximo será incluso posible aplicar la regla de vuestras Anas de compañía a nuestras Marías vírgenes, por ser nosotras sus esclavas. Os doy las gracias por tan preclaras explicaciones y os invito a seguir con nosotras el desarrollo de la jornada.
-Os lo agradecemos, Madre, pero debemos seguir nuestro camino y encontrarnos con el resto de nuestras hermanas y sus Anas. Lo entendéis, ¿verdad?
-Perfectamente. Id con Dios.
-Por cierto, Madre, ¿por qué hablamos de esta guisa vos y yo?
-No lo sé, Sor Tija, seguramente para que nuestro diálogo parezca más anacrónico, pero quizá deberíais preguntárselo a la autora de este sinsentido.
-Tenéis razón. Que Dios os bendiga, Madre.
Al alejarnos del grupo de Esclavas de María, no puedo evitar mostrar mi absoluta admiración por lo que Berta y su hábito de alquiler acaban de hacer.
-Nena, esta vez te has superado a ti misma. Nunca creí que pudieras hacer que una monja dijera “lesbiana” con tanto fervor.
-¿Has visto? Ya lo dice Almodóvar en su película Todo sobre mi madre, cuando el personaje interpretado por Cecilia Roth confiesa que todas las mujeres son un poco bolleras. En fin, está hecho, misión cumplida. ¿Qué viene ahora?
-A ver… lo tengo todo aquí anotado… Si quieres, vamos a por la misión número 1: “hacer que una madre católica con más de ocho hijos se tome una píldora anticonceptiva”.
-Me temo que es tu turno, guapa, que para eso te has depilado las rodillas. ¿Has traído la foto de los niños?
-Sí, míralos, qué guapos. Estamos todos los críos de la familia: yo, mis hermanos, mis primos, mis primos segundos… ¡Todos! La foto es de hace unos años, pero yo creo que servirá. ¿Crees que darán el pego como hijos míos?
-Mujer, son muchos… Uno, dos, tres… siete, ocho, nueve… ¡Por lo menos hay veinte críos!
-Diecisiete. Es que, cuando me pongo a criar, soy una verdadera coneja.
-¿Y las pastillas?
-Aquí están, compradas ayer mismo en la farmacia de mi barrio. Las he sacado del blíster y las he puesto en un bote, para que parezcan compradas a granel.
-Todo preparado, entonces. ¿A quién quieres atacar?
-No sé… ¿Qué te parece aquella mujer de ahí, rodeada de niños por todas partes? Digo yo que serán suyos, por lo menos la mitad…
-Buena elección. Te sigo. Seré tu consejera espiritual. Y mi primer consejo es que, para llamar su atención, te coloques a su lado sujetando la foto de los niños contra tu pecho, de manera que ella pueda verla lo más claramente posible, y pongas cara de carnero degollado.
-Vale. Y ahora, cállate, que te va a oír…
Berta y yo nos colocamos estratégicamente junto a la mujer, rodeada por chiquillos de todas las edades. La mayor debe tener unos dieciséis años, y el más pequeño es todavía un bebé en brazos de su madre. La mujer no tarda en reparar en la foto que sujeto.
-¡Qué ricura de criaturas! ¿Son todas suyas?
-Sí, diecisiete hijos como diecisiete soles, mi mayor tesoro.
-¿Diecisiete? Vaya, eso sí que es cumplir con los dictados del Señor. ¿Algún parto múltiple?
-Los cuatro primeros vinieron por separado. Después, si no recuerdo mal, los ocho siguientes llegaron de dos en dos. Luego trillizos, y los dos últimos vinieron solos otra vez.
-Permítame que la felicite, nadie diría que ha sido madre tantas veces, tiene usted una figura estupenda.
-Gracias, pero no es todo mérito mío, también he contado con la ayuda de Flexy Complex.
-¿Flexy Complex?
-Sí, comprimidos a base de extracto de bambú. ¿No los conoce? Son milagrosos para ayudar a recuperar la silueta después de cada parto.
-¡No me diga!
-Claro, mujer, si algo tiene de bueno la ciencia es que también puede ponerse al servicio de la fe.
-Cierto. Y… dígame… ¿cree usted que estas pastillas podrían ayudarme también a mí? Es que estoy intentando quedarme embarazada de nuevo, si lo consigo serían ya nueve partos, y claro, mi figura se va resintiendo…
-Por supuesto, no hay problema. Precisamente, se recomienda empezar a tomar Flexy Complex antes de la gestación, para preparar el organismo de cara al esfuerzo de elasticidad que suponen los nueve meses de embarazo. Está usted en el momento más oportuno para iniciar el tratamiento.
-¡Qué bien! ¿Y cómo puedo conseguir Flexy Complex?
-Verá, se trata de un medicamento exclusivo que sólo se fabrica en los laboratorios secretos del Vaticano. Comprenda que, siendo sus efectos tan prodigiosos en aumentar la elasticidad del cuerpo humano, podría resultar muy peligroso que estos comprimidos cayeran en manos de ciertos colectivos de reconocida promiscuidad, tales como divorciados o, peor aún, homosexuales. ¿Se imagina lo que podría llegar a ocurrir si estas personas de vida descarriada descubrieran las ventajas de la flexibilidad orgánica?
-No quiero ni pensarlo, por Dios.
-Por eso, Flexy Complex se fabrica y se vende únicamente en el Vaticano, y sólo unas pocas personas estamos autorizadas a distribuirlas entre los fieles de todo el mundo. A primeros de mes hago el pedido correspondiente a las necesidades de mis clientas, y hacia finales me llega la nueva remesa de píldoras directamente desde el Vaticano, debidamente bendecida por el Papa.
-Entonces, ¿tengo que esperar hasta el próximo mes?
-Normalmente, sí. Pero, por lo visto, la providencia ha hecho que usted y yo nos conozcamos hoy aquí, y que este mes una de mis clientas haya dejado el tratamiento. Ha muerto de repente, la pobrecilla.
-No me diga que las pastillas tienen efectos secundarios graves…
-¡Qué va! No se preocupe, nada que ver con Flexy Complex. Sencillamente, no pudo superar su parto número veinticinco, y eso que, a partir del decimoctavo, se había puesto un velcro en los bajos para facilitar la expulsión de los bebés siguientes y evitar así más costuras innecesarias en el futuro. Pero, ya ve, a veces el remedio es peor que la enfermedad, y el chiquillo número veinticinco se ahogó con el velcro al nacer. La madre murió de pena. Una tragedia.
-Sí que es triste, sí.
-Entonces, ¿quiere las pastillas o no?
-Por supuesto que sí.
-Si quiere, puedo enviárselas a casa mañana, pero en ese caso debería empezar hoy mismo, tomándose el llamado “comprimido-0”, cuya función es preparar el organismo para el tratamiento posterior. ¿Quiere?
-Sí, pero no veo cómo…
-Tranquila, siempre llevo comprimidos-0 en el bolso. ¿Tiene agua?
-Yo no, pero alguno de mis hijos seguro que sí… ¡Carlitos, dale un traguito de agua a mamá!… Gracias, cariño, ya puedes seguir jugando con el crucifijo, pero sobre todo, no lo pongas nunca cabeza abajo, ¿me oyes? Anda, ve con tus hermanos…
-Aquí tiene su píldora.
-Es pequeñita.
-Sí, pero su efecto es grandioso, ya verá. Venga, así, de un trago, ya está, perfecto. Ahora, si es tan amable de darme su dirección, mañana le llegarán las píldoras para el resto del mes.
-Aquí tiene mi tarjeta. Y gracias.
¡Lesbiaaaaaaaaaaaaaanaaaaaaaaaaaaaaa!
-¿Qué ha sido eso? ¿Ha oído ese grito horripilante?
-Son las Esclavas de María, están practicando un nuevo ritual de rezo. Hoy es un gran día para ellas, créame si le digo que se les han abierto las puertas del Cielo.
-La gloria del Señor es infinita.
-Sin duda. Que tenga unos embarazos felices y flexibles. Adiós.
-Adiós, y gracias de nuevo.
Dejamos atrás a la mujer y a su prole desternillándonos de risa, aunque disimuladamente, para no levantar sospechas en nuestra última víctima.
-Tengo que reconocer que has estado genial.
-Gracias, Sor Tija.
-¿Vas a enviarle las pastillas?
-Creo que no, eso sería excedernos. La misión consistía en hacer que se tomara una píldora anticonceptiva, y lo hemos hecho. Aquí termina nuestro cometido, aunque debo reconocer que me encantaría seguir con esto impidiendo que esa coneja vuelva a quedarse embarazada durante un período de tiempo considerable. Pero no, creo que ya hemos jugado bastante con ella, dejemos que la mujer viva su vida a su manera y tenga tantos hijos como le dé la gana. Eso se llama respeto, algo que estos sectarios parecen incapaces de entender.
-¿Vamos a por la última víctima, entonces?
-Vamos. Buscamos a un cura, ¿verdad?
-Correcto. Tengo el Popper preparado, pero no sé si seremos capaces de hacer que lo inhale, parece una misión bastante más complicada.
-No hay nada imposible para dos lesbianas locas y cabreadas infiltradas entre miles de sectarios.
-¡Mira! ¡Ese novicio es perfecto!
-Y guapo. Qué pena que un material genético tan bueno se eche a perder bajo un hábito. Y qué poco duraría intacto este chico en un bar de ositos… A por él.
-Quieta, no te muevas. ¿Me lo parece a mí, o el novicio viene derechito hacia nosotras?
-Sí que viene, sí… De hecho, ya está aquí…
-Hola, chicas, ¿cómo estáis?
-Muy bien, hermano, ¿y tú?
-No me vengáis con monsergas, os llevo observando toda la mañana, a mí no me engañáis. Ni tú eres monja, ni tú una mojigata. Más bien parecéis dos bolleras empeñadas en reventar la jornada con cuatro travesuras ridículas. ¿Me equivoco?
-¡Por fin alguien normal en este circo de los horrores! Tío, eres genial. Incluso me voy a quitar la toca en tu honor, no veas el calor que estoy pasando. Hala, fuera, ya no soy monja ni sirvo a ningún señor. Vuelvo a ser yo, la que sólo sirve a señoras. Ana, quítate esa falda ridícula y ponte tus vaqueros sucios y raídos. Se acabó la función. ¡Qué alivio, joder!
-Pues sí, la verdad, esto de ir con las rodillas al aire no es para mí… Pero, vamos a ver, ¿quién eres tú?
-Me llamo Manuel y soy novicio.
-¿Novicio de verdad?
-De verdad.
-¿Y qué quieres?
-Depende. ¿Qué tenéis para mí?
-¿Cómo dices?
-Venga ya, que os he visto repartiendo pastillas y poniendo cachondas a las Esclavas de María. Seguro que tenéis algo que pueda interesarme.
-Hombre, nos queda esta ampollita, una especie de elixir de la felicidad…
-¿Popper?
-¿Lo conoces?
-¿Me estáis vacilando? ¿No tenéis nada más fuerte?
-¡Joder, con el novicio!
-Pues no, no tenemos nada más. Anda, toma, todo para ti. ¿Conocen tus jefes tus aficiones?
-Por supuesto, y muchos de ellos las comparten conmigo. ¿En qué mundo vivís?
-Pues nada, chico, que lo disfrutes.
-No dudéis ni por un momento que lo haré. Y ahora, largaos, ya habéis merodeado bastante por aquí. Y si me entero de que habláis por ahí de mí, mando que os rompan las piernas. Conozco a muchos dispuestos a hacerlo por muy poco dinero, ¿entendido?
-Entendido, entendido…
-Adiós, hermanas, que Dios os tenga en su gloria.
Perplejas y asustadas, caminamos hacia el coche sin mediar palabra y sin mirar atrás, por miedo a que alguien pueda seguirnos. Entrar en el vehículo y asegurar el cierre de las puertas desde dentro nos da una tregua para respirar aliviadas. Sin perder tiempo, arranco y salimos pitando de allí.
-Qué mal rollo me ha dado este tío…
-Esto nos pasa por idiotas, por no prever todas las posibilidades antes de actuar.
-Y por hablar demasiado delante de testigos. La próxima vez que salgamos de fiesta, nada de caipiriñas.
-Nada, sólo zumo de kiwi sin alcohol.
-Y encima, me pican las rodillas un horror.
-Pues ráscate, pero sigue acelerando, creo que nos sigue un Papamóvil.
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Gran historia, casi lloro de la risa y todo. Muy buena
¡Gracias, Faith!
Llorar es buenísimo, siempre que sea de risa. Yo intento hacerlo cada día, empezando por reírme de mí misma y continuando por todo lo que me rodea y me parece absurdo. Así que, ríete mucho siempre que puedas… Y, por cierto, tu alias le va genial a esta historia… 🙂
Os superais dia a dia xDDD
¡Hola, Gusiluz!
Hacemos lo que podemos, procurando pasarlo lo mejor posible.
Gracias por seguirnos y hasta pronto.
[…] ya que hemos tenido que dejar el lesbianarium que teníamos de hoy para mañana, os dejamos también con los ensayos de esa segunda córeo del […]