Lesbianarium 8: "A martillazos"

Ya casi me toca, después de esta chica voy yo. ¡Qué nervios, por Dios! Tengo que tranquilizarme, si no me dan el trabajo no pasa nada, buscaré otro y sanseacabó. Sólo espero que mamá lo comprenda, porque está de un pesado últimamente… Si fuera por ella me presentaría a todos los castings de modelos y a cualquier vacante de azafata, porque su mayor ilusión es verme vestida de azafata, del tipo que sea, de vuelo, de tierra, de congresos… ¡Hasta del Un, Dos, Tres! Lo único que quiere es que me enfunde en un uniforme de chica mona. Así que aquí estoy, a ver si me contratan para el II Congreso Nacional de Bancarrota.
-¡Siguiente!
Me toca.
-Siéntese, por favor. ¿Nombre?
-Mari.
-¿Primer apellido?
-Macho.
-¿Segundo apellido?
-Martillo.
-¿Edad?
-Veinticinco.
Hasta ahora, la mujer que rellena el formulario con mis datos ni siquiera se ha dignado a mirarme, se limita a anotar lo que le voy diciendo sin mostrar el más mínimo interés. Supongo que estará harta de hablar con desconocidas. Yo, en cambio, sí que me fijo en ella y tengo que decir que no está nada mal, es atractiva, de mediana edad, yo le pondría unos cuarenta y siete, ni gorda ni delgada, bien peinada, bien vestida, con su maquillaje, sus joyas, sus abalorios, y todo. No le falta detalle. Y huele bien. Sigue el interrogatorio.
-¿Nivel de estudios?
-Superiores.
-¿Licenciada?
-Sí, en Literatura y Estudios de Género.
Por fin levanta la cabeza para mirarme, aunque no estoy segura de que le guste lo que ve, a juzgar por cómo entorna los ojos y aprieta los labios mientras me escanea de pies a cabeza. Continúa preguntándome y anotando las respuestas, imperturbable.
-Tus padres, ¿viven?
-Sí.
-¿A qué se dedican?
-Mi padre es machista y mi madre es esclava.
Después de rellenar el último espacio en blanco del folio, parece que da por terminado el cuestionario y vuelve a concentrarse en mi persona.
-Bueno, Mari, ¿cómo estás?
-Bien.
-No te lo tomes a mal, pero… ¿podrías sentarte un poco mejor? Juntando más las piernas, quiero decir. Es que así, tal como estás, no me pareces una azafata.
-Claro… Perdone… ¿Así?
-Así mejor, sí. Y dime, ¿tienes experiencia en congresos?
-No… Bueno, sí, pero no como azafata. He trabajado para el Consorcio de Eventos, Ferias y Congresos.
-¿Haciendo qué?
-Mantenimiento. Revisión de calderas, reparaciones del sistema eléctrico, control de circuitos de ventilación, pequeños trabajos de fontanería… Esas cosas.
-Ajá.
Aquí la mujer hace una pausa para colocar mi cuestionario encima de la pila de su izquierda, después deja caer el bolígrafo sobre la mesa y cruza los brazos sobre su pecho antes de continuar interrogándome. Noto que su tono ha cambiado y es ahora más relajado, casi diría que más próximo, tan cercano que no tengo la sensación de estar en una entrevista de trabajo.
-¿Y por qué quieres ser azafata?
-¿Yo? Yo no quiero ser azafata, sólo intento hacer feliz a mi madre.
-¿Y cuál es tu vocación, entonces?
-Lo que yo quiero es ser camionera, recorrer medio mundo y tener una novia en cada gasolinera. Quiero viajar a mi aire, dormir en la cabina de mi camión y encargarme yo misma de las reparaciones. Sé cómo hacerlo, es fácil.
-Ya veo, ¿y por qué no empiezas por decírselo a tu madre?
-No crea que no lo he intentado…
-Tutéame, por favor, Mari.
Me pide que la tutee mientras me mira fijamente a los ojos y posa su mano sobre la mía, encima de la mesa. Hasta ahora no me había fijado en que tiene la marca del entrecejo muy pronunciada, como les ocurre a muchas mujeres de su edad. Eso es algo que siempre me ha gustado, no sé por qué. Me doy cuenta de que la mujer me atrae, a pesar de no saber ni siquiera su nombre y de que seguramente no volveré a verla jamás a partir del momento en que salga por la puerta. Intento seguir hablando como si nada, como si fuera lo más normal del mundo que te cojan de la mano en una entrevista de trabajo, pero no puedo evitar ruborizarme y mirar hacia los lados para ver si alguien nos está viendo así, cogidas. Pienso que es ridículo y que, si no estuviera tan nerviosa, incluso me reiría.
-De acuerdo… Pues de tú… Como te decía, no creas que no he intentado hablar con mi madre muchas veces, pero ella sigue empeñada en que tengo que ser azafata, modelo o puericultora. Y yo le digo que no tengo el tipo apropiado ni para lo primero ni para lo segundo, y que para lo tercero debería haber estudiado otra carrera y, sobre todo, tendrían que gustarme los bebés.
-Claro, Mari, entiendo.
-¿Sí?
-Totalmente. Sé cómo te sientes y por eso quiero ayudarte.
-¿Ah, sí? ¿Cómo?
-Un amigo mío dirige una empresa de transportes por carretera y creo que necesita ampliar la plantilla de chóferes. ¿Quieres que te recomiende?
-¿De verdad haría usted eso por mí? Perdón, quiero decir, ¿lo harías?
-Por supuesto, Mari. Que tu perfil no encaje en la selección de azafatas para congresos no significa que no pueda ayudarte a encontrar un trabajo idóneo para ti.
-¡Gracias! ¡No sé cómo agradecértelo! ¿Hay algo que yo pueda hacer a cambio?
-Hace calor aquí, ¿verdad?
Yo no siento calor, pero ella tiene las mejillas sonrojadas y respira con cierta dificultad. ¿Estará menopáusica, la mujer? Al mismo tiempo que aumenta la presión de su mano sobre la mía, con la que le queda libre se desabrocha un botón de la blusa situado, digamos, a una altura peligrosa del escote.
-Pues mira, ahora que lo dices, hace meses que el calentador de agua de mi casa no acaba de funcionar del todo bien. ¿Te importaría echarle una ojeada y ver si necesita reparación?
-Por supuesto, eso está hecho.
-Perfecto. ¿Qué tal mañana por la noche, a las nueve?
-¿Tan tarde? Espero que tengas la caldera en una habitación bien iluminada, porque si no, no voy a ver un pijo. Además, a esa hora suelo cenar.
-Yo también, qué casualidad. Preparo algo de cena para las dos y después te pones manos a la obra, ¿sí?
-No sé… Es que generalmente ceno con mi madre…
-Mari, mírame bien y contéstame: ¿tu madre tiene este escote?
-Eh… No, no, claro que no. Mañana a las nueve en tu casa.
-Aquí tienes mi tarjeta. Hasta mañana. Sé puntual, y sobre todo no olvides el martillo.
Me levanto, me dirijo hacia la puerta, salgo a la calle y empiezo a caminar con su tarjeta en la mano y el corazón a punto de estallar. Por primera vez me alegro de no haber conseguido un trabajo. Mañana ceno con esta mujer, le arreglo la caldera y ya veremos qué más. A ver qué dice su tarjeta: «Penélope Gil. Recursos Humanos». Penélope. Bonito nombre para un camión.

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