Relato finalista del XIV Concurso “Todos somos diferentes”, organizado por la Asamblea Juvenil de la Fundación de Derechos Civiles Civilia. La ceremonia de entrega de premios se lleva a cabo el viernes 11 de diciembre, en el Ateneo de Madrid.

-Buenos días. Mi nombre es Jennifer. Llamo de la empresa de productos infantiles Maternal Womb. Estamos realizando una encuesta entre las consumidoras para mejorar nuestros productos. ¿Es usted la señora de la casa?
Son las nueve y doce minutos. Tanta información a primera hora de la mañana, cuando ni siquiera he tomado mi tazón de café con leche sin azúcar, me parece, simplemente, imposible de asimilar. Mi cerebro no funciona, y mi persona todavía no es humana. Me pregunto de dónde habrá sacado mi teléfono la teleoperadora, y también me gustaría tener dos palabras con la persona que la obliga a llamar a la gente a horas intempestivas utilizando un discurso que, de entrada, resulta avasallador.
-Mire, Jennifer, lo siento, pero ahora no tengo tiempo. Si quiere, llámeme por la tarde, a partir de las seis.
-Sólo serán unos minutos, señora. Son preguntas muy sencillas y rápidas de contestar.
-No lo dudo, pero es que ahora no puedo. Le prometo que si me llama a última hora de la tarde la atenderé con mucho gusto.
-Pero… es que… por la tarde yo no voy a estar, esta semana me toca de mañanas, y si usted habla con otra compañera, entonces será ella quien…
-… Quien cobrará la encuesta, ¿verdad?
Su tono de voz se ha vuelto más personal y es ahora mucho menos mecánico que el del primer mensaje de presentación. Para mí ya no es una mera teleoperadora sino una mujer angustiada tratando de mantener su empleo en plena crisis. Así que me remonto a mis raíces proletarias y decido ayudarla dentro de mis posibilidades.
-Ya veo. En ese caso será mejor que hablemos ahora. ¿Le importa si voy preparando el desayuno mientras hablo con usted? Pongo el “manos libres” y ya está.
-No, claro que no, señora. Le agradezco mucho su comprensión.
-Perdone que le haga una pregunta antes de empezar, Jennifer. Usted no es española, ¿verdad?
-No, soy de Colombia, recién llegada a España, señora.
-De acuerdo. Empecemos, pues. Y, por favor, no me llame señora.
-Bien, como usted diga. ¿Es usted la señora de la casa?
-Vamos mal, Jennifer. ¿No le acabo de decir que no me llame señora?
-Perdone, pero es la primera pregunta de la encuesta. Las normas lo dicen muy claro: “Es imprescindible empezar todos los cuestionarios preguntando a la interlocutora si es la señora de la casa”.
-¿Y si no lo soy, qué dicen las normas?
-Entonces tengo que preguntarle por la señora. ¿Está su madre en casa? ¿Puede ponerse al teléfono?
-¿Mi madre? Mi madre murió el año pasado, de vieja.
-Perdone, pero no la entiendo. ¿Es usted mayor de edad?
-Sí, hace ya un rato.
-¿Vive sola?
-No.
-¿Con su pareja?
-Sí.
-¿Y no es usted la señora de la casa?
-¿Puede definir “señora de la casa”, por favor?
-Pues… ¿qué quiere que le diga? La encargada de llevar la casa, ya sabe, de cuidar a los niños, de hacer la compra… Todo eso.
-Ah… Entonces creo que soy la mitad de todo eso.
-No entiendo, ¿qué quiere decir?
-Ya veo que no entiende. Le digo que soy una de las dos “señoras” de esta casa.
-¿Cómo que dos señoras?
Yo, la verdad, no sé por qué sigo metiéndome en semejantes berenjenales a mi edad. Estoy muy cansada de andar educando a ciertas personas que ni siquiera se toman la molestia de plantearse la posibilidad de que exista más de una manera de vivir la vida. La teleoperadora ya no me da pena, su estatus ha vuelto a cambiar, ha dejado de ser una inmigrante con un trabajo precario para convertirse en una posible lesbófoba. Tengo que andarme con mucho cuidado, y si es necesario, pasar al ataque.
-Vamos a ver, Jennifer, usted ha llamado a una mujer que vive en su casa con su pareja, que es otra mujer. ¿Supone eso algún problema para contestar la encuesta? Si es así, dígamelo, la damos por terminada y me concentro en mi desayuno.
-Pues… la verdad… no lo sé, señora… ¡Perdón!
Pobrecilla, no es lesbófoba ni nada, es que ni siquiera se le había pasado por la cabeza la situación en la que se encuentra ahora mismo. Tampoco a sus jefes. Sin embargo, tengo que reconocer que la siguiente pregunta me exaspera sobremanera, no porque no la haya oído antes sino precisamente por todo lo contrario. Quien diga que los roles sexuales han desaparecido, miente o se engaña.
-Entonces, ¿pongo que usted hace de mujer?
-Y usted, ¿de qué hace? ¿De conejita Duracell?
-¿Qué?
Muy a pesar mío, decido seguir.
-Nada, que ponga, si quiere, que sí soy la señora de la casa. Al fin y al cabo creo que lo soy, y además nadie tiene que saber si estoy sola o si somos la legión, ¿verdad?
-¿Le parece que lo hagamos así?
-Sí, mujer. Ande, siga.
-Bueno. ¿Tiene usted hijos?
-No.
-¿Quiere tenerlos?
-No.
-(Claro, cómo va a tenerlos…).
-La he oído, Jennifer, y le aseguro que si quisiera tener hijos se me ocurren varias maneras de conseguirlo. Así que, por favor, marque la casilla del “no” y sigamos con esto. ¿Falta mucho?
-No, enseguida terminamos. Lo siento, pero la siguiente pregunta también se refiere a los hijos.
-Qué le vamos a hacer, Jennifer. Dispare.
-¿Por qué no quiere tener hijos?
A estas alturas, mi capacidad de empatizar con el enemigo se ha agotado por completo, así que decido aferrarme al sarcasmo. Si tengo que lidiar con esta conversación absurda, por lo menos quiero otorgarme el derecho de divertirme un poco.
-Pues mire, Jennifer, es muy sencillo, no quiero tener hijos porque quiero ser inmortal.
-…
-¿Jennifer? ¿Sigue usted ahí?
-Sí, sí, por supuesto. Estaba anotando su respuesta.
-¿De verdad? No me lo puedo creer… ¿Acaba de anotar que no quiero tener hijos porque quiero ser inmortal?
-Sí, ¿no es eso lo que ha dicho?
-Claro, claro…
-Entonces, creo que hemos terminado. Los productos Maternal Womb son para mujeres con hijos o que quieran tenerlos, y usted no pertenece al target. Muchas gracias por atenderme.
-¡Espere!
-¿Qué?
-¿Cómo que qué? No puede dejarme así, sin más.
-Pero, es que ya no tengo más preguntas para usted y todavía tengo que hacer veintinueve encuestas más esta mañana.
-… ¿Y si le dijera que sí quiero tener hijos?…
-En ese caso podríamos seguir con la segunda parte del cuestionario.
-¿En serio? Entonces ponga que estoy embarazada de siete meses. Es una niña y se llamará Milagros.
-Qué nombre tan bonito. Una sobrina mía, allá en Colombia, se llama igual y es un amor.
-Seguro que sí. ¿Podemos seguir?
-Por supuesto. ¿Cómo ha pensado dar a luz?
-A ver… deje que lo piense… ¿con las piernas abiertas?
-Esta pregunta se refiere a si es usted partidaria del parto natural.
-¡Ah! No, no, el parto, cuanto más artificial, mejor.
-Marcamos “parto asistido y monitorizado”.
-Sí, eso mismo.
-¿Le dará el pecho?
-El pecho… el pecho… Creo que no. Lo tengo muy pequeño y no quiero castigarlo más. El biberón me parece una alternativa igual de sana y, sobre todo, más cómoda. Siempre que la leche sea de calidad, claro está… ¿Y esa música?
-Es la música que indica que usted acaba de dar la respuesta que buscábamos con nuestra encuesta. El hecho de que las usuarias reconozcan la importancia de criar a sus hijos con una leche materno-infantil de calidad refuerza el prestigio de Mum Lactum, nuestro producto estrella y, sin duda, la leche de primera infancia de mayor calidad del mercado, tal como lo demuestran estudios recientes.
-Vaya, estoy anonadada. ¿Y ahora qué?
-Nada, hemos terminado.
-¿Tan pronto? Empezaba a gustarme hablar con usted.
-En unos días recibirá en su casa una completa canastilla para su bebé con productos Maternal Womb, y su nombre será incluido en nuestra base de datos para asesorarla y ayudarla durante las diferentes etapas de crecimiento de la criatura. ¿Está contenta?
-¡Mucho!
-Bien, pues, muchas gracias por su colaboración.
-De nada, mujer, a mandar. Adiós.
-Perdone…
-¿Qué quiere ahora?
-¿Puedo hacerle una pregunta?
-¿Otra?
-Sí, pero esta vez se la hago yo, como curiosidad. ¿Por qué ha dicho antes que no quería tener hijos porque quería ser inmortal?
-¿Le gustan las cucarachas, Jennifer?
-¿Las cucarachas? ¡Puaj! No. Me dan mucho asco.
-A mí también, pero nos van a servir para ilustrar lo que quiero explicarle. No sé si en la televisión de su país llegaron a emitir hace años aquel anuncio de Cucal que decía “Las cucarachas nacen, crecen, se reproducen y mueren”.
-¡Sí! ¡Sí lo vimos allá en Colombia, sí! ¡Lo recuerdo!
-Bien. Siempre he pensado que los humanos nos parecemos mucho a las cucarachas. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Yo sólo quiero romper esta cadena, porque tengo la esperanza de que, si no me reproduzco, no moriré.
-Eso es una tontería.
-¡Vaya con nuestra Jennifer! ¿Qué ha pasado con la encuestadora solícita?
-Muchísimas personas que no han tenido hijos mueren cada día en el mundo.
-Ya lo sé, pero también albergo otra esperanza, la de ser diferente. No existe en el mundo una persona exactamente igual a mí, por lo tanto, no tiene por qué ocurrirme lo mismo que a los demás. Jennifer, ¿no se imagina a veces que usted es única y especial? ¿No se cree capaz de cambiar las reglas de juego? ¿De verdad piensa que el mundo sería igual sin usted?
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